ENSXXI Nº 65
ENERO - FEBRERO 2016
- Detalles
- Escrito por JOSÉ ARISTÓNICO GARCÍA SÁNCHEZ::Presidente de EL NOTARIO DEL SIGLO XXI)
- Categoría: Revista 65 , Sección Corporativa
JOSÉ ARISTÓNICO GARCÍA SÁNCHEZ
Decano Honorario del Colegio Notarial de Madrid
Revista de prensa
Publicado en ABC
7 de diciembre de 2015
JOSÉ ENRIQUE GOMÁ SALCEDO (1930-2015)
Notario modélico, magnífico profesor, estudioso y autor de obras excepcionales
José Enrique Gomá Salcedo Nació en Valencia el 7 de mayo de 1930 y falleció en Madrid el 30 de noviembre de 2015. Obtiene el Premio Extraordinario de Licenciatura al término de sus estudios de Derecho. En 1954 aprueba las oposiciones a Notarías, el más joven de España, con tan solo 24 años, ejerciendo en Valladolid, Bilbao y Madrid, donde se jubilará. Autor de obras como Derecho notarial, además de cuatro voluminosos tomos de Instituciones de Derecho Civil |
Fue un hombre brillante y certero, un amigo, un maestro, un grande del notariado, siempre en vanguardia al servicio de la libertad civil y el progreso social, un hombre íntegro y cabal. Es triste que tenga que ser el choque sufrido por su muerte lo que desate en nosotros la necesidad de descubrir y hacer universal su verdadera dimensión. Pero también es justo y obligado aprovechar ese impacto para rendir homenaje de gratitud y recuerdo para que su ejemplo pueda revitalizar a los que le sobreviven.
José Enrique Gomá Salcedo no fue solo un notario ejemplar. Profesor y maestro de la objetividad a veces dolorosa pero desapasionada era para sus hijos, también notarios, Ignacio y Fernando. Grande del Notariado para la revista del Colegio de Madrid EL NOTARIO DEL SIGLO XXI, y arquetipo seguro de los modelos de ejemplaridad que diseñó en sus ensayos otro de sus hijos, el filósofo Javier. Virtudes todas ellas que es necesario ahora encomiar tanto como en vida él lo evitó por su excesivo desapego a honores y reconocimientos.
Premio Extraordinario de la Licenciatura en Valencia, y notario más joven de España, lo era a los 24 años, Gomá tenía una profunda dimensión humana que se remodeló, según ha reconocido, en el choque de su espíritu urbano renacentista con la realidad vital de los hombres sencillos, primarios pero auténticos de su primer destino rural en Tierra de Campos que desprendían sin saberlo lecciones de humanidad real chocante con la deshumanización rampante en la sociedad globalizada y despersonalizada. Allí empezó a ser un notario modélico, como lo fue luego en Bilbao y en Madrid y donde quiera que ejerciera su función. También fue un magnífico profesor, un estudioso, autor, además de un excelente Derecho Notarial y otras obras, algunas inéditas, de unas excepcionales Instituciones de Derecho Civil, en cuatro voluminosos tomos, dotadas de una riqueza dogmática, una coherencia global y una vocación totalizadora que bien podrían calificarse de Tratado singular de Derecho Civil Universal razonado, que ha merecido la alabanza de maestros y profesores. Fue también un espíritu inquieto, abierto a la modernidad, pionero de la informática, empezó creando el soft de programas específicos adelantándose a los profesionales, y un maestro en todo. Estuvo veinte años enseñando y preparando opositores a notarías. Y lo hacía por generosidad, no por cálculos de conveniencia sino por su fe en la liberalidad, y aún agradecía a sus alumnos lo que, les decía, le enseñaban y ayudaban a fijar posiciones.
Pero ante todo y sobre todo fue un hombre dotado de una agudeza y una prudencia en el raciocinio proverbiales. Con perspicacia pero también con pausa, analizaba certeramente cada problema, aplicaba el método socrático del diálogo y la reflexión para llegar a la raíz, siempre a la raíz, de las cosas, y al final, como si nada, sugería la solución exacta con un ligero toque de ironía que eliminaba cualquier indicio de imposición o dogmatismo.
Le conocí muy joven, en el viejo Ateneo de Madrid, aquella hermosa institución liberal de la que al final de los años 50 fue secretario. Tuvimos muchos encuentros, siempre interesantes y cercanos. Presumía de su adscripción a la normalidad, al núcleo de hombres ordinarios y corrientes. Y hacía gala de sencillez. La que le hacía huir de pompas y honores. La que le inducía a refugiarse del elogio en la ironía y el humor sutil. La que le indujo a responderme cuando se le incluyó entre los Grandes del Notariado, que no lo merecía salvo por su estatura o a lo más como confirmación de la teoría de su hijo Javier, quien, ante la falta de referencias de este tiempo desmitificado, sugiere dirigir los elogios a la ejemplaridad vital del hombre ordinario, el que se limita a dar a la sociedad lo que le pide y acepta lo que le ofrece contribuyendo así a una convivencia social ordenada.
Es un adagio que no hay nadie indispensable, pero también lo es que hay personas difícilmente sustituibles lo que se agudiza cuando desaparece alguno de los que han sido colocados en el vasar de los arquetipos. El ejemplo que irradian, por ese ansia de superación ínsito en el espíritu del hombre, debe hacernos mejorar por sí mismo, pero si ello no tuviera lugar por mera ósmosis espiritual, nos obliga a esforzarnos para seguir su estela.