ENSXXI Nº 15
SEPTIEMBRE - OCTUBRE 2007
MIGUEL ÁNGEL AGUILAR
Periodista
Es de conocimiento general que tanto en Iberoamérica como en Europa y en otras áreas del mundo se despertó una actitud admirativa hacia la transición española. Aquel proceso que condujo desde la dictadura franquista a la democracia constitucional hubo de sortear gravísimas dificultades y romper bloqueos blindados para ir de la ley a la ley pasando por la ley porque todo había quedado "atado y bien atado bajo la guardia fiel de nuestro ejército", en palabras del fundador del régimen ante los excombatientes que le pedían una prenda de continuidad para después de que se cumplieran sus días.
Pero aquella promesa tenía una formulación errónea al incluir el pronombre posesivo "nuestro" referido al ejército. Sucede en sociología como en botánica que hay instituciones de hoja perenne y de hoja caduca y las Fuerzas Armadas figuran entre las de hoja perenne como también la Iglesia o las grandes instituciones financieras. Por eso bajo la coloración superficial que adopten en un momento determinado subyace un oscuro instinto que les permite barruntar el cambio y proceder conforme a la evolución precisa que reclama la supervivencia.
Así que, muerto el generalísimo, el ejército prefirió dejar de ser el ejército de Franco, adoptó un cambio de lealtades, pasó a ser el Ejército de España, se convirtió en instrumento para garantizar la soberanía e independencia del país y terminó abandonando cualquier pretensión de impedir su ejercicio. El Rey Juan Carlos, que había recibido en su proclamación los poderes de su antecesor en la Jefatura del Estado supo que empezaba un camino de renuncia para que la monarquía dejara de tener el estigma del Movimiento y en lugar de parecerse a la marroquí se instalara en la analogía de la danesa. Pero entre tanto, como Mando Supremo de las Fuerzas Armadas cumplió un papel decisivo en ese tránsito.
"Parece segura la rentabilidad electoral negativa que se derivará del cultivo de la fruición manifiesta por el daño que pueda sobrevenir a nuestro país. El votante prefiere ahuyentar con su papeleta los pájaros de mal agüero"
Reconozcamos que los años transcurridos desde el 20-N de 1975 favorecen una mirada retrospectiva que prima los mejores recuerdos a lo largo de un camino que no fue en absoluto de rosas. Los extremistas de muy variado cuño fueron de enorme acometividad. Ni los terroristas de ETA, ni los del GRAPO, ni los que acampaban bajo distintas siglas de la extrema derecha cejaron en su empeño de impedir el cambio provocando a quienes tenían la fuerza para abortarlo.
Se necesitaron algunos años pero la autoridad del Gobierno acabó prevaleciendo sin discusión. Y fue mejor así el logro del sometimiento de los que se llamaron poderes fácticos que si como sucedió en el vecino Portugal la democracia hubiera llegado por iniciativa de los uniformados. Aquellos militares del Movimiento de las Fuerzas Armadas, educados en el más estricto salazarismo pusieron fin a la dictadura pero su acción les convirtió en acreedores y retrasó décadas la homologación democrática de Portugal con los perjuicios imaginables que todavía hoy se advierten.
Los pronósticos en torno a la salida del franquismo eran muy inciertos. Pensaban los analistas en el temperamento mediterráneo, en la sangre caliente de los españoles, pero acabamos desconcertando a los expertos porque optamos por comportarnos con la frialdad de los bálticos. Nos empeñamos en el diálogo y descubrimos que ese método prejuzgaba el resultado, del todo distinto del que puede escupir el cañón del fusil aunque se le pongan claveles en la boca. Llegamos a las elecciones generales libres en 1977 con todos los partidos políticos y los sindicatos legalizados y con los presos políticos amnistiados y los diputados y senadores se pusieron a la tarea de la Constitución, la primera bajo la que acampan todos los españoles sin exclusiones.
Luego se han sucedido distintas alternativas de Gobierno en situaciones de mayoría o de minoría mayoritaria con los apoyos parlamentarios añadidos en cada caso. Falta un estudio en frío que nos permita entender por qué nuestros hábitos de consenso y diálogo se fueron trocando en rupturas y descalificaciones del adversario hasta cotas difícilmente conciliables con las reglas de la convivencia civilizada y queda por evaluar la activa contribución que han prestado para impulsarnos por la espiral de lo peor algunos medios de comunicación que deberían ser sembradores de la concordia y prefieren ser sembradores del odio.
En todo caso convendría que los españoles dejaran de acreditar sus capacidades, tantas veces probadas a lo largo de la historia, para dinamitar las posiciones que han ocupado con supremo esfuerzo. De otra manera dejaríamos de suscitar esa admiración que nos granjearon la transición y el consenso y se volatilizaría nuestro prestigio político. Los dirigentes que conserven una brizna de sentido común y de verdadero patriotismo deberían afanarse en evitar que los españoles vuelvan a dar los ejemplos cainitas de otras veces, una vez que germinen las nuevas semillas de la discordia, el antagonismo y el enfrentamiento civil que se están sembrando con tanta determinación.
Esta actitud enconada es por completo innecesaria en España. Pero por esa pendiente de la innecesariedad nos inició con el talento de su tenacidad el presidente José María Aznar. Al sucederle, el actual Gobierno socialista está siguiendo esa misma agenda, limitándose a invertir algunos de sus objetivos para extremarlos en sentido contrario y acercándose miméticamente en otros. Más allá de la saludable pugna política, las instituciones como el Consejo General del Poder Judicial, el Tribunal Supremo, el Tribunal Constitucional o los organismos reguladores se están viendo sometidas a una sobrecarga, a una prueba de resistencia de materiales, que daña la consistencia del sistema.
Entre tanto comienza un semestre de alto voltaje electoral con las urnas a la vuelta de marzo. Los avances de programas tienen el aire de subasta. Vuelve a comprobarse cuán difícil resulta que los pobres voten a la izquierda. También asistiremos enseguida a los anuncios de supresión de impuestos de sucesión y a la reducción de los impuestos sobre la renta y el patrimonio y volveremos a comprobar el entusiasmo que suscitan esos propósitos fiscales también entre los ciudadanos de menor nivel adquisitivo y de inferiores rentas la eliminación de los impuestos a las grandes fortunas y corporaciones.
Se desata un entusiasmo sorprendente entre el público de a pie cada vez que se anuncia una reducción de impuestos directos. Sucede que la gente que se encuentra fuera de esos circuitos exclusivos se llena de alborozo como si fuera a verse beneficiada. No atienden al hecho de que el alivio en la presión de los impuestos indirectos se compensa para evitar la disminución de los ingresos fiscales con el incremento del IVA y de otros impuestos directos que gravan por igual a los titulares de las grandes fortunas que al pequeño empleado.
"Los dirigentes deberían afanarse en evitar que los españoles vuelvan a dar los ejemplos cainitas de otras veces, una vez que germinen las nuevas semillas de la discordia, el antagonismo y el enfrentamiento civil que se están sembrando con tanta determinación"
Parecen suscribir el principio de que es bueno que los muy ricos habiten entre nosotros. Decía un buen amigo mío que lo mejor sería llevar hasta el final las actuales tendencias y suprimir los impuestos a los titulares de las grandes fortunas, porque así evitaríamos que acabaran emigrando a las islas Bahamas y demás oasis fiscales donde fijan sus domicilios. Además los ricos nada cuestan al contribuyente: no llevan a los niños al colegio público, sino a Eton; no van a los hospitales de la sanidad pública, sino a Huston; tampoco utilizan los transportes públicos, sino sus aviones privados. En absoluto son gravosos.
En todo caso, parece segura la rentabilidad electoral negativa que se derivará del cultivo de la fruición manifiesta por el daño que pueda sobrevenir a nuestro país ya sea a consecuencia de la crisis hipotecaria de Estados Unidos o de la sequía en el Sahel. El votante prefiere ahuyentar con su papeleta los pájaros de mal agüero. Atraen más los candidatos capaces de incorporarse al éxito y de hacerlo suyo que los tristes que nimban el fracaso con la aureola del máximo prestigio. Esa tendencia de entusiasmo por el desastre fue muy nuestra pero ya no se estila. De ninguna manera "transición y vuelta atrás" hacia el encono y el antagonismo, quien lo siembre pagará prenda. Atentos.