ENSXXI Nº 30
MARZO - ABRIL 2010
MIGUEL ÁNGEL AGUILAR
Notario
Volvemos a observar esa degradación de la prensa combatiente de la que es hasta cierto punto buena prueba el actual momento. De nuevo el partidismo no se detiene ni ante los hechos más incontrovertibles. Se confirma que, como escribió Marcel Proust, “hay convicciones que crean evidencias”. El reencuentro casual hace unos días con el catálogo que compendia la exposición Prensa y Guerra Civil compuesto de primeras páginas de diarios españoles e iberoamericanos durante los años del conflicto bélico, me ha permitido comprobar hasta dónde puede llegar la exageración y el sesgo partidista en el intento de utilizar los hechos a favor del propio campo de militancia. Impresiona cómo la afinidad política de cada periódico altera la presentación de algunos de los episodios más relevantes según iban acaeciendo durante nuestra cívica catástrofe.
Pero impresiona todavía más ese cultivo del odio, que abrió el país en trincheras. Los periódicos, sus primeras páginas, dan cuenta de cómo se ambientó la convocatoria de los sublevados a la cruzada salvadora, en línea con el grito de Bernardo de Claraval de “Dios lo quiere”. Enseguida, los moros venidos de Marruecos se mostraron deseosos de ocupar la vanguardia en la lucha por la defensa de la civilización cristiana. Así también se proporcionó a los defensores de lo que quedaba de República, argumentos de resistencia numantina, la del “no pasarán”, bajo los cuales algunos entendieron que todo quedaba convalidado. Quienes leían al abuelito Pemán de la tercera de “Abc”, con “el Séneca” a vueltas, nunca hubieran imaginado la literatura agresiva del poema “El Ángel y la bestia” ni tampoco el verbo flamígero que prodigaba en los mítines de aquellos años de incandescencia política. Del mismo modo los incondicionales de Antonio Machado hubieran dudado a la hora de atribuirle la Oda “a Líster, Jefe en los ejércitos del Ebro”, en cuyos versos –“si mi pluma valiera tu pistola/ de capitán, contento moriría”- parece conceder plena primacía a las armas sobre las letras, como ya hiciera don Quijote en su discurso aunque de manera mucho más argumentada.
Estábamos advertidos de que en los conflictos bélicos la primera víctima es siempre la verdad. Se impone enseguida prescindir de ella por exigencias del guión. Lo confirman con rotundidad las primeras páginas de los diarios que se ofrecen en el catálogo citado. Constituyen una muestra en extremo significativa de cómo se sacrifica la verdad convertida en primera víctima. Estamos ante el periodismo combatiente, considerado como arma psicológica capaz de galvanizar la moral de las tropas en el frente y la de la población civil en la retaguardia. Su recopilación hasta formar un volumen es el resultado de la pasión coleccionista de Josep Bosch, ese periodista excepcional que en 1995 encontró en Laos al capitán Khan y al prófugo de la Justicia Luis Roldán. Recordemos para los que hayan llegado tarde que Roldán había huido tras ser destituido de la Dirección General de la Guardia Civil, cuyas arcas había expoliado, poniendo al gobierno socialista de Felipe González contra las cuerdas, en un ambiente de fin de reinado ya ensombrecido por los escándalos explotados a fondo por la impaciencia aznarista.
"Los periódicos, sus primeras páginas, dan cuenta de cómo se ambientó la convocatoria de los sublevados a la cruzada salvadora, en línea con el grito de Bernardo de Claraval de 'Dios lo quiere'"
Por lo menos a partir de la guerra hispano-norteamericana de 1898 está comprobado que todas las guerras han tenido una preparación mediática para ambientarlas. La exposición, que las páginas del catálogo citado compendian, da cuenta más que de la preparación, del acompañamiento mediático de la guerra civil. Su presentación se hizo en Madrid en 2006 cuando se cumplían 70 años de la sublevación militar. Que el “alzamiento” se desencadenara con el derramamiento de la sangre de una veintena de altos mandos militares, que antepusieron la lealtad a la República a su propia vida, hizo que fuera irreversible. Los asesinados de aquellas horas inciertas lo fueron a manos de sus compañeros de armas, vestidos con el mismo uniforme, pero comprometidos con la rebelión sin retroceso posible. Porque era esa primera sangre la que convertiría de inmediato en irreversible el alzamiento y la que cuando fracasa el golpe fulgurante, haría que derivase en una en una guerra prolongada durante tres años de horrores, denominados “triunfales” por quienes desde el principio la tenían ganada.
En este punto hay que reconocer la lucidez de Azaña, quien el 14 de junio de 1937 en sus anotaciones en La Pobleta. reconocía progresos en el orden militar, en cuanto a organización y disciplina, pero también que subsistían defectos de casi imposible remedio respecto a los aprovisionamientos y a la falta de cuadros de mando, sin lo cuales un ejército, escribía, no puede moverse, ni maniobrar, ni tomar la ofensiva con buen éxito. Ya en septiembre de 1936 Azaña pensaba que la victoria era una ilusión, que el objetivo era defenderse y procurar no perder la guerra en el exterior hasta propiciar una iniciativa de pacificación. En una observación marginal el presidente de la República añadía que “si en vez de cosechar reveses, alcanzásemos victorias capaces de desnivelas la balanza a nuestro favor, no tardaría en sentirse por caminos rodeados, la acción británica, para impedirnos vencer a fondo y aplastar al adversario. En el caso inverso”, precisaba, “no creo hasta ahora que nadie se interpusiese para impedir nuestro aplastamiento”.
Siguieron después casi 40 años de victoria orgullosa, donde los perdedores padecieron primero la derrota y luego, terminada la guerra, hubieron de optar entre la asimilación de conveniencia más o menos simulada para sobrevivir y prosperar o la postergación continuada como sospechosos si osaban manifestar cualquier desafección. El nuevo régimen sólo los acabaría tolerando cuando los juzgó inofensivos a consecuencia de la contención inducida por el escarmiento o al suponerlos arrumbados por el viento de la historia en la playa de la insignificancia, por decirlo con la expresión acuñada por Julio Cerón.
Los derechos de los derrotados y las compensaciones a quienes padecieron las represiones van a extenderse mediante una ley a iniciativa del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Una ley que nos ahorrará los símbolos franquistas que aún campeaban al aire libre o en recónditos despachos oficiales. Pero es indiscutible que la senda hacia la reparación debida en absoluto se inaugura ahora porque se emprendió hace más de 30 años, al abrirse la transición que instauró la paz basada en la concordia y en la igualdad de derechos y libertades; que restableció a todos los represaliados en sus escalafones y que pensionó a los combatientes de la República. Los historiadores no han tenido que esperar al juez Campeador, Baltasar Garzón, para emprender las tareas específicas que les corresponden, ni para determinar las responsabilidades pendientes de aclarar ni para fijar el alcance del cainismo, que con tanto entusiasmo nos prodigamos de uno a otro bando. A todo ello procedieron cuando la muerte de Franco demostró que su régimen personal era improrrogable. Lo hicieron poniendo especial énfasis en reparar los padecimientos de los perdedores, ya que las víctimas registradas entre los ganadores venían siendo honradas sin interrupción desde antes de la victoria de 1939.
"Estábamos advertidos de que en los conflictos bélicos la primera víctima es siempre la verdad. Se impone enseguida prescindir de ella por exigencias del guión"
Otra cosa es que algunos entusiastas de ese adanismo, que de modo recurrente nos invade, hayan pretendido convencernos de que la transición sólo se nutría de miedos y de amnesias. Por el contrario, debemos recordar que la transición fue el resultado de la acción de unas cuantas cabezas valientes que a veces aparecen en España como señalaba Mariano José de Larra. Incluso en este envilecido oficio de los profesionales de los medios de comunicación, donde la desmemoria está tan bien instalada, cabe mencionar los ciclos sobre Grandes periodistas olvidados y sobre Periodismo y periodistas en la guerra civil, convocados por la Asociación de Periodistas Europeos hace 23 años y que editados después en unos cuidados volúmenes bajo los auspicios del entonces Banco Exterior de España.
Estamos también ahora ante una prensa beligerante, que es siempre una degradación a la que se llega una y otra vez con invocaciones al patriotismo de todos los bandos en situaciones extremas. Cunde el lema de que “al enemigo, ni agua” y cualquier atisbo de disidencia crítica es tildado como traición a la sagrada causa. Los titulares de las primeras páginas tienen la función añadida –en la guerra y en la paz- de sostener la moral del propio campo y de minar la del enemigo, adversario o competidor. Son prueba del intercambio de disparos periodísticos que preceden y acompañan a los de la artillería o la aviación, cuando se trata de situaciones de guerra. Los periodistas o los intelectuales se asoman a ellas para alistarse y comprometerse. Cuando se entusiasman o se sienten en peligro añoran el poder de las armas frente a la invalidez de la literatura.
Respecto al caso del catálogo que venimos comentando los titulares de primera plana, insertos bajo las cabeceras más diversas, constituyen un buen muestrario de la extinta prensa de partido o de los sindicatos. Aportan una prueba de cómo se alternan la perennidad y la caducidad, y registran la forma en que los diarios nacen, crecen, molestan, halagan, incurren en vilezas, decaen y desaparecen, a veces justo en el momento en que alcanzaban su gran momento. Y, entre tanto, desconciertan a los lectores cuando observan atónitos cómo la prensa de derecha lamenta, por ejemplo, que los sindicatos prefieran optar por la moderación y abstenerse de la huelga general como sería su deber.