ENSXXI Nº 14
JULIO - AGOSTO 2007
JUAN ÁLVAREZ-SALA WALTHER
Notario de Madrid
Cuando se hace referencia a la España de los setenta y lo que significaron esos años, que ahora miramos con nostalgia, aunque fueran realmente críticos para la Historia de este país, empleamos una expresión inequívoca: la “España de la Transición”. Lo curioso es que esta terminología usada hoy en todos los espacios mediáticos, foros de opinión y estudios socio-políticos para definir una época, no nace retrospectivamente, sino con actualidad en el mismo momento histórico al que corresponde. La España de entonces hablaba ya de la Transición. Había una conciencia generalizada de tránsito, de que se iniciaba una etapa transitoria, que exigía un esfuerzo y una generosidad por parte de todos. Llevados de tales sentimientos, muchos aceptaron postergar así transitoriamente sus ocupaciones o intereses cotidianos, para cumplir de modo temporal con un compromiso político. Los políticos de la Transición (o muchos de ellos) sólo pensaban serlo transitoriamente. Algo que hubiera impedido la Ley de Incompatibilidades que vino más tarde, por su efecto colateral de profesionalización de la política. Dentro de ese grupo de personas que no negaron su propia capacidad de entrega al esfuerzo político del momento había un notario de Madrid de extraordinario prestigio. Se llamaba José Luis Álvarez.
Había nacido en 1930. De familia humilde. Como miles niños de su generación, por los efectos devastadores de una guerra, sólo fue a la escuela cuando ya era un niño grande. Pero en casa le habían enseñado a leer. Su madre era maestra, nacida en un pueblo de Segovia, llamado Tolocirio. Su padre, de Alba de Tormes. Cuentan que, como al niño le daba por leer incluso en la cama, un día el padre, quejándose a un vecino, dijo que con la de luz que su niño gastaba por las noches, aunque no fuera al colegio, era para llegar a Ministro. Fue al Colegio en Madrid, a los Maristas, premio extraordinario de bachillerato en 1947. Cuando cursó la carrera de Derecho en la Universidad Complutense de Madrid, la terminó (en 1952) con Premio Extraordinario de Licenciatura y Primer Premio al mejor expediente académico.
"Representa una vida marcada por el esfuerzo y la generosidad. Siempre le acompañó el éxito, es verdad, pero el más importante de todos lo ha tenido en el ámbito familiar. El notariado madrileño ha tenido en José Luis Álvarez una de sus principales referencias"
Opositor excepcional.
Al año siguiente, se presentó a las oposiciones a notarías. En aquella época se convocaban por colegios. Asturias y Galicia integraban entonces un mismo Colegio notarial. Le tocó examinarse en Oviedo, a principios de agosto de 1953, un día de muchísimo calor. El tribunal había hecho una pausa para comer. Según la lista, el primer opositor de la tarde era un perfecto desconocido, un tal José Luis Álvarez. El tribunal, sacrificando la siesta, determinó proseguir la sesión y el opositor que entró, empezó a decir el tema... En seguida, uno de los miembros del Tribunal, Pedro Caicoya (luego Decano del Colegio Notarial de Oviedo y uno de los notarios más ilustres de Asturias), se dio cuenta de que el ejercicio que estaban escuchando era absolutamente extraordinario y temeroso de que los demás miembros del tribunal sucumbieran a los efluvios de la somnolencia posprándica, hizo por despertarles pidiendo que se sirviera café a todos los componentes de la mesa. Un café que resultó ser también excelente, porque el opositor obtuvo el número uno de su promoción, ingresando por una notaría de clase superior, Lalín, en la provincia de Pontevedra.
"Como hombre de ideas y de acción, capaz de catalizar adhesiones y esfuerzos personales, influyó decisivamente para inclinar a la Iglesia española y a profesores, profesionales y empresarios próximos a la ideología demócrata cristiana hacia la transición pacífica al sistema democrático"
Quien a los veintitrés años tenía esa capacidad de estudio, no es de extrañar que siguiera estudiando y volviera a examinarse. Pero ya no como un desconocido. Todo lo contrario. Cuando se presentó dos años después, para acceder por oposición directa a Madrid, en los corrillos de opositores existía verdadera expectación. Parece que en ciertos ámbitos del Ministerio de Justicia había bastante reticencia a que con la edad de veinticinco años se pudiera ser notario de Madrid. El problema es que aquel opositor, después del primer ejercicio, llevaba puntuación sobrada para conseguirlo. De cara al segundo ejercicio, el tribunal tomó entonces una decisión insólita: plantear dos casos alternativos como objeto de examen, uno general, sobre el que debían dictaminar todos los participantes en aquellas oposiciones, y otro especialísimo y singular, sobre el que debía dictaminar un único opositor: él.
En los boletines de Calvo y Paniagua donde se han venido publicando todos los supuestos de dictamen correspondientes a las oposiciones convocadas cada año, llama la atención que hay un caso (sólo uno) que viene identificado no por el año de celebración de las oposiciones respectivas, sino “nominatim”, como “Segundo ejercicio.- Supuesto sobre el que debe dictaminar exclusivamente el opositor Don José Luis Álvarez Álvarez”. Desde luego, era un dictamen para echarse a temblar... de una dificultad endiablada. Un caso rarísimo de Derecho aragonés. En aquella época todavía no existía la compilación que luego se promulgó de Derecho aragonés y la autoridad máxima en materia de fueros aragoneses era Palamediano, un anciano notario de Zaragoza. El tribunal le consultó. Resultó que la postura defendida por José Luis Álvarez en su dictamen era la solución de Palamediano.
Hubo una disensión muy sonada en el tribunal. Juan Vallet de Goytisolo y otros dos miembros más votaron decididamente a favor de la máxima calificación, pero los otros tres (influidos por el criterio político del Ministerio y con el voto dirimente de la presidencia) votaron a favor de la máxima puntuación menos una centésima simbólica, pero que impedía alcanzar ya la puntuación necesaria para Madrid. Vino a Madrid tres años más tarde, número uno de las oposiciones entre notarios.
Profesional, profesor, jurista.
Se dedicó al trabajo de su notaría con extraordinario éxito profesional (una notaría de numerosos clientes humildes). También enseñó Derecho Civil como Profesor de la Universidad Complutense durante un período considerable, vinculado a la cátedra de Antonio Hernández Gil (otro gran político de la Transición). En esa primera mitad de los años sesenta se publican algunos ensayos jurídicos de José Luis Álvarez, de enorme repercusión. Cabe destacar -en una época en que la sociedad anónima tenía todavía muy escaso rodaje en nuestro país- sus brillantísimos trabajos sobre el aumento de capital y el derecho de suscripción preferente del accionista, que abrió múltiples perspectivas desarrolladas después en monografías de otros autores.
Una de las grandes aportaciones documentales del notariado de aquella generación fue, sin duda, la figura técnica de la división horizontal, clave de nuestro desarrollismo económico. José Luis Álvarez publicó entonces dos excelentes trabajos, precisamente, sobre “El título constitutivo de la Propiedad Horizontal” y “La cuota de participación en la Propiedad Horizontal”, abordando la cuestión del difícil equilibrio entre una concepción societarista o propietarista de dicha institución. Su tesis doctoral (leída en 1967 en la Universidad Complutense) versó -desde un planteamiento progresista- sobre otro tema candente de la época: “El estatuto de la mujer soltera o viuda en el Derecho privado español”.
La política, como servicio a la sociedad.
Toda esa intensa actividad como jurista quedó, sin embargo, detenida o aparcada por su implicación personal en la preparación y culminación del asombroso cambio político que se lleva a cabo en España durante la década siguiente, uno de cuyos demiurgos fue, precisamente, José Luis Álvarez. Como hombre de ideas y de acción, capaz de impulsar grandes proyectos y de catalizar en torno a ellos importantes adhesiones y generosos esfuerzos personales, fue fundador y portavoz del Grupo “Tácito”, un colectivo de gran peso intelectual que -desde el desaparecido diario “Ya”- influyó decisivamente para inclinar a la Iglesia española y a los profesores, profesionales y empresarios próximos a la ideología demócrata cristiana en la dirección de la apertura y la transición pacífica al sistema democrático.
"En los años sesenta, algunos ensayos jurídicos de José Luis Álvarez tienen enorme repercusión. Cabe destacar -cuando la sociedad anónima tenía todavía muy escaso rodaje en nuestro país- sus brillantísimos trabajos sobre el aumento de capital y el derecho de suscripción preferente del accionista"
Conocedor (por su experiencia y preparación como notario) de la polivalencia funcional de la sociedad anónima, es uno de los creadores y Presidente del Consejo de Administración de la Sociedad FEDISA, que se constituyó como germen de un futuro partido político, evitando la aplicación de la Ley de Asociaciones de 1964, entonces vigente, de marcado control intervencionista. Formaban también parte de aquel Consejo de Administración, entre otros, José María Areilza, Manuel Fraga, Pío Cabanillas, Leopoldo Calvo-Sotelo, Marcelino Oreja, Juan José Rosón, Francisco Fernández-Ordoñez...
Fueron años de una actividad incansable. En 1975, José Luis Álvarez era designado Secretario General del Partido Popular, el primer partido político inscrito en el Registro del Ministerio del Interior durante la Monarquía, en torno al que se aglutina una federación de partidos denominada “Centro Democrático”, que se firma en febrero de 1974 y que da paso luego a la famosa “UCD”, “Unión de Centro Democrático”. En 1976 le ocupa otro asunto no menos delicado, al ser nombrado, a instancias de la Santa Sede, miembro de la Comisión Iglesia-Estado encargada de la redacción de lo que serían, finalmente, los Acuerdos entre el Estado Español y la Santa Sede, promulgados en 1979.
"Como miles niños de su generación, por los efectos de la guerra, sólo fue a la escuela cuando ya era un niño grande. Como al niño le daba por leer incluso en la cama, un día el padre, quejándose a un vecino, dijo que con la de luz que su niño gastaba por las noches, aunque no fuera al colegio, era para llegar a Ministro"
Fue Alcalde de Madrid en 1978 y ganó también las elecciones a esa Alcaldía en 1979, aunque no llegó a ser reelegido, pese a encabezar la lista más votada, por la suma de votos de la coalición PSOE-PC. A José Luis Álvarez debemos los madrileños el Plan Especial de protección y conservación de los edificios y conjuntos de interés histórico-artístico de la Villa de Madrid, que resultó decisivo para la defensa del patrimonio arquitectónico de la capital y, por tanto, de la identidad de la ciudad. Fue Diputado por Madrid en las Cortes Generales de 1979, participando activamente en las tareas legislativas como miembro de la Comisión de Justicia del Congreso. Producto de aquella legislatura (recuérdese) fue la polémica Ley del Divorcio de 1981 y la importante ley de reforma del Código civil de ese mismo año. Fue también redactor material de la Ley de Educación, de la Ley del Patrimonio Histórico Artístico Español, del Reglamento de Fundaciones Culturales de 1972. Fue dos veces ministro, Ministro de Transportes, Turismo y Comunicaciones en 1980 y Ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación en 1982. Fue una de las personas sentadas en primera fila, el “banco azul” del hemiciclo de las Cortes, la tarde-noche del 23-F. Su condición de parlamentario concluye en 1986 y también su actividad como político de primera línea, aunque en 1989 todavía fue miembro de la Comisión que realizó la transformación de Alianza Popular en el Partido Popular, permaneciendo como miembro de su Comité Ejecutivo.
Vocación intelectual: arte, cultura, Patrimonio.
Pero los cargos y la Política no le produjeron ninguna adicción. Volvió sencillamente a su vida profesional, con el mismo entusiasmo de siempre. A ocuparse de su notaría, a dar conferencias y publicar artículos... La mera reseña bibliográfica de sus publicaciones sería aquí del todo inabordable por simple falta de espacio. Baste destacar el conjunto de su obra, que casi constituye una disciplina, sobre el Derecho del Patrimonio Histórico-artístico-cultural, marcado por la disyuntiva entre los derechos privados sobre la obra de arte y el interés general que la propiedad artística y cultural tiene. La personalidad polifacética de José Luis Álvarez explica sus múltiples vertientes y actividades y, entre ellas, junto a su perfil como jurista, su vocación intelectual por el arte, como atestigua su condición de académico de número de la Real de Bellas Artes de San Fernando o de Miembro del Patronato del Museo del Prado, o de la Fundación Amigos del Museo del Prado, de los Jurados del Premio Príncipe de Asturias, de Experto internacional del Consejo de Europa para la Defensa del Patrimonio Histórico Artístico, así como de otras muchas instituciones.
Poderoso intelectual, de sensibilidad exquisita -y conversación amenísima-, José Luis Álvarez representa una vida marcada por el esfuerzo y la generosidad. Siempre le acompañó el éxito, es verdad, pero el más importante de todos lo ha tenido en el ámbito familiar, junto a su esposa Mercedes Royo-Villanova y sus hijos, uno de ellos, Segismundo, notario de Madrid y miembro del Consejo redactor de esta revista.
Durante muchas décadas el notariado madrileño ha tenido en José Luis Álvarez una de sus principales referencias, notario que ha sumado todos los méritos, aunque para nosotros lo que ha sido siempre y sigue siendo, por encima de todo, es un gran compañero.