ENSXXI Nº 2
JULIO - AGOSTO 2005
JUAN CRUZ
Periodista
El día de san Juan recibí dos llamadas, una al amanecer y la otra cuando ya anochecía; ambas venían de Jerez y procedían de dos poetas, Ángel González y José Manuel Caballero Bonald. Los dos llamaban por lo que resulta obvio, aquel era el día de san Juan.
Ambos estaban en la ciudad andaluza porque se habían reunido a hablar de la memoria y de la poesía; los dos practican esas artes, y en esas artes están unidos por lo más sagrado: por la palabra interior, por la confidencia abstracta, por el arte de decir qué tiene dentro el silencio que les habita.
Caballero es de Jerez, o de sus alrededores, y en Jerez está la fundación que lleva su nombre, y que los había convocado a los dos. Ángel es de Asturias, de Oviedo.
La procedencia social, cultural, de los dos poetas es disímil, se parecen en muy poco, y ellos mismos son bastante diferentes, lo fueron siempre, pero desde que se encontraron en Madrid y se hicieron amigos, en los años cincuenta del siglo XX, no han dejado de frecuentarse y, por la impresión que desprenden, siempre se quisieron.
Representan hoy, tantos años más tarde, lo que queda vivo de una generación extraordinaria que en España reivindicó la poesía en los tiempos del cólera. Carme Riera ha escrito que lo que les juntó a todos ellos ... Gil de Biedma, Carlos Barral, José Agustín Goytisolo, Juan García Hortelano ...-- era la búsqueda de la felicidad, a la que quisieron acceder muchas veces por el método más rápido posible, que entonces era para ellos el método del alcohol ...
"Entre las señas de identidad que les juntaron estuvo el profundo y común desdén por los modos de la dictadura, que era mostrenca, brutal y estéticamente desdeñable"
Bebieron y vivieron esperando siempre, como decía Carmen Martín Gaite de Ignacio Aldecoa y los suyos, un porvenir que no llegaba" "Sentadito en la escalera / esperando el porvenir/ y el porvenir que no llega ..."
Entre las señas de identidad que les juntaron estuvo el profundo y común desdén por los modos de la dictadura, que era mostrenca, brutal, y estéticamente desdeñable; los libros de memorias de Caballero Bonald, acaso los mejores para entender los vaivenes e incluso el humor de su tiempo, son un relato a veces esperpéntico de aquella época, cuando el poeta se adentra en las aguas turbias del franquismo y de sus personajes más conspicuos y también más manifiestamente ridículos.
En los poemas de Ángel están esos mismos personajes, acaso como trasunto, pero siempre representando el papel de los que están ahí para ennegrecer la vida, para hacerla más gris; pero está, sobre todo, el estallido que va a otorgar el poder a semejantes individuos sin escrúpulos y sin categoría moral. El brote sangriento de la guerra civil, con sus vientos de miedo, tiene en la poesía de Ángel González la expresión más alta de perplejidad y de ternura, y la poesía que siguió, como aquella prosa de Caballero Bonald referida al franquismo social propiamente dicho, es de una ironía vitriólica, incluso rabiosa, pero siempre asentada sobre los elementos que el humor le da a los poetas para ocultar su agria desesperanza ...
Los dos han sido, digo, grandes bebedores; dicen ambos que beber era una manera de evadirse de aquel mundo putrefacto; la bebida formó parte del pelotón que acabó con la vida de muchos de sus compañeros de tiempo, pero ambos se han salvado gracias a una salud descomunal que en el caso de Ángel González, que ha sido sometido a operaciones delicadísimas, parece más un merecido milagro que una consecuencia estricta de su propia resistencia. Ángel sigue bebiendo como en sus años jóvenes, que son sus años de anteayer, pero Pepe ha parado en seco, valga la redundancia, o casi en seco, porque ya no bebe alcoholes duros, seguramente alentado para ello por la inexistencia de adecuados bebedores como los que hubo en los tiempos pretéritos, en aquellos tiempos de las guerras perdidas.
Que ambos me hayan llamado de Jerez, donde estaban, por supuesto, celebrando la amistad y otras glorias no tan solo literarias, me llenó de una gran alegría, porque recibía sus recuerdos de una tierra que es feliz y porque ambos sonaban expresamente felices. No es común que en estos tiempos surjan del teléfono referencias felices sobre la vida; en realidad, vivimos en tiempos tan sombríos que incluso las llamadas amistosas se tiñen de la enfermedad del tiempo, y somos, con los amigos, eficaces, cálidos pero rápidos, nos da la impresión de que tenemos todo el tiempo del mundo y posponemos el tiempo de los abrazos, como si hubiéramos adquirido la costumbre de hablar despidiéndonos.
Estos personajes que llamaban no son estrictamente seres de otro mundo, ellos también están en este y sufren, como cualquiera, la cualidad difusa de la prisa, pero sin duda son también poetas, y ese entrañamiento de la poesía los hace cercanos y lentos, como esas ciudades italianas que ahora se proponen como sitios por los que se puede transitar saludando.
Esos saludos lentos, matutino uno y vespertino otro, desde una orilla de España me dejó pensando en todas estas cosas, y ahora que han pasado unos días de este mínimo pero reconfortante acontecimiento me detengo a describir las sensaciones que tuve y que ahora me vuelven a venir. La escritura es eso, el testimonio de una sensación; cuando esta sensación proviene de la constancia de la amistad se siente uno extraño, como si estuviera reconstruyendo un momento irreal, pues no siempre se ponen por escrito las cosas buenas que nos suceden. Estamos acostumbrados a escribir haciendo caer cortinas grises, y en este caso me vino a la mente la posibilidad de explicarles a ustedes que también puede haber canciones en los tiempos grises.