ENSXXI Nº 28
NOVIEMBRE - DICIEMBRE 2009
JOAQUÍN ESTEFANÍA
Periodista y economista
Se acaban de conmemorar los 20 primeros de la caída del muro de Berlín. Noviembre de 1989 ha sido la fecha puesta por los historiadores y politólogos como el parteaguas de dos épocas y el momento en que se accede a la globalización como marco de referencia de nuestra época. Con aquel muro se desplomó definitivamente la utopía del socialismo real y el estatismo burocrático. Dos décadas después de aquello parece haberse desmoronado otra utopía regresiva, la del radicalismo de mercado, que ha conducido a la Gran Recesión de la primera década del siglo XXI.
Entre una y otra fecha el mundo ha vivido el periodo más largo de crecimiento económico, más de 14 años seguidos en la parte alta del ciclo, otra edad de oro del capitalismo, lo que mejoró las condiciones de vida de mucha gente. Pero como escribió hace poco Gorbachov, uno de los héroes de aquello, el capitalismo occidental, privado de su viejo adversario histórico e imaginándose a sí mismo como el indiscutible ganador histórico y la encarnación del progreso global, abusó de su poder. Fue aquél un crecimiento desequilibrado, sin equidad y salpicado de corrupción. Un historiador británico, Eric Hobsbawm, acuñó una tesis que le hizo famoso: la del siglo XX como un siglo corto. Decía: hay una coherencia intrínseca en los años transcurridos desde el estallido de la Primera Guerra Mundial hasta el hundimiento del comunismo. Casi ocho décadas, de las que dice Hobsbawm: “Cuanto he escrito hasta ahora no puede decirnos si la humanidad puede resolver los problemas con los que se encuentra al final del milenio, ni tampoco cómo puede hacerlo. Pero quizá nos ayude a comprender en qué consisten esos problemas y qué condiciones pueden darse para solucionarlos, aunque no en qué medida estas condiciones se dan ya o están en vías de darse. Puede decirnos también cuán poco sabemos y qué pobre ha sido la capacidad de comprensión de los hombres y las mujeres que tomaron las principales decisiones públicas del siglo, y cuán escasa ha sido su capacidad de anticipar –y aún menos, de prever- lo que iba a suceder, especialmente en la segunda parte del siglo” (Historia del siglo XX).
"El capitalismo occidental, privado de su viejo adversario histórico e imaginándose a sí mismo como el indiscutible ganador histórico, abusó de su poder"
Hoy, cuando llevamos más de dos años y medio de profunda crisis económica y sabemos que es muy probable que nuestros hijos no vayan a vivir mejor que nosotros, cuando se empiezan a desvelar con carácter permanente y no transitorio las huellas que esa crisis va a dejar en términos de paro, empobrecimiento de las clases medias, marginalidad, hambre, desigualdad o endeudamiento, ¿es demasiado arriesgado analizar tal crisis como una continuación natural de ese futuro desconocido y problemático que define al siglo XX, según Hobsbawm, y aseverar que a medida que avanza la nueva centuria está cada vez más claro que la tarea principal será reconsiderar los abusos intrínsecos del capitalismo? Entonces, el siglo XX no sería un siglo corto sino un siglo largo.
Robert Skidelski, el mejor biógrafo de Keynes (que acaba de publicar en castellano un soberbio libro titulado precisamente El regreso de Keynes) habla de la actual crisis económica como la de un triple fracaso. Primero, fracaso institucional pues los bancos se transformaron en casinos y sucumbieron a la ideología “de los mercados eficientes” que no podían equivocarse al fijar el precio de los activos y, por lo tanto, necesitaban de poca o ninguna regulación. Segundo, el fracaso intelectual de la economía dominante, que no previó lo que iba a suceder o que defendió intencionadamente teorías equivocadas a sabiendas de que beneficiaban a quienes los financiaban (alguien ha hablado de una “burbuja cognitiva” de los economistas, que precedió a la burbuja inmobiliaria o financiera). Y tercero, un fracaso moral, por la adoración al crecimiento económico como un fin en sí mismo más que como un modo de alcanzar el bienestar para la mayoría y “la buena vida”; esta laguna moral es la que explicaría la aceptación acrítica de la globalización y la santificación de toda práctica que conduzca a la riqueza como prioridad sobre cualquier otra inquietud humana.
"Hoy llevamos más de dos años y medio de profunda crisis económica y sabemos que es muy probable que nuestros hijos no vayan a vivir mejor que nosotros"
La mención a Keynes no es artificial. Por algo vuelve a ser el economista más mencionado en la primera década del siglo XXI, y sus libros figuran entre los más vendidos dentro de la disciplina económica. Dado que se ha producido un fallo sistémico en la teoría económica dominante en los últimos 30 años con la llegada de la Gran Recesión, la cuestión es si habrá cambios en la política económica futura sin una nueva teoría económica. Las dos lecciones centrales del genial economista de Cambridge, tan decisivo en el tratamiento de la Gran Depresión de los años treinta, fueron la de insuflar aire a la economía cuando ésta empieza a deshincharse y la de minimizar las posibilidades de que vuelvan a ocurrir conmociones económicas como las que ya pasaron. La primera se ha practicado más o menos en los dos últimos años (ésta es una de las grandes diferencias con la Gran Depresión), pero la segunda no se ha aplicado con la misma vehemencia, ya que los gobernantes parecen conformarse con unas pocas reformas cosméticas, lo que significa preparar el escenario para futuras crisis.
La crisis económica nos ha hecho pensar en el fundamentalismo del mercado de las tres últimas décadas como otra utopía regresiva. La mayor parte de las ocasiones hay que contemplar la historia como una escalera de caracol y no con la linealidad que, nos decían, tenía. Después del muro de Berlín, el muro de Wall Street. No nos va resultar fácil dejar de una vez aquel espantoso siglo XX.