ENSXXI Nº 28
NOVIEMBRE - DICIEMBRE 2009
JUAN CRUZ
Periodista
Detrás de esa apariencia de persona enfurruñada contra el mundo hay un atlético de gran corazón, un tipo capaz de hacer el milagro de editar como si jugara. Es el primer amigo de muchísimos, el primero que intuye de qué soledad sufre el otro, y acude en su auxilio sin que se note.
Su trabajo es quizá el más placentero del mundo, leer, aconsejar lecturas, publicar poesía. Con eso bastaría para que un hombre fuera feliz. A esas obligaciones gratas él añade, para ponerla en primer lugar, la tarea benéfica de la amistad. Mataría por el Atlétic, pero sobre todo mataría por los amigos.
Cuando a su gran amigo Mario Benedetti un poeta de aquí trató de hacerle un rasguño, Chus dejó la cerveza del mediodía a un lado e hizo de su disgusto una bandera en la que envolvió su concepto de la lealtad.
Su relación con Mario, sobre todo, y con Ángel González, con tantos, ha sido de una enorme fidelidad creativa. Escucharle hablar de otros a veces produce la sensación de que reprocha. Su manera de hablar incluye esa paradoja: envuelve el amor en la palabra áspera de Castilla, pero lo que hay dentro es un corazón de oro cuyo oro él regala.
Quizá fue la primera persona que conocí en Madrid, acaso en el año 1972, cuando vine de paso para Santander, donde debía asistir a un curso de literatos. Él ya estaba en su librería, en la Calle Isaac Peral, detrás de la mesa de despachar libros, mirando, muy serio, observando "esto lo recuerdo perfectamente" cómo Félix Grande se empeñaba en encontrar lo que no había.
Chus, que para mi entonces se llamaba Jesús García Sánchez, así aparecía en los periódicos y así me parece que ya estaba en crónicas y en libros, se sabía de memoria no sólo sus estanterías, sino las estanterías de todo el mundo. Entonces no se publicaban tantos libros como ahora, y sobre todo no había tantos poetas. Él se sabía, de memoria y de corazón, a algunos poetas de entonces, pero sobre todo se sabía al dedillo todos los nombres. Era un conocimiento ciclópeo, consistente, inesperado.
"Su trabajo es quizá el más placentero del mundo, leer, aconsejar lecturas, publicar poesía"
Su pasión por publicar poesía vino al tiempo que se supo tan bien a los poetas; quiso leerlos, degustarlos y divulgarlos. Su colección de poesía es ahora un manifiesto: de amor y de exigencia; en silencio, ha ido construyendo un edificio que se parece a una idea, y que por tanto representa un sentimiento. Un sentimiento de amor y de reconocimiento de la poesía como arma de entendimiento, pero sobre todo como el trasunto de un silencio.
Ese día que le vislumbré en Madrid, desde lejos, me dio la impresión de ser un personaje de lejanías, un tipo que las ve venir, y que no se compromete con lo que tiene alrededor. Es curioso: esa es la impresión que sigue dando, y es una impresión engañosa. Tiene, o expone, un enorme desdén para consigo mismo, que luego traslada a las boberías de los otros; procura enfrascarse en lo esencial y no pierde el tiempo en estupideces. Habiendo tratado con los poetas, a los que conoce mejor que Dios, él sabe ya qué es la sensibilidad y qué es la suspicacia.
Fue un gran amigo de Rafael Conte, que como crítico literario y como periodista tuvo que combatir la vanidad humana, y sobre todo la de sus amigos, con esa clase de desdén que Chus muestra ante los inconvenientes del alma. Y en eso se parecían. Y además se parecían, y se parecen, porque las amistades son inmortales, sobre todo las de Chus, en la pasión por leer; leer sin otro propósito que leer, disfrutar, saber; no lee Chus para decirlo, sino para decírselo, no tiene la vanidad del que expele cada libro que va leyendo en forma de cita, que muchas veces se convierte en una autocita.
Entonces, cuando le vi recitándole a Félix Grande los libros que había en su escaparate como si los hubiera recontado, no podía imaginar que detrás de ese aire desdeñoso con el que va por la vida había un ser tan sutil, tan interior, tan generoso. ¿Generoso un editor, un tipo condenado a decir no tres veces al día? Generoso. Le vi trabajar muy de cerca con algunas personas, con Benedetti, con Ángel González, con José María Amado, el continuador de esa aventura espléndida que era y que es Litoral, ahora en manos, sabias, de Lorenzo Savall. El modo como Chus trataba a Amado, que era impetuoso y caprichoso, y también inventivo y genial, es una de esas muestras que he tomado de la vida para tomarle cariño al editor desdeñoso que simula ser el editor de Visor. De la manera más elegante posible, ponía a un lado las ocurrencias de José María y con mano izquierda las convertía en iniciativas correctas, llenas de sentido común, que es quizá el sexto sentido que ha llevado a Chus Visor a guardar con discreción la inteligencia de los secretos.
"Su pasión por publicar poesía vino al tiempo que se supo tan bien a los poetas; quiso leerlos, degustarlos y divulgarlos"
Esa actitud fue para mi una medida de su generosidad, intelectual, humana, el desmentido activo de la apariencia de desdén con la que actúa.
Su medida de editor consciente, pero sobre todo de amigo delicado, la dio en su larga relación, de afecto y de ayuda ilimitada, con Mario Benedetti, al que le alegró los últimos años de su vida con su visita a veces sorprendente en los momentos en los que el poeta asolado necesitó más de la mano cercana de un amigo así. En Madrid le iba a ver todos los viernes, para hablar de fútbol, la pasión común; a Montevideo le fue a ver para llevarle el grano de café que siempre guarda a un amigo para el amigo que se conforma sólo con que le vayas a ver, porque en la mirada está el silencio del afecto. En el silencio es magistral Chus; ahí lo dice todo, y aunque esté diciendo no, o aunque te esté mostrando desdén, en realidad te está dando un abrazo.
Yo lo he visto así, qué quieren que les diga.