ENSXXI Nº 55
MAYO - JUNIO 2014
- Detalles
- Escrito por Joaquín Estefanía
- Categoría: Revista 55 , Panorama
JOAQUÍN ESTEFANÍA
Periodista y economista
Conforme progresan los síntomas de que hay una cierta recuperación económica (otra cosa es quienes son sus beneficiarios) aumenta el debate sobre los responsables y las causas de lo que le ha ocurrido al mundo en el último septenio. Entre esos responsables y esas causas están los científicos sociales que por ignorancia o por estar al servicio de los poderosos no fueron capaces de avisar primero, y de corregir después, las secuelas de la Gran Recesión.
Es muy sintomático de ello lo que está sucediendo con un libro (Le Capital au XXIe siècle) y su autor, el economista francés Thomas Piketty, que analiza el gigantesco incremento de la desigualdad con una tesis principal: cuando la tasa de acumulación de capital crece más rápido que la economía, la desigualdad aumenta. Nada excesivamente novedoso, pero muy amparado empíricamente por la investigación histórica de Piketty. La primera novedad es que es una de las muy escasas ocasiones en las últimas décadas en que el debate de referencia se sustancia en un libro y en un autor francés y no en alguien de cultura anglosajona, tan dominante en las ciencias sociales, especialmente en la economía. La segunda, que una vez traducido al inglés el texto, ha sufrido el fuego graneado de la academia y el establishment estadounidense, poco acostumbrado a que se discuta su hegemonía. El libro de Piketty no ha sido traducido aún al castellano y será publicado por la mexicana casa editorial Fondo de Cultura Económica.
"Entre los responsables y las causas están los científicos sociales que por ignorancia o por estar al servicio de los poderosos no fueron capaces de avisar primero, y de corregir después, las secuelas de la Gran Recesión"
Siendo las cosas como las expone el joven economista francés (43 años) su tesis sirve para apuntalar a quienes piensan que habiéndose convertido la desigualdad en una de las características estructurales centrales del siglo XXI, su medición (a través del índice de Gini o de cualquier otro mecanismo) ha de introducirse en los cuadros macroeconómicos de los Gobiernos y en las memorias económicas que acompañan a cualquier reforma que se introduzca en la legislación de los países.
El papel de los economistas y de la economía en la gestión de la crisis mundial ha sido expuesto en muchas ocasiones en los últimos tiempos. Un periodista italiano especializado en este campo, Roberto Petrini, escribió un libro titulado Proceso a los economistas, en el que establecía cinco cargos contra esta profesión: los economistas yerran continuamente en sus previsiones; han perdido el contacto con la realidad, obsesionados por una sobredosis de matemáticas; han creído demasiado en la eficacia del dios Mercado”; tienen demasiado poder en relación con otros científicos sociales; y, por lo general, son incapaces de comunicar: ¿acaso saben los economistas hablar a la gente corriente? Todo ello llevaría a la siguiente conclusión: del mismo modo que, como afirmaba Clemenceau, la guerra es un asunto demasiado importante para dejárselas a los militares, la economía tiene demasiadas aristas para abandonarla exclusivamente en manos de los economistas.
En 2009, cuando el mundo caminaba hacia una segunda recesión dentro de la Gran Recesión general, Paul Krugman, que ha conseguido una considerable libertad de opinión desde que le concedieron el Nobel de Economía, escribió un largo e interesantísimo artículo titulado “¿Cómo pudieron equivocarse tanto los economistas?”, que le consiguió la enemiga de la academia más cerrada en sus torres de marfil. Krugman criticaba la paz postiza en la que habían permanecido los economistas de las distintas escuelas y tendencias mientras las cosas fueron bien. Miraron hacia otro lado hasta que “todo el edificio intelectual se derrumbó”, como declaró el antepenúltimo presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, a quien los economistas denominaban “el maestro”, a pesar de hacer facilitado la catástrofe con su política monetaria.
"La última rebelión contra la economía oficial se ha producido en las aulas de las facultades de Ciencias Económicas de medio mundo, bajo la premisa de que no es sólo la economía mundial la que está en crisis, sino la enseñanza de esa economía"
La última rebelión contra la economía oficial se ha producido en las aulas de las facultades de Ciencias Económicas de medio mundo, bajo la premisa de que no es sólo la economía mundial la que está en crisis, sino la enseñanza de esa economía. 44 asociaciones de estudiantes de Ciencias Económicas de 19 países del mundo han hecho público hace unas semanas un llamamiento a favor de una enseñanza pluralista de la economía en la universidad con el objetivo de proporcionar soluciones a los problemas de la sociedad. El llamamiento ha aparecido en muchos medios de comunicación del planeta.
Los estudiantes piensan que ha habido un empobrecimiento progresivo de los planes de estudio de la economía durante las dos últimas décadas, y que éstos no sirven para tratar de arreglar algunos de los retos del siglo XXI como la estabilidad financiera, la seguridad alimentaria, el cambio climático, etcétera. Según los firmantes del llamamiento, un plan de estudios completo debe promover una variedad de marcos teóricos, desde los enfoques neoclásicos habitualmente enseñados, hasta los enfoques frecuentemente excluidos tales como la escuela clásica, el poskeynesianismo, los institucionalistas, ecologistas, marxistas, … Nadie tomaría en serio una carrera de Psicología en la que sólo se oyera hablar de Freud, o una carrera de Ciencias Política en la que una y otra vez se analizase el socialismo de Estado.
Con este manifiesto, los estudiantes de Ciencias Económicas conectan con el que hace ya casi tres años se produjo en la Universidad de Harvard. Entonces, los alumnos de Introducción a la Economía, disciplina dada por Greg Mankiw (autor del conocidísimo –y vendidísimo- manual de Macroeconomía y expresidente del Consejo de Asesores Económicos de George W. Bush), abandonaron su clase e hicieron pública una carta dirigida a su profesor: “Hoy estamos abandonando su clase con el fin de expresar nuestro descontento por el sesgo inherente de este curso. Estamos profundamente preocupados por la forma en que este sesgo afecta a los estudiantes, a la universidad y a la sociedad en general (…) Un estudio académico legítimo de la economía debe incluir una discusión crítica de las ventajas e inconvenientes de los diferentes modelos económicos (…) No hay ninguna justificación para la presentación de las teorías económicas de Adam Smith como algo más fundamental o básico que, por ejemplo, la teoría keynesiana”.
¿Significa todo ello que el mundo de las ideas económicas puede considerarse el principal responsable del retroceso que ha experimentado una parte del planeta con la Gran Recesión, en términos de bienestar social y hasta de calidad de la democracia? No exactamente, o al menos hay que discutirlo. Antes parecen estar los golfos apandadores que robaron, estafaron o abusaron de sus posiciones de poder; las agencias de calificación de riesgo que fueron sus cómplices en la mentira; los organismos reguladores que no quisieron o no pudieron regular; y los políticos que legitimaron esas prácticas, esas ideas, y que torcieron sus rostros de donde había que observar. Pero es muy bueno que el debate se haya abierto y que, como decía Mao, haya comenzado un fuego graneado hacia el cuartel general.