ENSXXI Nº 51
SEPTIEMBRE - OCTUBRE 2013
- Detalles
- Escrito por MIGUEL ÁNGEL AGUILAR::Periodista
- Categoría: Revista 51 , Panorama
MIGUEL ÁNGEL AGUILAR
Periodista
Dentro de los Cursos de Verano de la Universidad Complutense el pasado julio en el edificio Infantes de El Escorial hubo una convocatoria del profesor Jorge Lozano bajo el título “¿Transparencia?” donde se ofreció tribuna a semiólogos y comunicólogos varios, de muy distintas procedencias. A dicho panal de rica miel fueron llamados también sociólogos y periodistas. Señalemos que, con el proyecto de ley de Transparencia en el horno parlamentario, la cuestión se encontraba en un punto candente de máxima actualidad. A mantener la temperatura contribuía que cada viernes en las ruedas de prensa que siguen a los Consejos de Ministros, sucedía que cualquiera que fuese la cuestión planteada –desde el cultivo de los transgénicos hasta la posición que adoptaría el Gobierno en la reunión del Consejo Europeo- era respondida de forma invariable por la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría con una mención a que “este Gobierno es el primero que ha enviado al Congreso un proyecto de Ley de Transparencia”.
El título del curso conminaba a los ponentes a tratar de la transparencia. Como siempre, nada mejor que llevarla hasta sus límites para que revele su naturaleza. Así observamos que la transparencia, empujada hasta el final, es el panóptico de Jeremy Bentham. Es decir, lo invivible. Por eso, un buen amigo periodista decidió dedicar su intervención a tratar de la opacidad necesaria. Porque, desengáñense el lector, sin unas áreas de opacidad y de penumbra ningún ser humano sería capaz de sobrevivir, ni santa Teresita del Niño Jesús ni nadie. Además, esa transparencia que ahora se reclama de modo tan vehemente mientras se ofrecen comportamientos contrarios, desencadena efectos paralizadores. Porque es de cultura general que nada ni nadie se mantiene inalterado, ni se comporta de la misma manera, cuando se sabe observado. El periodista prefirió centrar su exposición en el análisis de un caso práctico que permitiera pasar más allá de la transparencia sin ley y establecer las diferencias entre mirar y ver. Invocó su condición de testigo y se concentró en el Pleno del Congreso celebrado el día 23 de febrero de 1981.
Las cámaras de televisión entonces estaban situadas en las Tribunas de Prensa, que ocupaban dos espacios simétricos en los dos extremos del hemiciclo opuestos por el diámetro. Esa duplicidad de las Tribunas de Prensa ha vuelto a restablecerse ahora, después de la insistente reclamación formulada. Porque la supresión de una de las Tribunas producía una distorsión discriminatoria. Algo así como si en un partido de fútbol los fotógrafos sólo pudieran apostarse alrededor de una de las porterías, en vez de gozar de la libertad de situarse en cualquiera de las dos, conforme a las expectativas que tengan acerca de cuál de ellas encajará los goles.
"La transparencia, empujada hasta el final, es el panóptico de Jeremy Bentham. Es decir, lo invivible"
Porque desde la Tribuna de Prensa de la izquierda del presidente de la Cámara se favorece la visión frontal de la formación pepera, mientras que de los socialistas sólo permite ver sus nucas y cogotes pero no sus rostros. A la inversa, desde la Tribuna de Prensa simétrica situada a la derecha del presidente se obtiene una visión frontal del grupo parlamentario socialista y otra tomada desde atrás de los integrantes del grpo popular. Recordemos que cuando gobierna la derecha la alineación en el banco azul empieza con el Presidente del Gobierno en el escaño más a la derecha seguido por los ministros atendiendo al orden cronológico en que fueron creadas las carteras que desempeñan, mientras que cuando gobierna la izquierda, la posición se invierte y la cabecera del banco azul pasa a situarse en el escaño más a la izquierda. De modo que con una sola Tribuna de Prensa los periodistas estarían condenados a una visión hemipléjica, con clara ventaja para los grupos parlamentarios de la derecha, vistos de frente, mientras que los de la izquierda son vistos de espalda.
En esa situación de doble Tribuna de Prensa estábamos cuando el golpe del 23 de febrero. Entonces la cámara operativa de TVE se encontraba situada en la Tribuna de la izquierda, en la escalerilla de acceso a las butacas de los periodistas. Al optar por ubicarla ahí se pretendía captar mejor al Gobierno saliente de la UCD de Adolfo Suárez así como al candidato que iba a tomar su relevo, Leopoldo Calvo Sotelo. Era su investidura la que estaba siendo sometida a una segunda votación nominal, para la que bastaba una mayoría simple a su favor, que tenía de antemano garantizada. En ese trámite fue cuando se produjo la irrupción del teniente coronel Tejero y de los guardias civiles que le secundaban. Entraron por la puerta del hemiciclo que mejor podía captarse desde la cámara de TVE referida. La heterogeneidad que ofrecía la indumentaria de los asaltantes estaba a la vista de todos pero su significado sólo fue perspicazmente advertido por el general Gutiérrez Mellado y de ahí dedujo la debilidad estructural de los asaltantes.
Desde el ángulo de la transparencia el General Gutiérrez Mellado, vio lo mismo que vieron todos los demás. La diferencia a su favor es que fue capaz de descodificar el significado militar que encerraba tan despareja uniformidad que a todos se mostraba. A la vista estaba la entrada de Tejero, seguido de otros números y oficiales de la Guardia Civil. Los oficiales portaban pistola, como corresponde, mientras que los suboficiales y los números iban con arma larga. Se advertía una indumentaria variopinta, una uniformidad desconcertante, que para el general Gutiérrez Mellado era prueba delatora de un reclutamiento de ocasión, improvisado. Porque había algunos que iban con bota alta, como van los de la Agrupación de Tráfico. Otros iban con bota de campo propia de las unidades del SERPRONA. Otros iban con zapato y calcetín negro. Unos iban con tricornio. Otros iban con boina de las unidades de intervención inmediata y de los grupos antiterroristas. Otros iban con gorrilla de visera. Unos iban con correaje. Otros iban con anorak. Aquello parecía la pasarela de la moda del uniforme de las Fuerzas de Orden Público.
De todos estos detalles, que eran por completo transparentes, un observador sin conocimientos adecuados, sin capacidad de evaluar qué representaban esos signos de desorientación indumentaria era incapaz de sacar conclusiones. Mientras que el General Gutiérrez Mellado deducía que los efectivos ni eran una unidad al completo ni procedían de una misma unidad orgánica. Que no eran de la Academia de El Escorial o del Colegio de Guardias Jóvenes de Valdemoro o de la Academia de Cabos de Guadarrama o de los Grupos antiterroristas. Nuestro general dedujo que eran una tropilla improvisada que sumaba aportaciones muy diferentes. Un observador no avisado podría pensar que daba lo mismo, habida cuenta de que todos llevaban su arma reglamentaria. Pero la diferencia abismal, residía en el encuadramiento.
"Desde la Tribuna de Prensa de la izquierda del presidente de la Cámara se favorece la visión frontal de la formación pepera, mientras que de los socialistas sólo permite ver sus nucas y cogotes pero no sus rostros. A la inversa, desde la Tribuna de Prensa simétrica situada a la derecha del presidente se obtiene una visión frontal del grupo parlamentario socialista y otra tomada desde atrás de los integrantes del grupo popular"
Y el encuadramiento, queridos lectores, es fundamental para que una agrupación adquiera la consistencia propia de una unidad militar. Así se vio cuando en 1936 hubo que defender Madrid frente a la ofensiva de las fuerzas sublevadas, obedientes al general Franco. El gobierno de la República había abandonado la capital amenazada para trasladarse a Valencia. La cuestión era cómo defender Madrid. Esa era la misión que se le había confiado al general Miaja. En su puesto de mando emplazado en los sótanos del Ministerio de Hacienda, se planteaba cómo defender Madrid habida cuenta de que la estructura militar vertebrada por la disciplina se encontraba del lado de los alzados mientras que en el suyo, el de los defensores, se habían disuelto por decreto las Fuerzas Armadas y había que improvisar una organización. No se trataba sólo de repartir fusiles al pueblo. Porque los paisanos empavorecidos a la vista del enemigo se desembarazarían de ellos para huir corriendo hacia atrás más deprisa. La clave para resistir cosidos al terreno era que los combatientes estuvieran instruidos y adiestrados. Se trataba, en definitiva de tenerlos bien encuadrados, de que conocieran, respetaran y obedecieran a la oficialidad que los encuadraba. Del encuadramiento deriva el automatismo de la disciplina, sin la cual las unidades derivan en hordas espontáneas tan prestas a la temeridad como al pánico.
Volvamos a considerar esa realidad que se hizo transparente a la mirada del general Gutiérrez Mellado, mientras que para los demás permanecía opaca, carente de sentido. Porque la realidad que estaba por igual a la vista de todos era la misma, aunque sólo pudiera ser percibida en su significado relevante por algunos. Y esa inteligencia, establecida a partir de signos visibles, resultó fundamental porque permitía vaticinar un comportamiento incierto en cuanto los planes fulminantes del asalto hubieran de enfrentar resistencias imprevistas. El pronóstico era un déficit de encuadramiento que se comprobaría como consecuencia de que de modo improvisado hubieran sido puestos al frente de esa tropilla unos oficiales y suboficiales que carecían de verdadera autoridad sobre semejantes efectivos porque no eran sus mandos naturales sino sobrevenidos, de ocasión. Bajo esa característica extemporánea quedaba abolida la expresión interiorizada de la disciplina, que se sintetiza mediante uso del pronombre posesivo en primera persona: mi cabo, mi sargento, mi brigada, mi teniente. Pero repugna la utilización del “mi” si fuera para dirigirse a unos mandos sorpresa, con los que no han compartido tareas, adversidades y ranchos.
En cuanto a los guardias civiles participantes en el asalto, el transcurso de los minutos iniciales les hacía poner en contraste la arenga que les dirigió Tejero para sumarlos a su bando salvador de España con la visión de aquellos diputados inermes a los que amedrentaban con sus armas. Los guardias civiles percibían de manera muy deficiente su significado. Por ejemplo, puede analizarse el caso del guardia civil que en los primeros instantes subió a la Tribuna de Prensa del Congreso, que había quedado casi desierta al iniciarse la votación nominal por llamamiento. En ese momento en la Tribuna de Prensa apenas resitía una docena de periodistas. Algunos, indeseables, otros, buena gente como Pedro Calvo Hernando, Víctor Márquez Reviriego, Pilar Narvión, Julia Navarro o Susana Olmo. También, Rafael Luis Díaz de la Cadena SER, quien dejó abierta la señal de audio que funcionaba como micrófono de ambiente, aunque le fuera imposible insertar sus comentarios. También estaba el cámara de televisión, quien se agachó a los gritos de “¡todos al suelo!” proferidos por Tejero, y abandonó la cámara tal como estaba, de forma que seguía enfocando el centro del hemiciclo.
Aclaremos que en esos años todavía los periodistas llenaban su Tribuna hasta colmarla. Pero, en esta ocasión, como había dado comienzo la votación nominal de la que estaba excluida la sorpresa, la mayoría decidió abandonar ese escenario inerte en el que los secretarios de la Cámara iban turnándose en el llamamiento nominal a los Diputados para requerirles su voto. Situados en la tribuna de oradores nombraban a los Diputados por orden alfabético de los dos primeros apellidos. Habían empezado por la “N”, de acuerdo con el sorteo entre las letras. El sorteo trataba de eliminar ventajas para cualquiera de ellas. A partir de ahí, estaban descartados los imprevistos y los representantes de la Prensa, procedieron conforme a aquella máxima acuñada por el inolvidado Onésimo Anciones, según el cual las noticias no van a la redacción, hay que ir a buscarlas a los bares. En el cumplimiento de ese deber de búsqueda, los periodistas se mudaron al bar y allí estaban cuando sobrevino el asalto de los golpistas uniformados, mientras el secretario primero Víctor Carrascal seguía el listado y llamaba a pronunciar su voto al diputado socialista: Núñez Encabo, Manuel.
"La percepción de la realidad depende de que tengamos acceso sensorial a la realidad pero también de la preparación y el saber de los observadores, es decir de la capacidad que unos u otros tienen de advertir sus distintos aspectos"
A la Tribuna de Prensa llegaba un guardia civil de los asaltantes que empezaba a gritar a sus compañeros distribuidos por el hemiciclo, “¡subid alguno, que estoy sólo!”. Parecía, pues, presentarse la oportunidad de derribar con una hábil zancadilla al solitario, despojarle del arma e iniciar una ráfaga de advertencia contra el techo al grito de “¡Tejero, ríndete, que han llegado los leales!”. Pedro Calvo Hernando consideró descabellada la idea y exigió que fuera desechada. Así que el guardia civil aislado en la Tribuna de Prensa lo veía todo sin percibir la realidad. Porque la realidad era que la cámara de TVE seguía enfocando el cetro del hemiciclo donde estaban sustanciándose los hechos y transmitiendo la señal con las imágenes, que así pudieron llegar al mundo exterior y dejar constancia del esperpento. El guardia veía la cámara de TVE ignorante de la función decisiva que continuaba prestando. La cámara seguía funcionando sin operador, como si tuviera piloto automático. Hasta que el guardia civil de la Tribuna de Prensa, sin saber lo que hacía, al ponerse nervioso, asestaba un culatazo al visor. ¿Qué efecto quería causar dañando al visor? En cualquier caso ese destrozo para nada interrumpía la transmisión de las imágenes de la sesión que estaban siendo captadas en directo.
Examinemos ahora cuál fue el efecto real del culatazo sobre el visor: el desvío del tiro de cámara, que así dejó de enfocar la cabecera del banco azul y la tribuna de oradores, es decir, el área donde se centraban los acontecimientos. Por eso, desde ese momento dejó de recoger lo que allí sucedía y el enfoque remitía a un plano inerte solo alterado por algunas irrupciones poco relevantes. Ignoramos cual era la intención del guardia que golpeó el visor pero es seguro que si hubiera querido impedir la captura de imágenes y su remisión a destino estaba procediendo de modo inadecuado.
O sea, que en principio la transparencia dice relación a las percepciones. Se invoca la transparencia como el derecho que nos asiste a percibir la realidad. Pero debe tenerse en cuenta que la percepción de la realidad depende de que tengamos acceso sensorial a la realidad pero también de la preparación y el saber de los observadores, es decir de la capacidad que unos u otros tienen de advertir su distintos aspectos. La opacidad, o si se prefiere la incapacidad de percibir, no es sólo resulta sólo de lo que se muestra o se oculta. Entran en juego también las limitaciones del observador, su incapacidad de saber de que andamos hablando. Continuará.