ENSXXI Nº 55
MAYO - JUNIO 2014
El mito político de Atenas / El Cardenal de España
- Detalles
- Escrito por JOSÉ ARISTÓNICO GARCÍA SÁNCHEZ::Presidente de EL NOTARIO DEL SIGLO XXI
- Categoría: Revista 55 , Panorama , Los Libros
LOS LIBROS por JOSÉ ARISTÓNICO GARCÍA
Decano honorario
El mito político de Atenas
La oración fúnebre de Pericles es solo oratoria funeral
Luciano Campora es un descollante filólogo e historiador del mundo clásico y también un sabio puntilloso. Escrutando de primera mano los textos clásicos, incluso los postergados y los que nadie repasa, y buscando dobles sentidos, significados latentes y matices olvidados en los originales, ha puesto patas arriba muchos de los tópicos que se repiten acríticamente sobre el mundo grecorromano. Piensa que la antigüedad no es un cementerio ni un museo de cera, sino un campo de batalla donde el enfrentamiento continúa, y siguiendo a Benedetto Croce asegura que toda la historia es contemporánea porque vive dentro de nosotros, y que si nos ocupamos del pasado es porque tiene que ver con lo que ocurre hoy. Puro debate o dialéctica hegeliana?
Hoy por hoy no hay democracia, dice, es un cadáver que camina, porque se ha desarrollado sobre ella un fortísimo poder supranacional no electivo, tecnocrático y financiero, que domina la escena política y obliga a los actores a calcar sus normas. Pero tampoco la hubo en Atenas, añade. Lo de ahora es un espejismo, lo de Atenas es un mito.
"Con una agudeza filológica sin igual ha revolucionado los estudios sobre el mundo grecorromano revisando las fuentes y contrastando apologías y discursos con la cruda realidad cotidiana"
A esta conclusión y a otras igualmente pasmosas llega este polémico pero respetado catedrático de filología clásica de las Universidades de Bari y Bolonia, director de la revista Quaderni di Storia, especialista mundialmente reconocido en Historia Antigua que, con una agudeza filológica sin igual, ha revolucionado los estudios sobre el mundo grecorromano revisando las fuentes y contrastando apologías y discursos con los datos de la cruda realidad cotidiana griega o romana de los que tenemos constancia cierta. Hay que distinguir, también en la política antigua, entre los hechos estrictos y la narración que de ellos se hizo y se siguió haciendo. Así lo hizo él en obras anteriores “Una profesión peligrosa. La vida cotidiana de los filósofos griegos”, “Exportar la libertad. El mito que ha fracasado”, “La biblioteca desaparecida”, “Julio César, un dictador democrático” o “Aproximación a la historia griega” entre otros –tiene en su haber mas de 70 publicaciones, siempre polémicas y siempre originales--, en los que ha desarrollado de forma realista y documentada, por ejemplo, el choque rotundo entre las ideas que profesaban los filósofos y su escasa recepción por los ciudadanos atenienses que, muy al contrario, reaccionaron violentamente contra ellas tildándolas de perniciosas y disolventes y persiguiendo a sus autores con crueles acusaciones que les obligaron a vivir en constante peligro forzándoles a la fuga, caso de Anaxágoras acusado de ateismo, a la cárcel, caso de Fidias, al exilio, caso de Jenofonte, a la humillación extrema para salvar a Aspasia, caso de Pericles, o a una muerte infundada, caso de Sócrates. Además, y sin entrar en el antifeminismo o en la esclavitud tolerada, recuerda que en Atenas se practicaba la censura y rigió el ostracismo. ¿Es esto democracia?
Canfora, en actitud rasgadora aunque bien documentada, se ha propuesto desmontar cuanto de mito se ha incorporado en el devenir de los siglos a la historia, por otro lado admirable, del mundo grecorromano. Ahora acaba de publicar en España, envuelta en la polémica como casi siempre y con el mismo proyecto demoledor, a veces despiadado, de iconografías y arquetipos, El mundo de Atenas (Ed. Anagrama, Barcelona, 2014), con el foco puesto en el emblemático siglo V ateniense en el que, según cánones comúnmente aceptados, se remodeló por primera vez la democracia como sistema político. Para Canfora no es así. O mejor no es del todo así.
"Describe el choque rotundo entre las ideas de los filósofos y su escasa recepción por los atenienses que reaccionaron violentamente contra ellas tildándolas de perniciosas y disolventes y persiguiendo a sus autores con crueles acusaciones que les hacían vivir en constante peligro"
No cabe duda de que los caminos de la historia y del mito están estrechamente entrelazados, y no es fácil, ni siquiera para los más eruditos, diseccionar una y otro, o lo que es lo mismo separar de los hechos contrastados los elementos fabulosos con que el inconsciente colectivo ha idealizado personajes, hazañas o hechos históricos para encuadrarlos en alguno de los arquetipos del mito. No ha en mucho estas mismas páginas se recordaba que, tras una labor minuciosa y razonada, Jon Juarista había dejado al descubierto los mitos y leyendas con que el inconsciente colectivo del pueblo vasco fue capaz de alterar idealmente cuando no de manipular abiertamente su historia. Y que García Cárcel había marcado un hito con su obra La herencia del pasado por la revisión rigurosa a que había sometido las memorias históricas de todas las Españas diseccionando las visiones épicas y legendarias de la estricta crónica de los hechos ocurridos.
La humanidad siempre ha sido pródiga en la formación de fantasías sobre personajes históricos cuya imagen legendaria o idealizada queda absorbida en alguno de los troqueles arquetípicos del mito. O sobre hechos o hazañas heroicas, que el inconsciente colectivo ha transformado en proezas gigantescas que el imaginario social absorbía complacido como herencia mental común. Pero es obligación de los historiadores separar hecho y leyenda, distinguir entre crónica fidedigna y fantasía, a la postre entre historia y mito, lo que no significa que se deba relegar el mito, que cumple una función trascendental en el culto a la ejemplaridad, en la formación de arquetipos y en la determinación de lo ideal.
"El siglo V ateniense, el más fecundo y prolífico para el pensamiento, ha sido también el más mitificado por el inconsciente colectivo de los que lo describieron dando como hecho cierto lo que solo era un ideal"
Esto es lo que ha hecho Campora con el siglo V ateniense, sin duda el siglo más fecundo y prolífico para el pensamiento de nuestra civilización, pero también el más mitificado por el inconsciente colectivo de los que lo describieron dando como hecho cierto lo que solo era un ideal, o de los que lo han transmitido obviando las fuentes y aceptando maquinalmente arquetipos del imaginario colectivo.
En la visión revisora de Campora, que nunca se desprende de su perspectiva de origen marxista, la democracia tuvo inicialmente en Atenas el valor positivo de introducir en el sistema político el demo –pueblo- en cuanto antítesis de la tiranía, pero la posterior hegemonía del demo fue aceptada solo como una fatalidad y en el fondo rechazada. La palabra democracia tuvo un origen despectivo, nació como término polémico o violento, acuñado precisamente por los enemigos del demo, esa elite descreída (aristocracia) que eligió ponerse al frente de una masa popular mojigata pero dispuesta a tener peso político a través del mecanismo imprevisible de la asamblea (que sin embargo era manejada por los que la detestaban). El milagro fue que esa extraordinaria élite, gobernando bajo la presión nada agradable de la masa popular, consiguió, modificándose a si misma y a su antagonista, hacer funcionar la comunidad política más relevante del mundo helénico. En realidad democracia e imperio nacieron conjuntamente. Temístocles, que en Salamina llevó a Atenas a la victoria, engendró ambas a la vez. Y también actuaron conjuntamente. Es el imperio el que permite al demo participar de sustanciales beneficios, dice Canfora, que ya calificó a Julio César de dictador democrático.
"El milagro fue que una extraordinaria élite, gobernando bajo la presión nada agradable de la masa popular, consiguió hacer funcionar la comunidad política más relevante del mundo helénico"
No hubo en la realidad ateniense democracia pura, sino una aristocracia o élite cuya grandeza consistió en aceptar, a pesar de detestarlo, el desafío de la democracia, es decir, la convivencia conflictiva con el control obsesivamente atento y a menudo oscurantista del poder popular. Alcibíades, exiliado en Esparta, definió la democracia como una locura universalmente reconocida como tal. Y nadie criticó la democracia como los propios atenienses. Hubo mucha literatura y muchos panfletos, casi todos desaparecidos, que denunciaron la violencia de clase, la corrupción, el abuso de los tribunales, el derroche y el parasitismo del sistema. Aquello,
dice Tucídides, no era democracia aunque se la llamara así, en realidad era una aristocracia con el apoyo de la mayoría, o una democracia solo de palabra y en los hechos una forma de principado.
Esa fue la realidad. Así se deduce paladinamente de las fuentes originales que Canfora ha escrutado rigurosamente por delante y por detrás. Y si a la tradición occidental nos ha llegado otra imagen, la idealizada de una perfección política en democracia, ello se ha debido a la pérdida de los “panfletos” y de casi toda la literatura antiateniense, a las selecciones que realizaron arbitrariamente las bibliotecarias de Alejandría, y sobre todo a la fuerza de la cultura romana, que eludiendo para sí la que consideraba peligrosa doctrina política de Atenas, no tuvo remilgos para enfatizar su papel cultural universal y emblemático. Así se impuso al fin el mito.
"Para Tucídides aquello no era democracia aunque se la llamara así, en realidad era una aristocracia con el apoyo de la mayoría, o una democracia solo de palabra y en los hechos una forma de principado"
Y con él se contaminó hasta el mismo molde que propagó el mito, las tablas de la ley que consagraron la democracia ateniense, la oración fúnebre de Pericles que Tucídides transcribe en su Historia de la Guerra del Peloponeso y que la iconografía posterior agigantó haciéndola pasar por realidad cuando solo era un mito, que Canfora desmonta rebajándolo a mera fantasía patriótica con las falsedades inherentes al género de la oratoria funeral. El mismo Platón descubrió la farsa y la parodió ferozmente en la oración fúnebre por Aspasia –la amada por Pericles y perseguida por la mojigatería reinante-- recogida en el Menéxeno y que está formada, según dice Sócrates en él, pegando las sobras de la de Pericles. También Tucídides, crítico como tantos de la democracia ateniense que le terminó mandando al exilio, era consciente de que se trataba de un discurso de ocasión y entre líneas, advierte Canfora, deja clara la diferencia entre la Atenas real y la Atenas oficial, idealizada o imaginaria que a la larga alimentó el mito ateniense.
"El mito contaminó hasta el mismo molde que lo propagó las tablas de la ley de la democracia ateniense, la oración fúnebre de Pericles que la iconografía posterior agigantó haciendo pasar por realidad lo que solo era un mito. Canfora lo desmonta rebajándolo a mera fantasía patriótica con las falsedades inherentes a la oratoria funeral"
Canfora, apoyado en citas apabullantes de la bibliografía de la época que demuestra conocer como nadie y dando especial énfasis a los textos de Tucídides, Demóstenes y Aristóteles, elabora su tesis crítica, incluso iconoclasta, pero fresca y fundada, fijando la dimensión efectiva de la democracia realmente vivida en Atenas en un siglo en el que tocó cenit su imperio marítimo con la victoria sobre los persas pero que al final sucumbió frente a un sistema político militarista como era el espartano, y fue sustituida por otro sistema, también absolutista y tampoco democrático, como fue el monárquico de Macedonia.
Aún así, este siglo pericleo, etapa de salida de la participación del demo en política aunque el poder siguiera en manos de la aristocracia --gobierno del pueblo y poder de los señores—hizo gala de una vitalidad frenética. Ese conflicto latente de poderes fue el detonante de energía intelectual y creatividad más feraces de toda la historia de la civilización occidental. Es también para Canfora, a pesar de sus críticas, el verdadero legado de Atenas y el alimento legítimo de su justificado mito.
El cardenal de España
Joseph Pérez, premio Príncipe de Asturias 2014, propone para Cisneros una valoración muy acrecentada
Solo aplausos merece la iniciativa de la Fundación Juan March de editar la biografía de personajes significados, y a veces olvidados, de nuestra historia y cultura. Ortega y Gasset, Bartolomé de las Casas, Ignacio de Loyola, Emilia Pardo Bazán o Larra ya han visto editadas sus semblanzas en esta colección que bajo el título Españoles eminentes trata de recuperar a la luz de la ejemplaridad, como dice el Director de la Fundación Javier Gomá Lanzón, la perspectiva del ethos personal de cada personaje en la explicación histórica, distanciándola de la habitual narración política, diplomática o militar a la que se suelen contraer en España las biografías convencionales.
Ha acertado la Fundación con el biógrafo, un hispanista de postín, viejo conocido en los ambientes culturales de nuestro país, y ultimo Premio Príncipe de Asturias de Ciencias sociales, especialista en la historiografía ibérica de los siglos XV y XVI, Joseph Pérez, hijo de emigrantes españoles, escritor prolífico y ajustado, agasajado con las más altas condecoraciones y reconocimientos en España y en Francia donde ocupa, desde hace décadas, la cátedra de Historia de la civilización española e hispanoamericana de la Universidad de Burdeos III de la que es también Presidente honorario.
"Impulsado a político desde un confesionario, se convirtió en un estadista de primer plano, tal vez el más grande que hubo en la Europa de aquel siglo, superior desde luego al afamado Cardenal Richelieu, y tal vez el mayor hombre de estado que haya tenido España"
Y también ha acertado con el personaje cuya semblanza se le ha solicitado. Un personaje singular, un eclesiástico reformador impulsado a político desde un confesionario –su promoción arranca de su nombramiento como confesor de la reina Isabel-- que se convirtió en un estadista de primer plano, tal vez el más grande que hubo en la Europa de aquel siglo, superior desde luego, dice Pérez, a otro cardenal-estadista francés, el afamado Cardenal Richelieu. Hablamos del Cardenal Cisneros, dos veces regente del Reino, al que los historiadores franceses han calificado de genio de la política y estadista por antonomasia, defensor de la res pública frente a los grandes, las banderías y los partidismos, al que Tayllerand ensalzó incluyéndolo en la lista de políticos modernos, el historiador alemán Hefele encomió por su proximidad al pueblo, su dedicación a la ciencia, su generosidad y su indulgencia, y Henry de Montherlant dramatizó como el hombre que, solo ante su destino, está obligado a sacrificarse por razón de Estado.
"Cisneros no fue escritor, ni orador ni siquiera un humanista de la época. Fue un contemplativo, un promotor de la espiritualidad y paradójicamente al tiempo un hombre de acción con fuertes dosis de practicidad y una sorprendente mente liberal para el logro de sus fines-"
La biografía de Pérez está llena de interés. Cierto que no aporta datos nuevos a la tradicional de Garcia Oro y sus complementos, pero nos desvela, desmenuzándolos con agudeza, pliegues desconocidos de su interior y agiganta desde nuevas perspectivas la valoración política del personaje.
"Su concepción del Estado, de la res pública, estaba anclada en las ideas políticas que la escolástica española venía desarrollando desde fines del medievo concibiendo la comunidad política como un cuerpo místico cuya cabeza –rey o república- ejerce un poder que le viene de Dios pero por intermedio de la comunidad"
Cisneros hubiera pasado a la historia por uno cualquiera de los muchos méritos que acumula. Por su faceta, por ejemplo, de reformador de la orden franciscana, del clero de su diócesis y de toda la Iglesia, desde la senda de la espiritualidad de sus mentores Ramón Llull y Savonarola. Por su labor como diplomático flexible y conciliador. Por su espíritu misionero que le impulsó a ejecutar, siguiendo la sugerencia testamentaria de la Reina Isabel, la expedición a Oran para continuar la evangelización en África. O por sus logros culturales, entre ellos la creación de la Universidad de Alcalá, germen de la Complutense, concebida inicialmente para servir a la formación del clero, que pagó íntegramente de su peculio con las rentas de la mitra de Toledo y reguló al modelo del centro Universitario de Paris, en la que los regentes (catedráticos) no eran vitalicios sino elegidos por los estudiantes para cuatro años. O desde luego, por su realización más conocida, la Biblia Políglota, descubriéndonos Joseph Pérez, al definir el perfil del cardenal, interesantes facetas que nunca se han destacado lo suficiente. Cisneros no fue escritor, ni orador ni siquiera un humanista de la época Fue un contemplativo, un promotor de la espiritualidad y paradójicamente al tiempo un hombre de acción con fuertes dosis de practicidad y una sorprendente mente liberal. No dudó en recurrir a hebraístas y helenistas para las traducciones o a las sinagogas para buscar mejores textos bíblicos, y tampoco en convocar para su magna obra a humanistas o conversos, incluso al propio Nebrija y al mismo Erasmo, que por cierto renunció, al parecer por el ambiente semitizado que se respiraba en España. Otra muestra de su talante liberal fue su lucha durante su etapa de Inquisidor General por hacer predominar en los procesos del Santo Oficio el matiz jurídico sobre el político
"Cisneros se adelantó a las doctrinas absolutistas imperantes considerando limitado por el derecho natural y el bien común el poder del príncipe, y ganándose el lema de estadista de la modernidad y el más perspicaz político de aquella Europa"
Pero si por algo ha sorprendido a la historiografía posterior, si en algo se adelantó a su tiempo y si por algo ha obtenido general reconocimiento hasta el punto de ser considerado el mayor hombre de estado de España de todos los tiempos, ha sido por su avanzada idea de la política. Su concepción del Estado, de la res pública, estaba anclada en las ideas políticas que la escolástica española venía desarrollando desde fines del medievo concibiendo la comunidad política como un cuerpo orgánico, un cuerpo místico cuya cabeza –rey o república- ejerce un poder que le viene de Dios pero por intermedio de la comunidad, omnis potestas a Deo per populum, lo que acotaba el poder del príncipe con dos límites, el derecho natural de origen divino –siempre a salvo de las decisiones humanas--, y el bien común como fin único y exclusivo de ese poder, teoría que luego cristalizó en las obras del dominico Francisco de Vitoria y del jesuita Francisco Suárez, pero que Cisneros llevó ya a la práctica en su regencia, lo que significó un adelanto de siglos en la praxis política y el contrapunto a las doctrinas absolutistas que inauguraban los propios Reyes Católicos. Y que también seguía el príncipe Carlos de Gante que, ya en los inicios de su reinado, hizo caso omiso a la advertencia que en la dirección de Cisneros le formularon las Cortes de Valladolid de que el rey en verdad su mercenario es. Paradójicamente Cisneros, anclado en la doctrina vernácula, sin renunciar por ello a la autoridad que ejerció con rigor cuando fue preciso frente a las insurrecciones y desacatos de los nobles, se adelantó a las doctrinas absolutistas imperantes ganándose el lema de estadista de la modernidad y visionario cuyas ideas pudieron cambiar el destino de España. Con ese lema pasó a la historia. Dicen que fue el gobernante europeo más progresista de aquel siglo.
Desde luego merece estar incluido entre los Españoles eminentes.