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ENSXXI Nº 39
SEPTIEMBRE - OCTUBRE 2011

JOAQUÍN ESTEFANÍA
Periodista y economista. En las próximas semanas se publicará su último libro La economía del miedo

Los europeos, y entre ellos especialmente los españoles, llevamos décadas practicando el prestigio intelectual del pesimismo respecto a América Latina (AL). Ello se ha debido, sobre todo, al diferente resultado que han dado durante este tiempo las políticas de integración regional (mejor en Europa, peor en AL) y al distinto aumento de la capacidad de bienestar de los ciudadanos europeos (más) y los latinoamericanos (menos). La crisis económica que asola al mundo desde hace cuatro años ha cambiado los términos de este intercambio intelectual tan desigual. Además, hay dos hechos que contribuyen a una tendencia más favorable a los países del otro lado del océano: muchas empresas multinacionales de matriz europea (sobre todo, bancos) están salvando estos años sus cuentas agregadas por los resultados obtenidos por sus filiales en los países de AL; el segundo, más etéreo, es que debido a sus profundas dificultades económicas, Europa se ha ensimismado y mira con más intensidad que nunca, desde las dos guerras mundiales, hacia dentro de sus fronteras.
Después de un primer momento –años 2007, 2008 y parte de 2009- de desolación económica global a raíz del estallido de la burbuja de las hipotecas locas y de la quiebra de Lehman Brothers con todo lo que ella conllevó (pánico financiero, recesión en la economía real, aumento del paro y empobrecimiento de las clases medias,…), en el que todo el mundo buscó una especie de sentido común económico de la época (apoyo a los bancos, estímulos a la demanda, tipos de interés bajos,…), cada zona geopolítica del planeta ha tenido un desempeño diferente de su política económica, bajo el paraguas de un debate que se podría interpretar, muy genéricamente, del siguiente modo: ajustar para crecer o crecer para ajustar. En este contexto, se han extendido algunas diferencias entre AL y Europa, que pueden considerarse paradojas en relación con otros episodios anteriores de crisis.

"Los europeos, y entre ellos especialmente los españoles, llevamos décadas practicando el prestigio intelectual del pesimismo respecto a América Latina"

Mencionaremos algunas de ellas. La primera es que más de dos décadas después de la creación del llamado Consenso de Washington, Europa aplica los argumentos de éste –en especial la estabilidad presupuestaria, con la lucha prioritaria y muy rigurosa contra el déficit público a costa de lo que sea, por ejemplo, el crecimiento económico- mientras que AL (la zona para la que nació ese consenso) ha extraído lo bueno que tenía el mismo, ha arrojado a la basura lo que incorporaba de fundamentalismo ideológico, y se dedica ahora a las llamadas reformas de segunda generación (la búsqueda de la equidad, un mayor equilibrio entre Estado y mercado, las necesidades regulatorias,…), dado que la región dispone de un crecimiento económico envidiable (se estima que en 2011 superará el 4,7% de media).
La segunda diferencia es la sanidad de sus sistemas financieros. Al mismo tiempo que Europa ve temblar la salud de sus bancos, aquejados de problemas de liquidez y solvencia en buena parte motivados por la crisis de la deuda soberana, y que estos problemas están recorriendo ahora su segunda vuelta, AL ha conservado un sistema financiero básicamente sano. En estos cuatro años, ninguna entidad de la región ha necesitado de ayudas administrativas para seguir adelante.

"Quizá la mejor forma de reflejar esas diferencias sea revisar el tono vital que se desprende de los últimos Eurobarómetros y Latinobarómetros: mientras en Europa los ciudadanos contestan mayoritariamente que sus hijos vivirán peor que ellos, en AL sucede lo contrario: es mayoritaria la esperanza de que los hijos de los que responden vivirán mejor que sus progenitores"

La tercera diferencia es quizá la más importante. El verdadero problema diferencial europeo (y no digamos español) es la gigantesca destrucción de empleo en sus países. De los 32 millones de puestos de trabajo desaparecidos en el mundo desde el verano de 2007 (datos de la Organización Internacional de Trabajo), 22,8 millones corresponden a Europa. La tendencia es la contraria en AL: en el lustro anterior a la crisis hubo un alza de la ocupación en la zona impulsada principalmente por el empleo asalariado, que suele estar asociado a puestos de trabajo formales, lo que usualmente significa una mejora en la protección social de los trabajadores. Esta mejora del mercado de trabajo, junto al incremento de los ingresos salariales y no salariales (remesas de emigrantes u transferencias condicionadas) permitió una reducción en la pobreza y en la indigencia de la región. Ello no debe hacer olvidar una realidad preocupante: que la situación se revertió en parte con motivo de la crisis y que las mejoras del quinquenio anterior no lograron dar la vuelta a una situación social bastante deplorable. Pero en los últimos tiempos, AL ha vivido un círculo virtuoso: más crecimiento, mejora en el empleo y fuerte reducción de la pobreza, impulsados no sólo por el aumento del empleo sino por el fuerte incremento del gasto social, un progreso en su calidad y una mejora en la distribución del ingreso.
Quizá la mejor forma de reflejar esas diferencias sea revisar el tono vital que se desprende de los últimos Eurobarómetros y Latinobarómetros: mientras en Europa los ciudadanos contestan mayoritariamente que sus hijos vivirán peor que ellos, en AL sucede lo contrario: es mayoritaria la esperanza de que los hijos de los que responden vivirán mejor que sus progenitores.
¿Ha cambiado de instancia el espíritu y el concepto de década perdida?

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