ENSXXI Nº 21
SEPTIEMBRE - OCTUBRE 2008
JOSÉ ARISTÓNICO GARCÍA SÁNCHEZ
Notario honorario
Setenta y cinco rosas de piedra
Durante los siglos XII y XIII, en plena crisis del sistema feudal, comienzan a desarrollarse los núcleos de población y nacen los burgos o ciudades que atraen la riqueza de los campos circundantes, los ciudadanos más inquietos incrementan su fortuna comerciando en las ferias incipientes y las ciudades comienzan a rivalizar entre sí en fueros, poder y esplendor. Los obispos y sus cabildos de canónigos necesitan reafirmar su influencia, los burgueses quieren sentir y mostrar con orgullo la grandeza de la urbe, y los gremios, artesanos y talleres quieren alardear el arte de que son capaces. Surgen así, de una acto de fe y de afirmación colectiva de los burgos nacientes, las grandes catedrales, casi siempre góticas, esos hermosos templos cuyas siluetas de agujas, pináculos y arbotantes se yerguen hacia el infinito en el corazón de nuestras ciudades tratando de encauzar hacia las alturas místicas el espíritu de los que las contemplan.
Nacían como sede para la cátedra del obispo, pastor natural de las almas, pero fueron también lugar de asambleas comunales, de reuniones civiles de gremios y oficios, asilo sagrado de perseguidos, sepulcro de sus bienhechores y lugar de congregación anual, en torno a su santo patrono, de todas las corporaciones de la urbe. Eran la sede comunal.
Setenta y cinco parece que hay en España, setenta y cinco libros de piedra cuyo lenguaje, claro y sublime, habla y conmueve por igual a cultos y nescientes, setenta y cinco enciclopedias silenciosas que irradian una luz mágica que inunda de misterio y espiritualidad al que las contempla. Son setenta y cinco hermosos libros de imágenes en piedra que nacieron como templos para gloria del cristianismo, pero que hoy constituyen además un compendio petrificado del saber, los ideales y los anhelos de la época y del pueblo que la erigió. Esa mezcla de ascetismo luminoso y solemnidad imponente que emana de la disposición de sus símbolos y del ritmo de sus tallas y relieves sigue siendo capaz de dejar extasiada la mente de cualquier alma sensible.
"Esa mezcla de ascetismo luminoso y solemnidad imponente sigue siendo capaz de dejar extasiada la mente de cualquier alma sensible, como Julio Llamazares que, en su primera entrega, nos invita a acompañarle en su viaje literario y a deshojar con él esas hermosas rosas de piedra que constituyen nuestras catedrales"
También la de los agnósticos, como Julio Llamazares que en esta su primera entrega “Las rosas de piedra” (Ed. Cátedra 2008) nos invita a acompañarle en su viaje literario y a deshojar con él esas hermosas rosas de piedra que constituyen nuestras catedrales por las que se siente seducido, como le ocurrió a Fulcanelli y a tantos otros, desde que cuando era niño contempló por primera vez la catedral de León a través de la luz de sus hermosas vidrieras. Incapaz de sustraerse a la atracción de lo inconmensurable que representan, y aunque el arrobamiento haya adquirido en su madurez el tono ocre de una reliquia imposible, Llamazares hace una descripción respetuosa y sensible, muy sensible, de las catedrales de la mitad norte de España. Galicia, Asturias, la vieja Castilla, País Vasco, Navarra, Aragón y Cataluña, dejando para un segundo peregrinaje las que faltan hasta degustar íntegramente toda la magia que pueden brindar al viajero las setenta y cinco catedrales que honran nuestra geografía y de cuyos constructores seremos eternos deudores de un debito impagable..
En una crónica de arte, de historia, de geografía, de costumbrismo, pero sobre todo es un ejercicio literario que nos desvela de forma placentera los secretos mejor guardados y las leyendas más fabulosas que atesoran nuestras catedrales, también nos aproxima a las “misericordias” más rijosas como las que hay en la sillería de la catedral de Zamora, y en su peregrinaje nos acerca a los tipos más pintorescos de la fauna ibérica --sacristanes, beatas, turistas y clérigos— con los que se topa, busca o se encuentra, o nos documenta con anécdotas curiosas como la etimología de Santander desde “Sant Emeter”, lo que convierte la lectura en un quehacer ameno e instructivo al tiempo.
"En una crónica de arte, de historia, de geografía, de costumbrismo, pero sobre todo es un ejercicio literario que nos desvela de forma placentera los secretos mejor guardados y las leyendas más fabulosas que atesoran nuestras catedrales"
Pero sobre todo nos enseña a gozar del arte que atesoran las capillas, las fachadas y los retablos que contienen nuestras catedrales, auténticos museos de arte acrisolado, con piezas no siempre suficientemente valoradas como ocurre con los tapices de Zamora, las 53 tablas --una por cada semana de un año bisiesto--, que Nicolás Florentino pintó para el retablo de la catedral “chica” de Salamanca, o la portada de poniente de la catedral de Tudela, que aguanta comparación con el Pórtico jacobino. Y sobre todo nos ayuda de forma distraída a rememorar y amar estos setenta y cinco monumentos y el mundo que representan, que tal vez ha quedado a desmano de la historia, pero que en todo caso son símbolo de un tiempo glorioso que ha quedado aprisionado en ellas. Setenta y cinco rosas de piedra que seguirán arrobando a las generaciones futuras como setenta y cinco esfinges mudas y herméticas símbolo de valores eternos.
Obama o la audacia de la esperanza
Quedan pocos días para las elecciones a la presidencia del país más poderoso del planeta. Las campañas electorales de los candidatos han dejado muestras de una agresividad renovada y en ocasiones virulenta, apenas contenida por los efectos contraproducentes que los managers advertían en el electorado. La prensa y los institutos de opinión han publicado encuestas y aventurado pronósticos que al estar dictados al socaire de coyunturas de conveniencia, infundían en los electores más confusión que criterios. A pesar de que la crisis financiera pronostica una ventaja insalvable de Obama siempre quedará una dosis de incertidumbre.
Pero hay algo en estas elecciones que será un hito histórico: la fulgurante aparición del senador Obama que, contra todo pronóstico, aún con el handicap que representaba no ya su color sino hasta su propio nombre que por su semejanza fonética con Osama Bin Laden indujo a algún asesor a cambiarlo, y con un osado discurso de giro radical en la política americana, ha ido superando con brillantez los obstáculos que desde todas las instancias se le ponían en su carrera por su nominación como candidato de los demócratas. Nada han oscurecido la figura de este valiente senador de color, las sombras proyectadas desde los círculos más insospechados en un baldío intento de enturbiar su figura.
"Todos están de acuerdo en que hay que virar el timón. Hay que refundar el sistema. Hay que sustituir los actuales mecanismos de control creados y manejados por los mismos financieros responsables de este fracaso"
Obama es un crack político. Aunque pierda, su estela dejará huella. También es un fenómeno mediático. Ahí esta su autobiografía, escrita a los 33 años, O’’BAMA, Los sueños de mi padre, recién publicada por la Editorial Almed de Granada, que en un lenguaje crudo y directo narra la ascesis desgarrada del autor, obseso por los calvarios raciales, a la busca de su propia identidad a través de las contradicciones de un mestizo que no es afroamericano pero tampoco es blanco. Y al lado una contrabiografía, la de Jerome R. Corsi, conocido matagigantes que en su día arruinó la candidatura de Kerry, que desde una animadversión no disimulada, tacha a Obama de izquierdista radical y le acusa de mucho, también de culto a su personalidad, una personalidad ficticia y artificial, dice, fruto de una gran operación de marketing que prefiguró hasta la opción racial de quien solo es un negro accidental y cuya victoria solo aportaría catástrofes al país. Pero sobre ambas obras destaca la que podemos considerar su programa político “La audacia de la esperanza” (Ed. Península, 2007) que en un lenguaje culto y razonado expone de forma reflexiva y calculada su ideario.
La última palabra la tienen los electores norteamericanos, sólo ellos, el 4 de noviembre, primer martes después del primer lunes de ese mes, según su enrevesada forma de expresar que el día 1 no es hábil en ningún caso. Pero, se quiera o no, aunque se debata solo en terreno americano, las cosas después de esa fecha, gane Obama o gane Mc Cain, nunca serán igual, ni allí ni aquí, ni en el mundo entero. La brisa tonificante que el discurso de Barack Obama ha levantado en todo el mundo --cambio, ilusión, esperanza, nosotros podemos--, ha hecho despertar la conciencias y ha resucitado la esperanza en los valores tradicionales de occidente que en los últimos años parecían anestesiados. Y lo ha hecho de una forma tan persuasiva y convincente por todo el planeta, que el partido republicano, comprendiendo que la ola del cambio que pregonaba el candidato republicano adquiría una fuerza tan arrolladora que podía convertirse en tsunami, se ha visto obligado a virar a favor de corriente hasta el punto de sostener que el verdadero cambio lo representan ahora su candidato veterano McCain y sobre todo la vitalista vicepresidenta recién llegada, Sarah Palin.
Cambio en todo caso, ese es ya el mensaje de ambos candidatos, un cambio de esperanza y renovación. Es el efecto del discurso ilusionante de Obama que ha repetido en sus mítines y apariciones públicas y explica concienzudamente en el libro que comentamos, un libro que si adolece de indefinición complaciente en algunos temas vitales, tiene como primer mérito dejar al descubierto las lacras de la política americana de los últimos años de la que ahora todos, demócratas y republicanos, se sienten desvinculados.
"El 'imperio del mal' de Reagan se transformó en el 'eje del mal' de Bush, y así, tergiversando informes de los servicios de inteligencia y subestimando temerariamente los costes en armas y vidas humanas, este Presidente del que ahora todos reniegan, se embarco en la guerra preventiva a la que sus halcones posmaccartistas le tenían predestinado"
Cierto que en esta obra-ideario Obama, aunque da muestras de mayor tolerancia adopta posiciones tibias de un hibridismo calculado en temas de candente actualidad como el aborto o el matrimonio gay. Cierto que aunque a regañadientes acepta la pena capital, bien que apuntando la exigencia de que se graven las confesiones y los interrogatorios de los condenados, lo que no sería poca garantía. Pero en general por sus páginas discurre la frescura de los principios universales que han inspirado las magnas constituciones de Occidente: libertad, igualdad, justicia, sujeción universal a la ley y a las Convenciones internacionales de todos los gobernantes, incluidos los integrantes de la inteligencia etc., y respeto ciego a los tribunales, capitulo en el que hace un alto sustancioso para recordar jocosamente la pataleta de los republicanos cuando por haber periodo mayorías en los tribunales recurrían al “obstruccionismo” de forma sistemática. Obama insiste con énfasis en la necesidad de la dispersión de poderes, rechazando la concentración de poder, la teocracia, el absolutismo y la extralimitación religiosa que Bush ha fomentado y de la que, en ocasiones, se ha servido.
Obama nos desvela con valentía ese punto en que la sociedad americana, tanto en temas políticos, religiosos y morales, declina hacia la hipocresía y el cinismo: critica la explosión retributiva de los ejecutivos que han multiplicado por 262 su salario sin haber mejorado en nada su rendimiento ni aumentado el de los asalariados, acusa a los que critican la inmigración pero al tiempo contratan a los inmigrantes ilegales que por menos salario están dispuestos a trabajar más duro, y señala con el dedo a los que se escandalizan por las letras obscenas de las canciones de rap pero no critican con el mismo ultraje las conductas deshonestas de los brokers o de los Consejos de administración.
Pero donde carga las tintas es en los puntos en que a su juicio mas han errado los republicanos. Esa retórica radical de sus “thinks tanks”, Gingrich o Nordquist por ejemplo, que, convirtiendo la política en una lucha maniquea entre el bien y el mal, denunciaron la voluntad de pacto como una debilidad punible y desembocaron como apóstoles de una misión divina en una guerra consecuencia de políticas caducadas. Fue una vuelta atrás. El “imperio del mal” de Reagan se transformó en el “eje del mal” de Bush, y así, tergiversando informes de los servicios de inteligencia y subestimando temerariamente los costes en armas y vidas humanas, este Presidente del que ahora todos reniegan, se embarcó en la guerra preventiva a la que sus halcones posmaccartistas le tenían predestinado, una guerra idiota, una guerra apresurada, una guerra basada no en la razón sino en la pasión, una guerra iniciada bajo un discurso patriótico-religioso que dejaba entrever que los detractores que osaran criticarla serían tildados de blandos contra el terrorismo y de conducta poco americana, una guerra en fin que hoy todo el mundo lamenta. Obama añade venturosamente en su mensaje una esperanzadora prevención contra las consecuencias que ha tenido el 11-S, se han forzado los principios constitucionales y los derechos humanos en nombre de la guerra contra el terror, dice, invitándonos a equilibrar entre todos en el futuro las exigencias de nuestra seguridad. (Ojala esta aspiración cristalice y permita al Notariado recuperar alguna de sus señas de identidad inmoladas en el altar del 11-S, por ejemplo).
“Obama pedía en su libro mayor vigilancia, mayor intervención, más controles, más verificaciones, menos incertidumbres, más seguridad ... Hoy estas palabras parecen proféticas. La crisis financiera y que ha descargado como un terremoto sobre Wall Street, ha servido para confirmar el final estrepitoso de las doctrinas neoliberales”
El otro punto fuerte de su ideario se centra, como era de esperar, en la economía. Obama nos previene en su libro contra el absolutismo económico –pocos impuestos, poca regulación y ninguna red de seguridad social-- en que derivó el “conservadurismo compasivo” de los neoliberales de Bush, una economía de “todo a ganador”, un canto a la desregulación, una sociedad deslumbrada por la magia del mercado y extasiada con el vértigo de los futuros… El mercado no es infalible, por sí solo no funciona ni actúa correctamente, el mercado incrementa la desigualdad de una sociedad en la que el ganador se lo lleva todo, es preciso hacer frente a sus fallos, encauzar sus impulsos, vigilar sus movimientos, crear una red de seguridad (social) para los desprotegidos. Obama pedía en su libro mayor vigilancia, mayor intervención, más controles, más verificaciones, menos incertidumbre, más seguridad…
Hoy estas palabras parecen proféticas. La crisis financiera, que a buen seguro no ha descubierto aun todas sus secuelas, y que ha descargado como un terremoto sobre Wall Street, ha servido para confirmar el final estrepitoso de las doctrinas neoliberales que durante décadas han preconizado los republicanos. El destino ha querido que sea el propio Bush, el presidente que con tanto ardor defendió y ensalzó a los epígonos de la escuela neoconservadora de Chicago que consagraron el mercado como las nuevas tablas de la ley, el que tenga que acudir en un acto de intervencionismo sin precedentes a salvar con dinero de todos al mercado de sus propios excesos para evitar la catástrofe general a las que los neocons le habían abocado. Obama, certero en su pronóstico, ha podido ahora permitirse el lujo de dar muestras de grandeza siendo el primero con los demócratas en apoyar, por razones de interés nacional, el plan de salvamento propuesto por el Gobierno de los republicanos, bien que poniendo condiciones que sirven de paso para señalar a los culpables: que el dinero de los contribuyentes sirva para la salvación de los miles de ciudadanos afectados y no para salvar empresas que han demostrado incompetencia o pagar emolumentos a los que con su gestión dieron lugar a este desastre: rebajas fiscales, aumento de la garantía de los depósitos bancarios, limites a los sueldos de los ejecutivos, controles rigurosos... Y reformas profundas en el futuro.
McCain, sorprendido en la torpe situación en la que le han dejado miembros de su propio partido y obligado a tomar como en el caso de la guerra de Irak un nuevo distanciamiento de sus principios, en una paradoja populista, ha tenido que asumir el papelón de mostrarse más renuente que los demócratas con el plan salvador de Bush, pero no para alinearse con los defensores de los tradicionales principios republicanos de no-intervención como hubiera sido lógico, sino --en una contorsión imposible-- salir en defensa del dinero de los contribuyentes a los que nunca antes quiso proteger frente a los abusos y excesos del librecambio no regulado, y prometiendo cambios fundamentales para el futuro. Intervencionismo salvador. ¡Qué paradoja! ¿Qué dirá Nordquist ahora, después de haber cacareado que había que “reducir el estado a un tamaño que permitiera ahogarlo en una bañera”? Y Reagan, el padre en origen de esta lluvia torrencial que se ufanaba de que “el gobierno no era la solución al problema, el gobierno era el problema”, ¿qué diría a los mismos neocons que ahora claman por una intervención perentoria del Estado con dinero de los contribuyentes para evitar la catástrofe a la que sus prácticas han arrastrado al mercado financiero?
Todos están de acuerdo en que hay que virar el timón. Hay que refundar el sistema. Hay que sustituir los actuales mecanismos de control creados y manejados por los mismos financieros responsables de este fracaso. Analistas, empresas de calificación, auditores, agencias de rating, bancos de valoración, bancos de gestión de ventas y negocios etc., instituciones que al estar sujetas al vaivén de las mismas reglas del mercado que han de controlar, muchas cotizan en bolsa y están participadas por los enjuiciados, son jueces y parte del mercado, con lo que en lugar de refrenar el riesgo, como dice Stiglitz, lo incrementan, son gasolina sobre un incendio. Y así será siempre si queda en sus manos. (Y aun hay quien pretende –perdonen este inciso- sujetar al notariado por ejemplo, uno de los escasos controles de tanta vorágine, a las reglas liberalizadoras del mercado que ha de controlar, justamente cuando se acaba de contrastar el fracaso de esta receta…)
“Cambios profundos. Así lo reclamaba Obama en el libro que comentamos, antes de esta cataclismo, y así lo empieza a reclamara McCain tras él. El mercado no se basta a si mismo. Esperemos que esta lección sirva para que los gobernantes del resto del mundo, incluido el propio McCain si llega a gobernar, aprenda que las recetas liberalizados no son el ungüento de fierabrás”
Es preciso aclarar tanta confusión. Hay que refundar el sistema financiero. Pero hay que actuar con rigor y no volver a dejarse seducir por los cantos de sirena del mercado autorregulado, como advierte Obama en su libro. Y estar alerta. No se ha apagado el fuego de esta catástrofe financiera y ya se lee en la prensa que algunos de estos golden-boys proponen “para ayudar al plan de rescate” según dicen, que se suspenda (¿o se elimine?) la regla contable mark-to-market de realidad de balances. ¿Ya se pretende, con el cadáver de cuerpo presente, apelar a la magia de la ingeniería financiera dejando en los libros contables una bacteria para que futuras emisiones de activos sin respaldo y derivados alumbren nuevos productos tóxicos?
Cambios profundos. Así lo reclamaba Obama en el libro que comentamos, antes de este cataclismo, y así lo empieza a reclamar McCain tras él. El mercado no se basta a si mismo, son necesarios controles, reglas, pautas, cauces, seguridad. Y también correcciones a tiempo. Esperemos que esta lección sirva para que los gobernantes del resto del mundo, incluido el propio McCain si llega a gobernar, aprendan que las recetas liberalizadoras no son el ungüento de fierabrás. Obama con esta adhesión paladina al plan de salvamento de Bush, ha vuelto a dar una lección de algo que pregona repetidamente en la obra que comentamos: su programa político, además de mensajes ilusionantes entre ellos una esperanzadora atención a la opinión pública mundial, rezuma realismo, sentido práctico, flexibilidad y rechazo a lo absoluto. La aprobación del Plan de Bush para evitar la recesión y el cierre generalizado lo demuestra. Vale la pena repasar su audaz ideario para mantener la esperanza. Si pierde, como referencia de lo que pudo ser y sirvió de punto de inflexión a McCain. Si gana, como promesa cuyo incumplimiento la historia le demandará.