ENSXXI Nº 10
NOVIEMBRE - DICIEMBRE 2006
FLORENCIO MARTÍN TEJEDOR
Psicólogo clínico y diplomado en trabajo social. Actualmente es Director General de Mayores del Ayuntamiento de Madrid
Una ley para promover la autonomía personal y la atención a las personas dependientes
El pasado 21 de abril el Consejo de Ministros aprobó el “Proyecto de Ley de Promoción de la Autonomía Personal y Atención a las Personas en Situación de Dependencia”. De entre los diversos aspectos que contiene el Proyecto quiero reflexionar sobre el que se refiere a la PREVENCIÓN DE LA DEPENDENCIA. Lo hago por estar escasamente desarrollado en el Proyecto de Ley1 y porque es el terreno esperanzador donde siempre cabe esperar cambios y mejoras en los hábitos actuales con resultados futuros.
Por DEPENDENCIA entendemos el estado, de carácter permanente o no, en que se encuentran las personas que, por razones de edad, enfermedad o discapacidad, han perdido autonomía física, mental, intelectual o sensorial y precisan de la atención de otras personas para realizar actividades básicas de la vida diaria2 Es un hecho incuestionable que el citado proyecto de Ley propicia, estimula y hasta exige un constante debate sobre la dependencia, sus causas y sus consecuencias, así como sobre las formas y los modelos de atender a las personas que tienen limitada su independencia o autonomía para desenvolverse a diario.
La dependencia puede afectar a personas de cualquier edad, pero solo me voy a referir aquí al grupo de los más mayores, los ancianos, aquellos que han cumplido los 65 años.
Las personas mayores son el grupo más numeroso de las personas dependientes. De los 42.717.064 españoles censados en 2003, tenían más de 65 años 7.276.620, lo que representa el 17% de toda la población. De ellos cerca de 850.000 son dependientes en grado moderado, severo o grave.
La esperanza de vida alcanza en nuestro país los 76,6 años en los varones y los 83,4 años en las mujeres. Para el 2030 se prevé que será de 80,9 años para los varones y 86,9 para las mujeres.
En el año 1900 los mayores de 65 años representaban el 5,2% de la población; en 1950, el 7,2 % (dos puntos sobre cien, en 50 años) en 2003, el 17% (casi 10 puntos sobre cien en los últimos 50 años); y en el 2050, el 30,8 % que significan 14 puntos más sobre cien en los próximos 50 años.
Si la longevidad ha experimentado un aumento el propio significado de la vejez ha sufrido también diversas mutaciones.
“Ser mayor”, según el Diccionario de la Real Academia Española es la “condición de la persona que tiene mucha edad o muchos años” pero también se trata del “último periodo de la vida natural de una persona”.
Hoy día tener muchos años significa cosa muy distinta a lo que significaba en 1950 o en 1900. Además, la ancianidad se ha convertido en un concepto ambiguo, porque a muchas personas llamamos mayores o ancianas al cumplir los 65 años (por el hecho de dar por finalizada la vida laboral), al jubilarse3 –decimos -, cuando en realidad las vemos plenamente activas y capaces de desarrollar nuevos proyectos. Yo no me atrevo a decir que hoy día una persona con 65 años tenga “muchos años” ni que esté en el “último período de la vida natural”.
Por otro lado, las acepciones vinculadas al término “ancianidad” son variadas. Desde las que van cargadas de significados negativo: abuelo, caduco, avejentado, carroza, longevo, senil, viejo, matusalén, carcamal, ...hasta las que, con signo contrario, destacan los aspectos positivos, capacitantes y habilitadores para llevar a cabo cualquier acción o trabajo.
"Por dependencia entendemos el estado, de carácter permanente o no, en que se encuentran las personas que han perdido autonomía física, mental, intelectual o sensorial y precisan de la atención de otras personas para realizar actividades básicas de la vida diaria"
Lo que parece evidente, es que el proceso de envejecimiento, con su deterioro anatómico y funcional inherente al paso de los años, tiene que ver con el modo de vida, con la actitud vital y con el contexto donde se vive.
Culturalmente, por tanto, ser mayor o anciano es un concepto elástico, que se define según los tiempos y las circunstancias en que nos encontramos y tiene que ver con las condiciones personales y colectivas, tanto objetivas como subjetivas.
La edad efectiva de una persona viene dada por la interrelación de su edad cronológica (suma de años), la biológica o funcional (cambios anatómicos/bioquímicos), la psíquica (madurez y equilibrio activo) y la social (status y rol social que desempeña).
Desde una perspectiva intimista o psicológica ser mayor o anciano significa sentirse como tal. Hermann Hesse4 al final de sus días se refiere a cómo se siente ya anciano con estas palabras: “ Aquí, en este jardín de la vida florecen flores en cuyo cuidado apenas hemos pensado hasta ahora: la flor de la paciencia, la de la serenidad, la de la capacidad de observar y oír la vida de la naturaleza y de nuestros semejantes, la de rememorar y acoger nuestro pasado”.
Erikson5 ve en la vejez la fase en que el hombre lleva a su cumplimiento el desarrollo de la propia personalidad y, por tanto, la consumación de la propia identidad. La raíz del crecimiento personal es, sin duda, el descubrimiento y el cultivo, durante toda la vida, de la experiencia espiritual.
Por el contrario D. Francisco de Quevedo, decía de sí mismo a los 52 años: “ninguna cosa me da más horror que el espejo en que me miro”.
Estas experiencias vitales, percepciones y sensaciones acerca de uno mismo, nada tienen que ver con la edad cronológica, ni con la biológica. Son expresiones de la capacidad de disfrutar de la vida con autonomía o del sentimiento de vivir los años como un suplicio.
Una persona sin curiosidad por lo que le rodea es una persona vieja. “No pocos humanos dan muestras de no haber sentido la necesidad de ningún proyecto global de vida. Parecen haberse instalado en la superficie de sí mismos y haber vivido al hilo y a merced de los acontecimientos de cada momento” – dice Juan Martín Velasco. Teólogo-6 y continúa: “La instalación en el consumismo característico de nuestras sociedades de la abundancia (...) no es difícil adivinar que conduce a una vejez tan inhumana como la forma de vida que lleva a ella. Limitado el ideal de vida al activismo desaforado, aderezado del inevitable poseer y consumir (...) no es extraño que en la vida, aparentemente llena de éxitos de algunas personas, aparezcan, tal vez cuando comienzan los síntomas del envejecer, la vacuidad del tener, la inconsistencia del aparentar y la impotencia...”
Ser mayor, envejecer, es culminar una vida plena a la que el joven, o el de edad mediana aspira y percibe lejana.
Ahora bien, con excesiva frecuencia se asocian los términos envejecimiento, discapacidad y dependencia, como si estas (dependencia y discapacidad) acompañaran siempre a aquella (la edad). Esto es falso. La inmensa mayoría de las personas mayores (más del 70%) no sufren discapacidad alguna y más del 85% son independientes para llevar una vida normal hasta edades muy avanzadas.
La discapacidad y la dependencia son consecuencia de la enfermedad, no de la edad. Por eso cuanto hagamos por conservar la salud estamos haciéndolo por prevenir la dependencia. Dicho en otros términos: la dependencia es evitable.
Se evita, sobre todo, poniendo en juego recursos conservadores, dando importancia a la prevención primaria como un valor en sí mismo. Porque si una persona vive saludablemente, activamente, con actitud positiva frente a los acontecimientos cotidianos, el envejecimiento saludable no es más que continuación natural de ese transcurrir la vida con bienestar.
"El proceso de envejecimiento, con su deterioro anatómico y funcional inherente al paso de los años, tiene que ver con el modo de vida, con la actitud vital y con el contexto donde se vive"
La conocida hipótesis de la compresión de la morbilidad consiste en afirmar que la reducción de las enfermedades es superior a la reducción de la mortalidad. Dicho en otros términos: la gente se sigue muriendo, pero hemos logrado reducir las dolencias con que vive a los últimos días de su vida.
Esta hipótesis, de confirmarse, significa que no sólo vivimos más, sino que vivimos más años libres de discapacidad. Y de aquí una consecuencia lógica: las discapacidades – la dependencia – se acumularán en el último tramo vital. Todas aquellas enfermedades crónicas o discapacitantes retrasarán su aparición cada vez más.
Así es como nos encontramos hoy día, - por fortuna y efecto del esfuerzo de los seres humanos- con que más importante que la propia esperanza de vida al nacer es la idea de esperanza de vida activa o libre de discapacidad.
La tozudez de los hechos parece que van dando la razón a este fenómeno. Si el reto en las décadas de los 50 a los 90 fue alargar la vida, y ello gracias al uso de los antibióticos que frenaron la mortalidad debida a enfermedades infecciosas, el reto de los 90 a esta parte es frenar la aparición de las enfermedades crónicas – no infecciosas- e invalidantes, retrasarlas cuanto más y comprimirlas en el último acto de esta representación que es la vida, para que no interfiera en la calidad buscada y merecida del hombre moderno.
Este reto puede ser una realidad si nos aplicamos a la prevención.
La Ley de dependencia dedica el art. 21 a la “prevención de las situaciones de dependencia” dice “Tiene por finalidad prevenir la aparición o el agravamiento de enfermedades o discapacidades y de sus secuelas, mediante el desarrollo coordinado, entre los servicios sociales y de salud, de actuaciones de promoción de condiciones de vida saludables, programas específicos de carácter preventivo y de rehabilitación dirigidos a las personas mayores y personas con discapacidad y a quienes se ven afectados por procesos de hospitalización complejos...”
Prevenir la dependencia se ha convertido en los últimos años, como consecuencia de los avances científicos, en un objetivo de primera magnitud. Se trata de conocer las claves que nos permitirán alargar la vida libre de dependencia, con buena salud, con autonomía en el funcionamiento de la vida diaria.
Desde los años 90 se han llevado a cabo numerosas investigaciones relacionadas con la búsqueda de predictores que expliquen el envejecimiento saludable. Se ha observado lo siguiente:
- La educación es el predictor más sólido (parece que la educación temprana activa circuitos y funciones cerebrales, así como que una educación superior lleva a realizar actividades intelectuales, desarrolla sensibilidades; ... siendo todo ello positivo).
- Estilos de vida. Entre ellos destacan: Actividad física (predictor destacado es el funcionamiento pulmonar y la oxigenación óptima del cuerpo y del cerebro especialmente), actividades de ocio moderadas, relaciones sociales gratificantes y hábitos saludables (evitar fumar, consumir alcohol con moderación, dormir lo necesario, evitar la obesidad, evitar estrés,...)
"Con excesiva frecuencia se asocian los términos envejecimiento, discapacidad y dependencia, como si estas (dependencia y discapacidad) acompañaran siempre a aquella (la edad). Esto es falso"
- Nutrición adecuada.
- Madurez psicológica: Sentirse capaz de organizar y dirigir la propia vida, de ejecutar proyectos, de tomas decisiones, de amar.
- Implicación en asuntos sociales (preocupación y participación en temas externos al ámbito familiar y personal: asuntos públicos, vecinales, profesionales, colegiales, ...
- Y, finalmente, en el orden biológico, las vacunaciones son actos preventivos de primera magnitud frente a enfermedades.
En conclusión, la prevención primaria de la dependencia no se activa cuando la persona cumple los 80, ni los 70, ni los 60 sino cuando el niño adquiere conciencia de que lo que haga por sí mismo, en beneficio de sí mismo, le reportará salud y bienestar. Pero además, existe capacidad de cambio positivo (plasticidad) y de prevenir las enfermedades gracias a los avances científicos y técnicos siempre. Finalmente las medidas de carácter preventivo ofrecen mejores y más duraderos resultados cuando se llevan a cabo en sujetos más jóvenes.
1 El proyecto sólo contiene dos referencias genéricas:
El Art. 15, al especificar el Catálogo de Servicios señala:
“a) Servicio de Prevención de las Situaciones de dependencia”.
El Art. 21 indica cuál es la finalidad de la prevención y fija que será el Consejo Territorial quien elaborará un “plan de prevención de las situaciones de dependencia”.
2 Definición propia, a partir de la que aparece en el “Proyecto de Ley de promoción de la autonomía personas y atención a las personas en situación de dependencia”.
3 Jubilarse deriva de “jubilo”. Así como el concepto tiene connotaciones peyorativas como “dejar la vida activa”, pasar a ser “clase pasiva”; no producir; ser pensionista; entrar en la etapa última de la vida; etc. el término en sí, significa viva alegría. Sería una etapa para vivir alegre.
4 Emil Sinclair, llamado Hermann (1877-1962) Novelista alemán, naturalizado suizo, posee un profundo sentimiento místico, vinculado al orientalismo, fue premio Nobel de literatura en 1946.
5 Erikson, Eric H. nace en Alemania en 1902 y fallece en 1989. Sus aportaciones acerca de la identidad han sido reconocidas por todos los científicos como de gran valor para comprender los estadios del desarrollo humano, los ciclos vitales y sus crisis.
6 “Aprender a envejecer” en revista Crítica. Junio 2006. Año LVI Nº 936. pág.37.