ENSXXI Nº 33
SEPTIEMBRE - OCTUBRE 2010
- Detalles
- Escrito por Jesús Banegas Núñez
- Categoría: Revista 33 , Opinión
JESÚS BANEGAS NÚÑEZ
Empresario, Ingeniero, Doctor en Ciencias Económicas, Presidente de AETIC y Vicepresidente de CEOE
La mala fama histórica española, aun carente de rigor y verdad, que acaba de desmontar —esperemos que definitivamente— el prestigioso historiador francés Joseph Pérez con su reciente libro “La leyenda negra”, ha ocultado hasta ahora la mayor parte de las contribuciones españolas a nuestra cultura y civilización, que no son precisamente menores, sino más bien consustanciales con el acerbo occidental.
La primera forma de Estado, la monarquía, es un invento institucional español con el añadido de un principio fundamental —frecuentemente utilizado argumentalmente por nuestro gran teatro barroco— referido a la limitación del poder del rey, tan sometido a los fueros heredados como a sus súbditos.
El Derecho de gentes, que otorga al ser humano capacidad racional así como derecho a la vida y a la libertad, es también otra institución típicamente española, junto con la separación de los tribunales civiles y eclesiásticos.
Recordemos, por otra parte, “La controversia de Valladolid”, una formidable discusión filosófica —un juicio en toda regla— que escenificó en su grandeza moral e histórica la discusión jurídica y religiosa —católica— que resolvió, al poco de descubrir América, que los indígenas, puesto que tenían alma, eran sujetos con derechos. Fue en la España de comienzos del siglo XVI donde nacieron los derechos humanos, aquellos consustanciales al hombre y por tanto previos a cualquier ley positiva, gracias al sometimiento del poder político a la filosofía moral.
En tiempos de la Inquisición —una institución francesa, que en España quemó menos brujas que en el resto de Europa—, en las universidades españolas se enseñaba a: Maimónides, Averroes, Copérnico y Giordano Bruno, prohibidos en otros lares europeos.
Todavía se utiliza en nuestro país “el Concilio de Trento” en términos peyorativos asociados a un retroceso de nuestro orden ético y moral, cuando justamente representó lo contrario: la defensa del libre albedrío que, junto con la capacidad racional especulativa, es el fundamento del ser humano.
Sostenía Julián Marías que “España es el único país europeo por voluntad propia”; es decir, el único que, siendo dominado por los musulmanes, fue voluntaria, heroica y unánimemente reconquistado por el cristianismo. Y si Europa sigue siendo cristiana y la cultura y la civilización occidental pudieron desarrollarse plenamente, quizás es debido a la defensa de Viena del acoso otomano-musulmán, a la que tanto contribuyó Felipe II; un rey, cuyas decisiones las tomaba por escrito para garantía de su legalidad, todo un magnífico antecedente del Estado de Derecho contemporáneo.
"La mala fama histórica española, aun carente de rigor y verdad, que acaba de desmontar el prestigioso historiador francés Joseph Pérez con su libro “La leyenda negra”, ha ocultado hasta ahora la mayor parte de las contribuciones españolas a nuestra cultura y civilización"
Señalábamos hace unos meses en esta misma columna, cómo los padres escolásticos —principalmente de la Universidad de Salamanca fueron los precursores de la ciencia económica contemporánea, anticipándose dos siglos a Adam Smith, e incluso superándolo doctrinalmente.
Analizado, con perspectiva histórica, el pensamiento escolástico resulta ser mucho más avanzado y vigente hoy que el luterano y calvinista que le sucedió. Si en materia económica su superioridad es manifiesta, en el ámbito político aún más: frente a la filosofía política limitadora del poder del Estado que esgrimían los “contrarreformistas” escolásticos, los “progresistas” protestantes fueron defensores del absolutismo estatal.
Así, frente a la monarquía absoluta concebida por las “sectas religiosas” —al decir del gran historiador del pensamiento Murray N. Rothbard— de Lutero y Calvino, que prescindieron del derecho natural que permitía criticar las actuaciones despóticas del Estado, el pensamiento escolástico español defendía la limitación del poder real y la división de poderes.
Felipe III fue el primer monarca de Europa —según el historiador Luis Suárez-—que reservó para la Corona el arbitraje o cuidado de las leyes mientras confiaba la misión de gobernar a un alto magistrado, inicialmente llamado valido y más tarde ministro. La fórmula tardaría unos treinta años en extenderse a Inglaterra, Francia, Austria o Suecia.
Si España descubrió América y contribuyó a integrar aquel gran continente en nuestra cultura occidental, fue gracias a las “Armas, gérmenes y acero” —título del libro del prestigioso antropólogo Jared Diamond— que han guiado a la sociedad humana y sus destinos; siendo la tecnología —armas y acero, junto con la navegación— el fundamento principal de aquella, sin par, hazaña.
En torno al imperio español que sucedió a la conquista de América, no sólo se forjaron las bases —en toda su riqueza teórica y doctrinal— de la economía de mercado; también se lograron desarrollos científicos y tecnológicos muy notables que desmienten nuestra mala fama. José Javier Esparza y Anthony Esolen sostienen que las innovaciones españolas en ciencia náutica y geográfica hasta el siglo XVIII fueron incesantes: la declinación magnética, las cartas esféricas, el cronómetro son buenos ejemplos al respecto.
Las aportaciones españolas a la medicina fueron extraordinarias: la circulación pulmonar menor de Miguel Servet —quemado vivo por los calvinistas—, la distinción de la sangre arterial de la venosa descubierta por Bernardino Montaña, el primer tratado moderno de anatomía de Valver de Amusco, el primer estudio sistemático de la naturaleza –que precedió en dos siglos a los de Linneo—- realizado por el médico de Felipe II Francisco Hernández, la geografía descriptiva del jesuita Acosta, la farmacología moderna concebida y desarrollada por Nicolás Monardes, la cartografía española cuya perfección la mantuvo vigente hasta bien entrado el siglo XIX, la química aplicada a la minería y la metalurgia, la primera patente de una máquina de vapor del militar navarro Jerónimo de Ayanz —que también inventó el aire acondicionado, bombas para desaguar barcos, un traje de buceo y balanzas de altísima precisión—, son buenos ejemplos de la España científica, tecnológica e innovadora. Cabe añadir, además, que la Corona española convocó en 1598 el primer concurso científico internacional.
"No parece que nuestra gran civilización, la occidental, haya sido ajena, sino más bien todo lo contrario, a España, contribuyente esencial e imprescindible de la misma"
En 1803 los españoles —en plena crisis política— aún fueron capaces de acometer —capitaneada por el médico alicantino Balmis— la primera expedición sanitaria internacional que registra la historia para combatir la viruela en América;, siendo incontables los millones de vidas que esa expedición salvó.
No por tópicos deben desdeñarse otros singulares logros españoles: la “guerrilla” que venció a Napoleón y la palabra “liberal” que consagró la constitución de 1812, uno de los mejores y más maduros ejemplos constitucionales que Europa llegaría a conocer; a lo que habría que añadir, por sus enormes consecuencias, la decisiva contribución española —en la batalla de Pensacola, Florida, 1781— a la independencia de los EE UU.
Después de todo lo dicho, no parece que nuestra gran civilización, la occidental, haya sido ajena, sino más bien todo lo contrario, a España, contribuyente esencial e imprescindible de la misma.
Abstract Joseph Pérez, the famous French historian, has just dismantled (hopefully for ever) the Spanish historical bad reputation in his last book, "La leyenda negra”. Such a label, although lacking rigor and truth, has concealed until now most of the Spanish contributions to our culture and civilization, which on the other hand are not only far from being of lesser interest but inherent of the Western heritage. |