ENSXXI Nº 5
ENERO - FEBRERO 2006
JOSÉ ARISTÓNICO GARCÍA SÁNCHEZ
Decano del Colegio Notarial de Madrid
El Colegio Notarial de Madrid se siente honrado y orgulloso de acoger en su sede a tantas personalidades precisamente para dar a conocer una obra colectiva dirigida por uno de sus miembros, Carlos Bru, sobre el proceso constituyente europeo.
La oportunidad de esta obra es indiscutible. Europa es una unidad geográfica y una unidad histórica. Y más allá de sus intrincadas fronteras, más allá de sus lenguas enrevesadas, más allá de sus diferencias étnicas, mas allá de sus atávicos enconos y sus rivalidades ancestrales, en toda ella late un espíritu común perfectamente identificable como el más fecundo venero de cultura y saber que ha acumulado nunca la humanidad en toda su historia.
Y si queremos identificar el denominador común de ese acerbo nadie dudará de que lo que distingue a la cultura occidental de todas las demás culturas y civilizaciones es la valoración del individuo como máximo exponente de la creación. Grecia, profetisa inspirada y precursora del pensamiento actual, sentó la máxima de la soberanía individual del hombre aunque para ello cobrara los dos primeros mártires de este principio, Antígona, hacedora de sus propias leyes, y Sócrates condenado por alterar las leyes de Atenas. Roma y el Cristianismo, sobre todo éste, reafirmaron esta soberanía con nuevos factores, y de la intersección de todos ellos surgió ese yo individualizado del hombre que, por el solo hecho de serlo, goza en Europa, que recogió con orgullo esta bandera, de una dignidad igualitaria y de los derechos fundamentales irrenunciables que en sucesivas oleadas han conformado un núcleo sustantivo que hoy constituye la identidad de la cultura de Occidente.
Pero Europa no es solo un escenario de remembranza de glorias pasadas y un acerbo cultural. También es una comunidad robusta y sanguínea que en lugar de seguir dispersando sus energías, un día no lejano decidió iniciar el camino de atesorarlas y moverlas unificadas en una sola dirección.
"La dialéctica entre la diferenciación y la integración ha constituido la trama fundamental de todos los sistemas de gobierno"
El espíritu europeo, dijo hace años Magris, se alimenta de libros como los demonios en los relatos de Singer, mordisquea los volúmenes de historiografía en las bibliotecas, pero no se puede resignar, como si fuera su destino inevitable, a un papel secundario de dama de compañía. Europa con el Tratado de Roma de 1957 que creo la CEE, con el Acta Única Europea de febrero de 1986, con el Tratado de Maastricht de 1992, con los Tratados de Ámsterdam en 1997 y Niza en 2001, inició un lento pero irreversible proceso de unificación que, aunque ha sufrido una inesperada pausa o impasse de reflexión en 2004, antes o después culminará con la promulgación de una Constitución que fije un marco jurídico único para todos los pueblos que la integran.
Todos los análisis van coincidiendo en que la pausa sufrida por el proceso constituyente más se debe a la orientación político-social del primer texto en cuanto se desvía ligeramente de las acendradas tradiciones europeas, que a quiebra del espíritu europeísta. Porque lo cierto es que de manera prodigiosa los Estados miembros han ido viendo progresivamente erosionada su soberanía por las interferencias de la Unión sin protestas o reparos ciudadanos relevantes, y este fenómeno solo es explicable cuando debajo late y se siente la fuerza creciente del espíritu europeo. Así ocurre en efecto. Hoy dos terceras partes de las personas que viven en la Unión dicen que se sienten europeos, una tercera parte de los jóvenes europeos entre 21 y 35 años dicen verse más como europeos que como nacionales de su país natal, y una encuesta del Foro Económico Mundial revela que en el futuro un 92% preferiría identificarse principalmente como europeo, no como nacional
También el notariado tiene vocación europea. Nació en varios focos simultáneos de la Europa medieval con notable homogeneidad sustantiva, cosa lógica pues respondía a la misma necesidad social. Evolucionó paralelamente en una interacción constante con las transformaciones sociales. Y hoy esta abocado, como todas las instituciones compatibles, a una imparable homologación. En Tampere Europa se pronunció como espacio común de libertad, seguridad y justicia dentro del respeto de los derechos fundamentales y de los distintos sistemas y tradiciones jurídicas de los Estados miembros.
La Conferencia de Notariados de la Unión Europea (CNUE), que ha manifestado públicamente en diversas ocasiones su vocación europeísta y la coincidencia de sus objetivos con los del Consejo Europeo, ha reiterado insistentemente su apoyo al tantas veces reafirmado propósito de profundizar en la homologación legislativa, y ha proclamado ya la urgencia de armonizar, como paso previo y acuciante, las relaciones de derecho internacional privado de los ciudadanos de la Unión para responder a la progresiva movilidad de sus miembros , y la homologación de los agentes y de las formas y efectos transfronterizos de los instrumentos notariales, porque solo esa homologación de agentes e instrumentos hará posible que el notariado europeo preste, con la racionalidad que se le exige, su función de garante de la seguridad y de la protección del consumidor.
El notario decía Manzo es la espina dorsal de la ley misma, pues al ser el primer operador del derecho en el orden extrajudicial es el que mejor garantiza la difusión y aplicación de la ley. No solo de la ley indígena o vernácula, sino también de las leyes transnacionales y globales susceptibles de obligar. Y no solo de las leyes dictadas por la autoridad del lugar en que el notario tiene su sede, sino también de las que por sus peculiares conexiones sean aplicables a los gentiles, los forasteros, los inmigrantes o los aforados en otro lugar de España que a él acudan. De ahí la necesidad de su progresiva homologación que la Unión Europea tiene por bandera. Y ello a pesar de que la Unión tiene por delante la dura ascesis de conseguir un cuerpo de operadores que conozca y pueda aplicar el derecho de todos los países de la Unión. ¡Lástima sería que donde ese cuerpo ya existe pudiendo emitir juicios de legalidad sobre todo el derecho material del Estado, se arrumbara todo en un lamentable proceso descarriado de recesión volviendo a cuerpos lugareños!
Lo mismo ocurre con los instrumentos de aplicación de la ley. Podrá la ley ser diferente, pero la historia demuestra tozudamente que la aplicación del principio de estandarización de efectos de los documentos fehacientes de circulación privilegiada, homologados, sin variaciones cualitativas, constituye, como demuestra Arruñada en su obra Análisis del Notariado, un valor en si mismo, que hace posible, casi con la misma imprescindibilidad que una moneda homologable, la existencia de un mercado único.
La Unión Europea no trata ahora de unificar el derecho pero sí de armonizar los cuerpos de operadores jurídicos, y homologar los instrumentos para la aplicación del derecho: acta pública europea, dotación al titulo público de eficacia transfronteriza, o creación del titulo ejecutivo europeo por ejemplo, cuyo Reglamento entró en vigor en España el mes pasado.
Instrumentos homologados y cuerpos únicos de operadores del derecho. He ahí la clave.
Es el mismo caso, pero con oleadas a la inversa, que se está gestando en nuestro país con la revisión de los Estatutos. Uno y otro movimiento, centrípeto y centrifugo, responden a los mismos principios dinámicos de la historia. Tanto en uno como en otro caso se busca lo que constituye el lema dentro de esta Constitución hoy en receso: la síntesis de la diversidad.
De nuevo la humanidad se acelera en la búsqueda de ese delicado equilibrio entre el deseo de una mayor diferenciación y una integración más profunda, los dos polos que han caracterizado en la concepción hegeliana el desarrollo de la humanidad desde sus orígenes. Hoy la globalización está desintegrando los Estados-nación como los cañones derribaron en su día las murallas de la ciudad Estado. En España las ansias de mayor diferenciación están tensionando las fronteras entre Constitución y estatutos. Ambos péndulos están en el aire, y en ello no debe haber extrañeza. Responde a leyes de la historia.
"El punto óptimo de racionalidad tendrá lugar si de un lado, se llega a una visión particularista desde lo común y general, y desde el otro, se adopta una visión cosmopolita de lo autóctono"
La dialéctica entre la diferenciación y la integración, dice Rifkin en El sueño europeo, ha constituido la trama fundamental de todos los sistemas de gobierno. Lo importante es que en ambos casos se alcance el punto óptimo de racionalidad, lo que solo tendrá lugar tanto en el ámbito europeísta como en el nacional, si de un lado se llega a una visión particularista desde lo común y general, y desde el otro se adopta una visión cosmopolita de lo autóctono. En la convicción de que la integración equilibrada aportara como compensación efectos balsámicos para las tendencias diluyentes.
Esta Constitución en impasse brinda bellas lecciones. Su divisa UNION EN LA DIVERSIDAD que basa su legitimación, en coherencia con la mas genuina cultura europea, no tanto en el ejercicio permanente del ius imperii sobre sus habitantes, cuanto en la propuesta de un código de conducta jalonado por nuevos derechos humanos universales, entre ellos el derecho de las culturas a cultivar su identidad y el de las minorías a preservar su origen, y por nuevas formas de ciudadanía que Jonh Urry denomina ciudadanía ecológica, ciudadanía del consumidor, ciudadanía cosmopolita o ciudadanía de la movilidad entre otras, puede ser un lema universal que encauce todos estos procesos continuos de interacción frente a los elementos centrífugos de la diversidad en los planos local, comarcal, nacional, transnacional y global. ¡Ojalá que pronto, con las mejoras que requiera, reanude su marcha!.