ENSXXI Nº 18
MARZO - ABRIL 2008
FERNANDO RODRÍGUEZ PRIETO
Notario de Coslada (Madrid)
El desarrollo de la última oposición entre notarios ha puesto de manifiesto que, también en este punto, la última reforma del Reglamento Notarial ha resultado fracasada. Las cifras hablan por sí solas: al primer ejercicio, el dictamen, sólo se han presentado doce notarios, y de ellos parece que tan solo nueve van a continuar.
Esta consecuencia era tan previsible que había sido ya anticipada en los informes que, respecto al proyecto de reforma, presentaron diversos Colegios notariales, y que fueron no obstante ignorados por la mayoría de nuestros representantes institucionales. Se subrayó en ellos que los premios ofrecidos no eran suficientes para hacer estas oposiciones suficientemente atractivas, no tanto por el número de años añadidos que se podían obtener, sino sobre todo por el carácter efímero de los mismos. El premio, en la configuración actual, no sólo debe de utilizarse en un número determinado de años, produciéndose hasta entonces el llamado efecto de congelación, sino que, además, una vez utilizado, desaparece y queda en nada. Con ello, la oposición ha incluso empeorado respecto a su configuración antes de la reforma, donde al premiado, después de concursar, aun le quedaba la obtención de la clase superior, lo que en tiempos pasados tenía un gran valor. Este premio sujeto a inexorable caducidad no deja de ser contrario a la lógica y a la más elemental justicia, pues si los nuevos conocimientos adquiridos van a permitir al notario un ejercicio profesional más excelente durante toda su vida profesional ¿por qué limitar sus consecuencias a un solo concurso? Y ello además en unas circunstancias tan cambiantes que pueden hacer que un destino disputado, y obtenido con tanto esfuerzo, pierda con el tiempo gran parte de su atractivo.
"Las oposiciones entre notarios han tenido históricamente mucho más valor que el que nuestras cúpulas le han querido reconocer"
Las oposiciones entre notarios han tenido históricamente mucho más valor que el que nuestras cúpulas le han querido reconocer. A ellas debemos en gran parte que el notariado haya contado con un importante grupo de autores destacados en la doctrina, que han supuesto una impagable fuente de prestigio para aquél. Tal vez por ello esta institución, que introduce una valoración del mérito, además de la antigüedad, como medio de promoción, ha sido envidiada por lúcidos miembros de otros cuerpos de altos funcionarios, que han carecido históricamente de tal fuente de prestigio y excelencia. Por eso sorprende tanto esa falta de consideración de nuestra actual cúpula corporativa.
Su desconsideración no se ha limitado además a su actuación en la reforma. Se han promovido como miembros del tribunal a algunos notarios que no las han estudiado, y que adolecen por ello de un desconocimiento de la institución. En la convocatoria en curso, nada menos que su Presidente pertenece a esa categoría. Y en la anterior hubo incluso algún miembro notario que no se recataba en expresar su personal hostilidad hacia la figura.
No podemos dejar de plantearnos el por qué de tan extrañas actuaciones. Podría parecer que en tales ámbitos la excelencia es casi más temida que deseada. El hecho de que la mayoría de los actuales decanos no hayan pasado por estas oposiciones, o que incluso alguno de los más influyentes haya fracasado en ellas, nos podría llevar a sospechar que las mismas son contempladas con prevención.
En otro caso, si de verdad en la cúpula y en sus proximidades comprenden la importancia de esta institución tan nuestra, ante la nula receptividad frente a las críticas que se han revelado como acertada, no podemos sino constatar que su actuación de nuevo ha sido inspirada por ese peligroso virus que en ellos parece haber arraigado con fuerza: el sectarismo.
"Las cifras hablan por sí solas: al primer ejercicio, el dictamen, sólo se han presentado doce notarios, y de ellos parece que tan solo nueve van a continuar"
El pensamiento sectario se caracteriza por su incapacidad de admitir cualquier crítica que venga de fuera, que siempre va a ser calificada como ilegítima. En él, el valor máximo es el de la inquebrantable y acrítica lealtad al grupo, exigida aunque en su seno él se cometan errores o hasta fechorías. Tal lealtad se valora por el sectario mucho más que cualquier clase de mérito. Y obviamente, ambos valores van a resultar incompatibles, pues la persona inteligente y virtuosa raramente se va a someter a esas lealtades incubadas en ambientes tóxicos. Por eso el sectarismo florece frecuentemente allí donde ha encontrado acomodo la mediocridad. De hecho, el sectario necesita imperiosamente un enemigo externo al que señalar como fuente de todos los males, y que le permita justificar, frente a los demás pero sobre todo frente a sí mismo, cualquier irregularidad que dentro del grupo se pueda cometer. Ante comportamientos que a la luz del día se verían como claramente torpes o deshonestos el sectario no sólo encuentra justificada su realización y su consiguiente ocultación, sino que además todo ello refuerza la cohesión del grupo de elegidos que, en tanto corresponsables, ya no tienen otra que el mantenimiento y reforzamiento de sus complicidades como única tabla de salvación.
El sectarismo ha sido señalado como una patología responsable de la decadencia y empobrecimiento de diversas culturas y sociedades a lo largo de la historia. Se le ha señalado, por ejemplo, como causa de la paradigmática decadencia secular de gran parte del mundo islámico. Y es que cuando un grupo dirigente incurre en esta patología se cierra su capacidad para aceptar incluso las críticas más razonables, y a partir de ahí, ni rectifica tras las equivocaciones ni consigue nunca integrar y aprovechar a los elementos más valiosos. Probablemente, las oposiciones entre notarios han sido una más de sus víctimas en estos últimos años.