ENSXXI Nº 19
MAYO - JUNIO 2008
JOAQUÍN ESTEFANÍA
Escritor y periodista. Fue director de EL PAÍS entre 1988 y 1993 y hoy dirige la Escuela de Periodismo de la Universidad Autónoma de Madrid
Las últimas asambleas del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM), celebradas en Washington en el pasado mes de abril, corroboraron la acumulación de dificultades económicas de distinta naturaleza, que agitan al planeta y que configuran una difícil coyuntura para los próximos tiempos. Así, confluyen las turbulencias financieras motivadas por las hipotecas de alto riesgo con una crisis alimentaría que afecta por una parte a la supervivencia de muchos ciudadanos del planeta, y por la otra amenaza con multiplicar la inflación y las condiciones de vida de otra parte del mundo.
De la crisis financiera se ha hablado y escrito mucho. Menos, de la crisis alimentaría. Vuelven a primer plano algunos pronósticos científicos que fueron desechados hace décadas por imperfectos. Entre los ejemplos más clásicos de los últimos, relacionados con los recursos del planeta, están los relacionados con el padre de la demografía, Malthus, o con el Club de Roma. El primero escribió que la población humana crece en progresión geométrica mientras los medios de subsistencia lo hacen en progresión aritmética; ergo, el combate entre la capacidad humana de reproducción y la producción de alimentos sería perpetuo. A principios de los años setenta del siglo pasado, el Club de Roma, una organización privada, publicó Los límites del crecimiento y la Carta Mansholt, que trataban de demostrar que la tendencia del mundo llevaba inevitablemente a un colapso, que debería producirse antes de un siglo, provocado por el agotamiento de los recursos naturales. Ambos estudios subrayaban la posibilidad de un margen de error porque las ciencias sociales (la economía) no poseen la exactitud y la previsibilidad de las denominadas "ciencias duras" (matemáticas, física, química,...). Y ese margen de error quizá es el que ha hecho que las previsiones de Malthus o del Club de Roma estén hoy más cerca de la realidad que cuando fueron escritas.
"En EEUU no sólo hay inflación: según datos muy recientes de la Oficina Presupuestaria del Congreso, 28 millones de estadounidenses utilizan hoy para comer todos los días el programa de cupones públicos de alimentos. Son 1,5 millones más que en mayo de 2007 y el nivel más alto desde el año 1964"
El desarrollo sostenible es un concepto generalizado hace dos décadas y que partió de la Comisión Mundial para el Medio Ambiente y el Desarrollo de la ONU. Hace seis años, la ONU celebró una cumbre en Johannesburgo que se tituló exactamente desarrollo sostenible. Aunque hay muchas definiciones sobre el mismo, la que merece el mayor consenso es la del Informe Brundtland, de 1987: "Es el desarrollo que asegura la satisfacción de las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades". A pesar de su ambigüedad, ésta sigue siendo la definición a la que casi todos nos aferramos, seguramente la única que podemos compartir porque es lo suficientemente generalista como para dar cabida a nuestras definiciones individuales.
El desarrollo sostenible tiene un carácter multidisciplinar, con tres componentes fundamentales: el medioambiental, el económico y el social. Con este concepto pasa lo mismo que con el de ciudadanía: sólo se puede hablar de desarrollo sostenible si contiene una integración de los tres elementos que sea algo más que una mera agregación diluyente. Es la base sobre la que se ha de construir una nueva forma de entender las relaciones económicas y las sociales, que rigen el sistema en el que se desenvuelven las sociedades actuales.
Pues bien, el concepto de desarrollo sostenible, y sus consecuencias económicas, sociales y medioambientales, ha vuelto a la agenda pública del mundo con la crisis alimentaría. Desde el año 2006, pero con mayor intensidad en los últimos meses, se dan dos hechos íntimamente relacionados: escasez en el mundo de materias primas alimentarías imprescindibles, y carestía de las mismas. Se mida como se mida, alimentos como el maíz, arroz, trigo, soja u otros cereales han tenido crecimientos de sus precios superiores al 100% en muchos casos. Según el Banco Mundial, la cesta de la compra básica en el mundo vale ahora como media un 33% más que hace tres años.
"Alimentos como el maíz, arroz, trigo, soja u otros cereales han tenido crecimientos de sus precios superiores al 100% en muchos casos. Según el Banco Mundial, la cesta de la compra básica en el mundo vale ahora como media un 33% más que hace tres años"
Ello da lugar a tres tipos de fenómenos: inflación en el Primer Mundo, reaparición de las hambrunas en buena parte del Tercer Mundo, y disturbios y revueltas en muchos países como Egipto, Camerún, costa de Marfil, Senegal, Burkina Faso, Etiopía, Indonesia, Madagascar, Filipinas, Haití, Pakistán, Tailandia, etcétera. Muchas veces, estos tres fenómenos se producen mezclados. Por ejemplo, en EEUU no sólo hay inflación: según datos muy recientes de la Oficina Presupuestaria del Congreso, organismo poco sospechoso de exagerar, 28 millones de estadounidenses utilizan hoy para comer todos los días el programa de cupones públicos de alimentos. Son 1,5 millones más que en mayo de 2007 y el nivel más alto desde el año 1964, cuando el presidente Jonson adoptó este programa dentro de su proyecto de Gran Sociedad y de la guerra contra la pobreza. La crisis también ha llegado a los estómagos de algunos millones de norteamericanos.
Podemos destacar algunas conclusiones de esta crisis alimentaría, de la que todavía no se conoce su profundidad y duración: se trata de la primera crisis global no financiera; todas las crisis globales que hemos conocido hasta ahora tenían su epicentro en el sistema financiero, no en el sector real. En segundo lugar, el mundo corre el riesgo de vivir una larga temporada de estancamiento económico acompañado de inflación, como en los años setenta. Y en tercer lugar, los Objetivos de Desarrollo del Milenio de la ONU se alejan un poco más del horizonte. No son perspectivas que permitan el optimismo.