ENSXXI Nº 23
ENERO - FEBRERO 2009
JOSE ARISTÓNICO GARCÍA SÁNCHEZ
Notario de honorario
EL MEDITERRÁNEO
John Julius Norwich es un hombre ilustrado, uno de esos viajeros cosmopolitas tan frecuentes en el mundo anglosajón, dotado de un talento insólito para dramatizar hechos históricos sin alterarlos, es decir para transformar la historia en un relato dramático sin perder por ello la fidelidad. Tampoco pierde el ritmo. Y no permite que el lector pierda el interés, lo que consigue encontrando detalles, claves, anécdotas o circunstancias cotidianas o extravagantes, que al tiempo que enganchan al lector, le implican y hacen cómplice de las razones que justifican las conductas y los hechos narrados convirtiéndolos en inevitables. El resultado es una narración fluida y una lectura apasionante. No sacrifica para ello el rigor histórico ni renuncia a una valoración crítica de los hechos desde una perspectiva artística o cultural. Pero su agudeza analítica, su dominio del lenguaje y su visión panorámica de la historia le permiten aunar rigor, amenidad y vivacidad.
Lo demostró singularmente en su primera obra Historia de Venecia (Almed 2003, Granada), hoy agotada, que narra con una maestría singular y al tiempo con un fervor apasionado la historia de la República Veneciana desde que el miedo a los lombardos en el siglo V indujo a los más prudentes a refugiarse en aquella planicie inhóspita de agua, juncos y marismas que constituía la laguna veneciana, hasta el 12 de mayo de 1797 en que también por miedo, esta vez a las amenazas de Napoleón y al alzamiento popular que éste instigaba, los miembros del Gran Consejo, otrora omnipotentes, empezaron a escapar del Palacio de la Signoria disfrazados y por las puertas laterales, dejando vacía la cámara y solo al dogo, quien en su soledad desanudó despaciosamente el solideo de ordenanza con que se tocaba y se lo entregó a su ayuda de cámara con la famosa frase: “Tole, questa no la dopero piú” frase con la que acabó la republica y termina Norwich su historia.
"Tampoco pierde el ritmo. No permite que el lector pierda interés, lo que consigue encontrando detalles, claves, anécdotas o circunstancias, que al tiempo que enganchan al lector, le hacen cómplice de las razones que justifican las conductas. El resultado es una narración fluida y una lectura apasionante"
Ese éxito editorial indujo a los editores a encargarle una historia del “mare nostrum”, palestra de las epopeyas venecianas que tan bien había descrito, testigo durante al menos treinta siglos de las más deslumbrantes civilizaciones de la historia y a cuya vera, cuando no sobre sus propias aguas, han tenido lugar los hechos históricos decisivos de la humanidad, lo que Norwich ha realizado en la obra que hoy comentamos “El Mediterráneo” (Ariel 2008). Es otro libro excelente, en el que el autor sigue mostrando su maestría narrativa y su capacidad para encuadrar el devenir de la historia en el marco del drama y los hechos en consecuencia necesaria de los preámbulos que aporta.
No es una historia de nuestro mar, no estudia su formación geológica, ni alude al momento majestuoso en que Heracles colocó sus famosas columnas y separó Europa de África abriendo el estrecho de Gibraltar para que las aguas atlánticas revitalizaran su cuenca. Ni al levantamiento sísmico que separó a Europa de Asia enlazando por el este sus aguas con las del vecino Mar Muerto, ni al instante en que, esta vez por obra del hombre, se juntó con el Océano Índico a través del Canal de Suez muchos siglos después. Tampoco estudia la evolución de sus aguas, de las especies marinas que lo habitan o de los vientos que lo agitan, ni nos narra la evolución del arte de la navegación que permitió mantener ese mar como el centro de comunicaciones más importante del planeta durante siglos. Tampoco ha intentado Norwich encontrar el espíritu de ese mar, el alma determinante de los hechos que suceden a su vera al estilo del ensayo de Magris sobre el Danubio. Ni siquiera trata de analizar los hechos históricos en razón del influjo determinante o circunstancial de ese mar.
Su propósito es más modesto. Solo pretende hacer una narración, espléndida y amena desde luego, de los hechos históricos que han tenido lugar en sus orillas. Norwich empieza su relato con una alusión al antiguo Egipto, cuya cultura redescubrió, dejando fascinada a toda Europa, Napoleón en su intento de establecer allí una base estratégica contra los ingleses en su camino a la India. Y lo concluye convencionalmente con la Gran Guerra que, al eclipsar a los tres poderosos imperios que lo dominaban, tuvo mayor influencia sobre el escenario mediterráneo que la Segunda Guerra Mundial. En ese amplio ciclo de treinta siglos y a través de 33 capítulos, dejando a un lado las mareas, las corrientes o las tormentas salvo cuando van a ser decisivas en el devenir de los hechos, Norwich aplica su talento a narrarnos las vicisitudes de las tierras del Mediterráneo en la medida en que su historia resultó afectada por el emplazamiento que ocupan sus orillas.
Ahí está la cruz de su proyecto. De muchos países decisivos en la historia como Francia o Alemania solo habrá noticias cuando extendieron su influencia a las tierras del Sur, resultando por tanto una visión parcial o parcheada de su trayectoria histórica general. De otros como España, el Islam, el norte de África o el Imperio turco la visión será más completa al ser sus relaciones con el Mediterráneo más intensas. El gran protagonismo los asumen Grecia e Italia, no la Grecia o la Roma clásicas, que despacha con grandes trazos, sino la Grecia bizantina y la Italia medieval y moderna, época y países en cuyo estudio el autor se siente especialmente cómodo y hasta deslumbrado.
"El interés del libro crece a medida que entran en juego los pequeños estados italianos, interfiere el sacro imperio, despierta el mundo árabe e irrumpe el Imperio turco"
La historia del Mediterráneo para Norwich es primordialmente la historia de las ciudades-estado italianas, Génova, Pisa y Florencia, los Estados Pontificios, las intromisiones del Sacro Imperio, los reinos de Nápoles y Sicilia, especialmente en sus relaciones con Oriente, primero con Bizancio y el Islam naciente, época de las cruzadas y apertura de las primeras rutas comerciales hacia Oriente, y luego con el Imperio otomano que, tras siglos de tensión y conflicto con la Cristiandad, terminó tomando Bizancio y extendiendo sus tentáculos por todo el norte de África y la península de los Balcanes y reduciendo a la Cristiandad a partir del s. XVII a los límites de la que conocemos hoy como Europa occidental.
No es un libro más de Historia Universal parcial o temática. Es algo más aunque de valor desigual. Poco aportan sus reflexiones sobre el mundo clásico, Egipto, Grecia y Roma, por ejemplo, analizados ya por las mentes más preclaras desde todos los puntos de vista. El interés del libro crece a medida que entran en juego los pequeños estados italianos, interfiere el sacro imperio, despierta el mundo árabe e irrumpe el Imperio turco.
No porque Norwich se enrede en consideraciones filosóficas o religiosas en el lógico conflicto poliangular entre civilizaciones, religiones y razas que este encuentro multilateral supuso, conflicto frente al que Norwich hace gala de una aparente neutralidad. Norwich no disimula, por ejemplo, su fascinación por la esplendorosa aventura árabe o por la magnificencia bizantina durante los siglos en que Occidente arrastraba el rudo hierro de los bárbaros. Y carece de prejuicios, aunque en sus valoraciones no es capaz de liberarse de las prevenciones del hombre actual para enjuiciar hechos pasados desde una óptica depurada por criterios que en la época en que ocurrieron todavía no se habían formulado. Ha sido bastante general, por ejemplo, el lamento de los historiadores por la expulsión de los judíos en 1492, y más aún la de los moriscos por el infame Lerma en 1609, pero quizá no sea correcto considerar ésta, como hace Norwich, como una limpieza étnica y compararla con otras posteriores cuando añade que “tendrían que pasar tres siglos para que Europa fuese testigo de algo semejante”. No es esta una lectura patriótica, pues España resulta muy bien valorada en el libro, tanto en su época gloriosa, de la que ensalza sobremanera a Fernando de Aragón, que salió sistemáticamente vencedor en todas las peripecias de la historia, a Fernández de Córdoba, a Juan de Austria a quien atribuye el éxito de Lepanto por su magistral manejo de la flota cristiana, Carlos V, Felipe II etc., como en épocas posteriores, muy concretamente en los contenciosos con el Reino Unido a propósito de Menorca y Gibraltar durante el s. XVIII. Ni tampoco es exclusiva. Los francos, en su comportamiento durante las cruzadas, en el saqueo, incendio y destrucción de Constantinopla en la cuarta cruzada, en las crueldades que infligieron a los musulmanes desde el efímero Reino Latino de Jerusalén o en su diáspora tras la aciaga cuarta cruzada por la tierra de Grecia en el s. XIII exportando feudalismo y crueldad y creando taifas y despotatos (sic) de los que la historia parece haberse olvidado, salen peor parados.
Norwich no renuncia, pues, a valorar hechos y actitudes, pero lo hace desde una perspectiva y bajo un rasero estrictamente cultural. Severa es su crítica contra dos hechos que marcaron una época aciaga para el Mediterráneo y que Norwich enjuicia con dureza. El cierre al comercio del mar Negro y la ruta a oriente a partir de la toma de Constantinopla por los turcos y la expulsión de los musulmanes de España. Fueron dos auténticos cataclismos. Ambos hechos condujeron a la proliferación de vagabundos sin rumbo en el Mediterráneo, en el este cristianos, sardos, malteses, genoveses y griegos que ya no podían comerciar con oriente, y en el oeste musulmanes arruinados, desarraigados y sedientos de venganza que merodeaban desde el norte de África. Filibusteros privados y bucaneros todos ellos que infestaron el mar Mediterráneo convirtiendo un mar cuna de culturas en un peligroso nido de piratas durante siglos.
Pero hay dos tragedias ante las que no puede disimular su irritación. Una –ya lo hemos dicho- es la Cuarta Cruzada, monumento a la intolerancia y a la ambición territorial que dañó irreversiblemente a Bizancio y dividió de forma definitiva a la cristiandad, mejor el turbante del sultán que el sombrero del cardenal dijeron tras ella los ortodoxos. La segunda, que no duda en imputar a su querida Venecia, la destrucción del Partenón en 1687 por un disparo desdichado de cañón del infame veneciano Morosini que, además, en su torpe intento de rapiña de los caballos y el carro de Atenea, tiró el monumento al suelo y lo hizo añicos: solo quedaron dos leones, que el miserable se llevó a Venecia como trofeo y actualmente flanquean la entrada al Arsenal.
"Hay dos tragedias ante las que no puede disimular su irritación. Una es la Cuarta Cruzada monumento a la intolerancia, la destrucción del Partenón en 1687 por un disparo de cañón del infame Veneciano Morosini"
También exclusivamente desde un prisma cultural reparte elogios y manifiesta su entusiasmo Norwich. Lo hace con el milagro de Venecia, una ciudad que un puñado de fugitivos arrojados sobre un banco de arena sin vegetación ni agua potable ni espacio para edificar llegaron a convertir en la ciudad más admirada del mundo y su republica en reina de los mares durante siglos. Se entusiasma con la finura y nobleza de la corte imperial de Bizancio, y con el despertar del mundo árabe que cristalizó en admirables realizaciones de tolerancia y esplendor como los califatos omeyas, o la corte del sultán Suleiman quien superó en grandeza a los monarcas coetáneos que dominaron Europa en la primera mitad del siglo XVI, el emperador Carlos, Enrique VIII de Inglaterra o Francisco I de Francia. Suleiman, dice Norwich, fue incontestablemente el más grande, un hijo del Renacimiento en su estilo oriental, un hombre de gran saber y amplia cultura y un poeta sensible.
Pero donde su entusiasmo se desborda rozando la veneración es ante el reino normando de Sicilia. Roger II, con su cancillería políglota, canal hacia Europa de la cultura griega y árabe, creador de la celebérrima Capilla Palatina de Palermo. Y sobre todo Federico Roger II que hablaba seis lenguas y convirtió la corte siciliana en el siglo XII en la más culta de Europa, como en el s. X lo había sido la Córdoba califal. Palermo, en cuya corte se inventó el soneto, lugar de encuentro de eruditos, geógrafos, científicos, matemáticos cristianos, judíos y musulmanes, que hicieron de Sicilia el reino más deslumbrante de la Edad Media. Y Federico, que, ya emperador, tomó Jerusalén, no disimuló su admiración por la civilización islámica, tuvo un regimiento personal de sarracenos y su propio harén, es para Norwich el gran héroe medieval, un gigante, un semidiós, tan germánico como italiano, pero que quería emular a los emperadores romanos y que desde luego fue, y como tal se le reconoció, stupor mundi.
Es apasionado Norwich, aunque intente contener su fervor en la misma raya que su imaginación al relatar la historia. No obstante hay que reconocer que en todo momento da prioridad al curso de la narración, huyendo de análisis detallados de los hechos que narra como de excesivas exhibiciones de erudición. La obra es excelente, una espléndida forma de divulgación, culta y documentada, de la historia de los siglos X a XVII fundamentalmente, con especial atención a las repúblicas italianas, y una amena forma de incorporar a nuestro acerbo cultural una visión atractiva y seductora de los sucesos ocurridos en las aguas de este mar de encuentros y conflictos en el que han tenido un papel fundamental islas como Creta, Rodas, Chipre, Malta, Córcega, Cerdeña etc. cuya historia también aborda Norwich en la forma entretenida y apasionante, apoyada en la minuciosidad que hemos dicho.
MILLENNIUM
Sorprende la proliferación editorial que ha tenido en los últimos años la novela negra, una novela negra adaptada a las nuevas coordenadas que hoy definen Internet, los ipod y demás ingenios de la cibernética globalizada que cada día renueva las formas de la comunicación (y de espionaje), frente a las que aquellos artilugios, aún los más sofisticados de la era del agente 07, nos parecerían juguetes infantiles. Notable ha sido esa explosión en el mundo editorial del norte de Europa, donde autores de la talla de Henning Mankell y su inspector Wallander, o Persson con su trilogía “El declive del bienestar” entrecruzan el esquema de las novelas del género negro con el análisis de las cloacas de la política o de la inteligencia de estado incluso con apoyatura en algunos hechos históricos, como el asesinato en 1986 de Olof Palme o la ocupación de la embajada alemana en Estocolmo por un grupo terrorista vinculado a la banda Baader-Meinhof.
Pero ha sido Stieg Larsson quien con su trilogía Millennium ha superado a todos ellos en las preferencias del público. Semana tras semana ha ocupado el primer lugar del ranking de libros más vendidos el Tomo I de la trilogía, “Los hombres que no amaban a las mujeres” (Destino, 1908, una edición por mes desde su aparición) y el Tomo II “La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina” (Destino, noviembre de 1.908, seis ediciones ya), y a la vista del éxito fulgurante de estos tomos no es arriesgado augurar un triunfo similar cuando se edite el otro tomo de la trilogía, “La reina en el palacio de las corrientes de aire”, tomo tercero y último porque el autor Stieg Larsson, falleció repentinamente de un infarto irreversible en 2004 a la edad de cincuenta años y a los pocos días de entregar el original de este best-seller, sin haber podido saborear el éxito vertiginoso que iba a conseguir primero en su país y luego en todo occidente donde se cuentan por cientos las ediciones y por millones los lectores de obra tan singular.
"Es una novela de espionaje o periodismo de investigación, que tiene el mérito de incorporar a su trama los elementos o símbolos que conforman la convivencia de nuestra modernidad, móviles, MSM, piercings y tatuajes, e-mails, etc"
No es una obra maestra y no presenta méritos para pasar al Parnaso literario, ni tampoco para desgastar horas fértiles en su lectura. Es una novela de espionaje o periodismo de investigación, que tiene el mérito de incorporar a su trama los elementos o símbolos que conforman la convivencia de nuestra modernidad, móviles, MSM, piercings y tatuajes, e-mails, etc. y conectar con las ideas que flotan en el entorno de cierta cultura triunfante en la actualidad, juventud, desenfado, jovialidad, acracia, libertad sexual, tolerancia, antifascismo, mentalidad arco iris y desprecio por los tejemanejes de los políticos, los financieros y las grandes multinacionales quienes, todos ellos, están apriorísticamente bajo sospecha. Es una civilización nueva de difícil catalogación ética, pero que de acuerdo con las fatídicas reglas de la historia está destinada a imponerse a corto plazo de forma irreversible.
La estructura de la obra incorpora como técnica narrativa el sistema de los encadenados cortos de imagen o sketchs cinematográficos que inauguró Dan Brown en el Código Da Vinci y que fue una de las razones de su éxito. También como en la obra citada, Larsson busca y consigue, con una calculada dosificación de datos, despertar en el lector esa impaciencia o angustia por conocer la continuación de la historia que le induce a devorar desesperadamente los episodios siempre cortos --como corresponde a la técnica de thriller cinematográfico-- y esencialmente dialogados de la historia, que dotan a la obra del dudoso mérito de integrarla en la lista de las obras que “se leen de un tirón”.
"La estructura de la obra incorpora como técnica narrativa el sistema de los encadenados cortos de imagen o sketchs cinematográficos que inauguró Dan Brown en el Código Da Vinci"
Pero Stieg Larsson no sólo rinde tributo a Brown en cuanto a la técnica narrativa. También es tributaria del idealismo prodigioso o mundo de los seres fantásticos de Harry Potter. Los héroes de esta trilogía no son caballeros andantes, ni detectives astutos e intuitivos, ni hidalgos nobles y justicieros como en los westerns, ni tampoco son superagentes invulnerables. Son una pareja sorprendente y ultramoderna. Un reportero que hace periodismo de investigación, Mikael Blomquist, bizarro y exitoso, alma de la revista “Milennium” que pretende denunciar y liberar el mundo de los tejemanejes y trapos sucios de industriales, financieros o políticos corruptos, que practica un código de ética social estricta y moral individual laxa, y sobre todo, comiéndole el terreno por etapas frente a los lectores y, quizá inadvertidamente frente al propio autor, la gran heroína, Lisbeth Salander, una superwoman esmirriada y plana de cuarenta kilos y cuerpo de adolescente, bisexual, inadaptada, con un código de moral particular, libertad y lealtad, una sociópata al borde de la psicosis, pero al mismo tiempo –y ahí reside su gran recurso-- una hacker de poderes cuasi-sobrenaturales, capaz de hacer saltar las claves mejor encriptadas, que además escala muros y sabe artes marciales, y que, en aplicación de su particular código, es capaz de tomarse terroríficas venganzas de quien la ultraja y de arriesgarse hasta la muerte para salvar de agresiones injustas al desdichado.
Hay que sumar entre los méritos de esta trilogía la crónica sociológica de denuncia que subyace. En el Tomo Primero, Los hombres que no amaban a las mujeres, Larsson nos descubre una poderosa saga de industriales adinerados que, junto a éxitos empresariales y financieros, acumula vergonzosas aficiones nazis, monstruosas desviaciones sexuales, terribles asesinatos y misteriosas desapariciones que el protagonista, periodista de investigación, tiene encomendado resolver por encargo de uno de los miembros del clan ya retirado, lo que solo conseguirá, como era de esperar, gracias a la superstar Lisbeth Salander que le socorre cuando es menester.
"La gran heroína, Lisbeth Salandern, una superwoman esmirriada y plana de cuarenta kilos y cuerpo de adolescente, bisexual, inadaptada con un código moral particular, libertad y lealtad, una sociópata al borde de la psicosis, una hacker de poderes cuasi-sobrenaturales"
En el Tomo segundo, La mujer que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, es el submundo de los macarras y la prostitucion esclavizada de mujeres procedentes de países del este de Suecia y las connivencias de funcionarios y policías corruptos, lo que va a denunciar un reportero free-lance para Millennium, propósito que costará varios asesinatos que también son resueltos, como era de esperar, por la pareja protagonista con la intervención siempre decisiva en los momentos clave de la maga del espionaje cibernético Lisbeth Salander, que en este tomo y gracias a sus recursos ha dejado de ser pobre y tras su paso por una clínica de Génova también ha dejado de ser plana.
No está exenta de mérito literario esta obra. Junto a una técnica narrativa magistralmente utilizada, la acción late y avanza con un ritmo poderoso y absorbente. Una acertada dosificación dramática y ese hálito creciente que vigoriza de forma constante la línea del relato hacen que el lector disculpe los defectos de coordinación o dispersión de actores, algunos diálogos insulsos e innecesarios y ese estereotipado lineal de los personajes, definidos en general de un trazo solitario y anodino. Lenguaje directo, técnica desenfadada, recursos polivalentes y la irrupción fresca de símbolos e iconos pertenecientes a esa cultura enraizada en la cibernética y la globalidad que nos invade, redimen en gran medida de sus tachas básicas a este best-seller.
No nos confundamos. No es, como ya se ha dicho, para horas lectivas sino de asueto o desahogo. Es solo literatura de entretenimiento o evasión, pero que, muy desenfadadamente, cumple de forma brillante su objetivo.