ENSXXI Nº 48
MARZO - ABRIL 2013
JOSÉ ARISTÓNICO GARCÍA SÁNCHEZ
Notario
El hallazgo en 1417 por un notario humanista Poggio Bracciolini de un manuscrito de De rerum natura aceleró el progreso de la razón
Si San Jerónimo no hubiera dado en el Chronicon de Eusebio una breve noticia sobre el autor, nada sabríamos de la vida de uno de los más excelsos poetas romanos Titus Lucretius, con su cognomen Titus Lucretius Carus. Y aún así el dato que nos da, altamente destructivo, que fue atacado de locura intermitente por un filtro amoroso y se suicidó a los 43 años, más que una noticia parece una invención de los adversarios de las doctrinas epicúreas que en su poema propugnaba para desacreditarlas.
"El poema, De rerum natura, escrito en hexámetros sin rima es la fisión sublimada de una meditación filosófica sobre la naturaleza, el placer y la muerte, en el crisol de un poderoso poema de gran intensidad lírica"
La doctrina de Epicuro, incompatible con el culto a los dioses y al estado, contraria a la guerra y a los valores heroicos de la República romana (orgullo cívico, fama personal, toma de botín), negacionista radical de la providencia, del alma inmortal y del más allá, se ganó la enemiga del stablishment y de los fanáticos de todos los credos, sus seguidores fueron tildados de locos o estúpidos, y sus textos ridiculizados, ignorados y quemados. Ningún texto se conserva de Epicuro ?se dice que escribió más de 300 tratados- o de sus discípulos, salvo algunas cartas y referencias fragmentarias de Filodemo halladas en Herculano. Y ningún texto se hubiera conservado de Lucrecio, su más egregio seguidor, si la fortuna y el azar no se hubiesen confabulado para que supervivieran a la lluvia, a las polillas --lo que Greeenblatt llama dientes del tiempo-- y a la histeria de los fanáticos, dos códices del mismo ejemplar original de su gran poema, uno clásico encontrado en York, actualmente en la Universidad de Leyden, y otro, de más fácil lectura, encontrado por el notario y secretario apostólico Poggio Bracciolini en un monasterio alemán, probablemente Fulda, del que pronto se hicieron numerosas copias que fueron recibidas con entusiasmo por la intelectualidad de toda Europa con la aureola de prestigio y la expectación que el Renacimiento había despertado por las obras de la Antigüedad.
El poema, De rerum natura, escrito en hexámetros, verso preferido por los poetas épicos, Homero y Virgilio, sin rima, dividido en 6 libros con un total de 7.400 versos, es la fisión sublimada de una meditación filosófica sobre la naturaleza, el placer y la muerte, en el crisol de un poderoso poema de gran intensidad lírica. La invocación del proemio inicial a Venus, la diosa que une a todas las criaturas vivas de este mundo en el deseo apasionado y en el placer de la propia existencia y que en realidad constituye la figura mitológica central de toda la obra, es para muchos el himno religioso más profundo y bello que hemos recibido de la Antigüedad. La grandeza poética de esta obra siempre fue reconocida, incluso por sus contemporáneos. Para Cicerón es un poema rico en brillante ingenio y artísticamente elevado, Virgilio califico sus versos de imperecederos, Ovidio de sublimes, y todos han coincidido en alabar su textura verbal, su ritmo sutil y el patetismo de sus imágenes.
"El texto de Poggio se propagó vertiginosamente y circuló por todo el orbe culto, libremente donde había desaparecido la policía del pensamiento, y con dificultades donde se mantenía: Maquiavelo, siempre más astuto, se hizo una copia secreta para su propio uso pero a Giordano Bruno le costó la hoguera y a Galileo la cadena perpetua"
Y filosóficamente es de una actualidad sorprendente. Necesario es que el miedo y las tinieblas del espíritu se disipen, dice Lucrecio en el verso 147, pero no por los rayos del sol, sino por la contemplación de la naturaleza y la razón. Algo que ha mantenido de forma sistemática una corriente racionalista que inició Epicuro con su valeroso desafío al cielo (los dioses paganos) con su amenazante bramido (Lucrecio 1,68), y siguieron Giordano Bruno, Galileo, Pascal, Descartes, Newton, Hobbes, Spinozza y los enciclopedistas, a veces incluso a costa de la propia vida frente a los fanatismos. En una visión cosmogónica moderna sostiene Lucrecio que nada nace de la nada ni se convierte en nada; el mundo está compuesto por protones (los átomos de Epicuro) indestructibles en movimiento continuo que sin intervención alguna de los dioses, chocan y evolucionan en un universo infinito y a lo largo de dilatadísimos periodos de tiempo de modo fortuito, aunque en los seres vivos -reconoce- influye la selección natural. La angustia de la muerte es una locura, y afligir a los demás con esas angustias es un acto cruel de manipulación. Liberados de la religión decía Lucrecio (palabra que textos piadosos tradujeron a veces por superstición) tendremos libertad para buscar el placer. A esa frívola propuesta, que no constituye la esencia de la doctrina epicúrea, redujeron sus críticos todo un cuerpo de doctrina filosófica que profesaban capas numerosas e influyentes de la sociedad romana, como Horacio que en una de sus odas presumía de ser un cerdo de la manada de Epicuro, quidam ex epicúrea grege porcus, y cuya línea medular era esa mutación incesante de formas compuestas de sustancias indestructibles que, a juicio de nuestro Georges Santayana, constituye la idea mas grande que se le ha ocurrido nunca a un ser humano.
Y contra esa simplista búsqueda del placer, y basados en la idea de expiación de una culpa original, se levantaron los primeros cristianos aduciendo que placer es sinónimo de vicio y que el dolor, la autoflagelación, los cilicios, el meaculpa, es un valor positivo. Esta transformación cultural de Occidente --sorprendentemente la búsqueda del dolor triunfa sobre la búsqueda del placer--, brindó nuevos argumentos a cristianos y ortodoxos de cualquier laya para destruir e incendiar cuantos vestigios encontraran de Epicuro y de su epígono poético Lucrecio Caro, del que apenas ha sobrevivido como ya se dijo, aparte del hallado por Poggio, del que luego hablaremos, un ejemplar olvidado en una biblioteca monástica inglesa sobre la que se ha basado la versión que acaba de aparecer en España (Ed. Acantilado, Barcelona 2012) en cuidadísima edición bilingüe con doble titulo, De rerum natura, De la naturaleza, con traducción, introducción y notas de Valenti Fiol, y una extraordinaria presentación del profesor de la Universidad de Harvard, Stephen Greenblatt.
"Es indudable que la divulgación de esta obra en el ámbito cultural europeo, que se iba liberando de corsés dogmáticos y de policías del pensamiento desde el Renacimiento y la Reforma, alimenta una corriente filosófica materialista que inspiró a Copérnico, a Harriot, Leonardo, Ariosto, Tasso o Montaigne y sentó las bases de decisivas y modernas corrientes filosóficas"
Precisamente de este famoso profesor Greenblatt acaba de aparecer también (Ed. Crítica Barcelona, Sept. 2012) su obra El giro. De cómo un manuscrito olvidado contribuye a crear el mundo moderno en la que, con profusión de documentación y datos culturales de primer orden, nos narra con detalle el hallazgo por Poggio Bracciolini, notario humanista y secretario apostólico del Papa frustrado Juan XXIII (que en el Constanza fue degradado y borrado del elenco papal) en un monasterio alemán, probablemente en la abadía benedictina de Fulda, en 1417, de otro texto en pergamino del poema de Lucrecio, De rerum natura, que, al olor del culto a lo clásico que el Renacimiento había despertado, irrumpió en la vida cultural europea del siglo XV con un éxito tan sorprendente como inesperado. El texto de Poggio, más accesible y correcto, de lectura más fácil probablemente por las sucesivas enmendationes introducidas por la labor humanística, se propagó vertiginosamente y circuló por todo el orbe culto, libremente donde había desaparecido la policía del pensamiento, y con dificultades donde se mantenía: Maquiavelo, siempre más astuto, se hizo una copia secreta para su propio uso y sin citarlo nunca por precaución en su propia obra, pero a Giordano Bruno le costó la hoguera y a Galileo, que salvó la vida in extremis por sus poderosos amigos, la cadena perpetua. Y es que el materialismo y el dogmatismo cognoscitivo de Lucrecio no se cohonestaba con cualquier sistema filosófico creacionista o teísta defensor del alma inmortal o del más allá y desde luego era una abominación de la ortodoxia cristiana aunque algunos intentaron vanamente cohonestarlos.
Pues poco podía cohonestarse con la doctrina medieval dominante un materialismo radical que explica el universo como algo infinito en el que solo hay átomos que chocan en el vacío no movidos por los dioses sino por el azar dentro de un orden natural inimaginablemente vasto y complejo cuyos elementos constituyentes básicos y sus leyes universales sin embargo es posible llegar a conocer.
También este libro, El giro, es una joya literaria y cultural. Narra con profusión de detalles y anécdotas la vida de Poggio y su gran hazaña de redescubrir y hacer posible la divulgación de esta corriente filosófica materialista procedente de la Grecia clásica, de la que se había perdido o destruido cualquier vestigio y de la que si había quedado el texto de Lucrecia fue sin duda por la hermosa y seductora poesía que envuelve su doctrina. Es indudable que la divulgación de esta obra en el ámbito cultural europeo, que se iba liberando de corsés dogmáticos y de policías del pensamiento desde el Renacimiento y la Reforma, alimenta una corriente filosófica materialista que además de a Giordano Bruno, a Galileo y al propio Bottichelli (que pintó su Nacimiento de Venus de la descripción de Lucrecio en la oda proemio) inspiró a Copérnico, a Harriot, Leonardo, Ariosto, Tasso o Montaigne y cuya visión cosmogónica del mundo sentó las bases de decisivas y modernas corrientes filosóficas, cohonestadas a veces con la fe cristiana como es el caso de Newton, de dudoso escepticismo en el caso de Voltaire, radicalmente opuestas como el ateismo programático y destructivo de Diderot, Hume y la mayoría de los enciclopedistas, o ya independizados definitivamente de los procesos teístas como el evolucionismo de Darwin, el atomismo de Einstein, el psicoanálisis freudiano o el materialismo dialéctico de Marx.
Greenblatt, en un rapto de culto fervoroso a la obra de Lucrecio, da a la divulgación del manuscrito hallado por Poggio la trascendencia de haber dado al devenir del mundo un giro radical por el camino de la modernidad a través del racionalismo y el dogmatismo materialista. Aunque nunca sabremos si esta vía no hubiera sido en todo caso explorada aun sin el hallazgo de Poggio, de lo que no se puede dudar es de que la filtración del materialismo lucreciano aceleró la marcha y supuso un atajo trascendental en este proceso.
"La lectura de El Giro constituye una gratificante aventura cultural, un baño fascinante de clasicismo genuino, una fecunda digresión por los entresijos del progreso científico del hombre y un viaje pedagógico por la órbita del saber"
Y no paran ahí las coincidencias. Si el materialismo epicúreo aparece en la obra de Lucrecio envuelto en el ropaje seductor de una poesía espléndida, la aventura de Poggio tiene una cobertura literaria no menos atractiva. La lectura de El Giro constituye una gratificante aventura cultural, un baño fascinante de clasicismo genuino, una fecunda digresión por los entresijos del progreso científico del hombre y un viaje pedagógico por la órbita del saber con paradas estelares en el mundo de la bibliofilia, confección primero de los rollos de papiro ?de donde viene las palabras volumen y protocolo- y después de los códices de pergamino, las tintas de hollín, las bibliotecas de la Antigüedad y luego las monásticas, la irrupción apasionada de los humanistas del renacimiento por los textos y cánones de la antigüedad, el ambiente de la Roma hipócrita, viciosa y falaz del siglo XV, los episodios tragicómicos y cotilleos que envilecieron el Concilio de Constanza donde ardió Jean Huss, o la pasión bibliográfica de Poggio buceando en monasterios a la búsqueda de textos clásicos. La obra que mereció el Premio Pulitzer 2012, documentada hasta la exasperación, se nos ofrece envolviendo su indiscutida solidez científica en el ropaje de una aventura cultural emocionante. Y es que lo es.