ENSXXI Nº 72
MARZO - ABRIL 2017
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Cara al público
Periodista
Sabemos que un discurso es como una relación amorosa, cualquier imbécil puede comenzarla, pero hace falta un talento considerable para ponerle fin. La deriva degenerativa de los discursos que constituyen la referencia dominante en el espacio público trae causa de la propensión del orador a incurrir en el fomento de las más bajas pasiones del público. Explica también Sam Leith en ¿Me hablas a mí? (Taurus, Madrid, 2012) que la utilización de los lugares comunes permite ver dónde se cruzan el logos y el ethos pero que de nada sirven esos recursos cuando son ajenos a la audiencia ante la que se comparece. En favor de su tesis aduce un hecho adquirido de sabiduría popular según el cual "cuando vas de pesca, no cebas el anzuelo con lo que a ti te gusta, sino con lo que le gusta al pez". Y desde Quintiliano tenemos averiguado que "si no podemos seducir a quienes nos escuchan con deleites, arrastrarles con la fuerza de nuestros argumentos y a veces perturbarles apelando a sus emociones no podremos hacer triunfar ni siquiera una causa justa y cierta".
Leith reconoce que ethos, pathos y logos son las coordenadas inseparables de las artes de la persuasión y que el poder de la emoción solo es eficaz en la medida en que es emoción compartida. Por eso, una de las causas de que la risa sea tan efectiva como herramienta de la persuasión reside en "su carácter de afirmación involuntaria". Involuntariedad que adquiere carácter revelador. Llegados aquí tendría gran interés analizar la función que la risa y los aplausos tienen en la política, en el área mediática y en el mundo del espectáculo y detenerse en considerar los recursos que se emplean en el intento de adquirir capacidades de inducción para desencadenar risas y aplausos de forma que los trucos pasen inadvertidos porque la espontaneidad está reconocida como piedra de toque del auténtico valor añadido. Lo saben bien los regidores de los estudios de televisión que operan como jefes de claque para garantizar que sean aplaudidas sin falta las mayores vilezas salidas de las boquitas más percutientes en la diseminación del antagonismo y el encono.
"Los regidores de los estudios de televisión operan como jefes de claque para garantizar que sean aplaudidas sin falta las mayores vilezas salidas de las boquitas más percutientes en la diseminación del antagonismo y el encono"
Seleccionar y manejar ese público azaroso requiere una suma de habilidades. Como el ganado que se lidiará en una tarde de toros, los espectadores han de ser recogidos en el campo y encajonados en los autobuses para ser conducidos a la plaza. Pero en vez de soltarlos en el ruedo los acomodan en el graderío para que disfruten del espectáculo y vean en vivo y en directo a las fieras de rabiosa actualidad en su combate con los gladiadores del periodismo de celebrities enfundados en las camisetas de los equipos que les son más afines. Son los programas denominados cara al público, pero a un público que ha perdido la cara, que viene domesticado, que acepta unas reglas del juego sobreentendidas de cuyo cumplimiento pende que cada uno de sus componentes individuales merezca el reenganche o padezca la reprobación y sea descartado para concurrir en nuevas ocasiones a tener unas horas de calefacción o de aire acondicionado según la estación del año y alcanzar un bocadillo con bebida no alcohólica añadida.
De manera que la función de ese agregado humano carece de perfil crítico. A la inversa del teatro o de los toros son los espectadores quienes han de pasar examen ante los responsables de haberles convocado. En definitiva, que el procedimiento de selección y el trato dispensado propenden a configurar un público colaborativo, carente de las exigencias que albergan quienes acceden a un espectáculo habiendo pagado sus localidades y las exhiben en actitud de reclamar ante cualquier deficiencia. A este público se le puede decir lo de come y calla hasta nuevo aviso para que aplauda en la proporción que le sea señalada. Pero habría que volver a Henri Bergson para ocuparnos a continuación de las risas y de su carácter de afirmación involuntaria. Cierto que hay risas contagiosas pero ese contagio funciona conforme a una mecánica mucho menos precisa que la desencadenadora de los aplausos. Son un clásico de los programas de humor o con ambientación humorística las risas enlatadas que se acoplan de manera que faciliten la catarsis de la risa en el público que los sigue a distancia en situación de aislamiento, privados de la capacidad de interaccionar con otros espectadores sometidos por separado a los mismos estímulos visuales y auditivos.
Aplausos, risas, pateos, rumores, murmullos son vocablos que figuran entre paréntesis y en letra cursiva como acotaciones propuestas por los taquígrafos y aceptadas por los redactores del Diario de Sesiones de conformidad con las percepciones acústicas que hayan captado quienes levantan acta de la sesión del Pleno del Congreso de los Diputados. De lo que no queda constancia es de la vergüenza que como señala Ferlosio es la comadrona o la nodriza de toda educación. En relación con la vergüenza indica nuestro autor el hecho singular de que el resorte del rubor se active únicamente con la presencia física del prójimo, como un síntoma necesariamente provocado por la mirada ajena y, por tanto, referido a ella, que viene a inscribirlo inevitablemente en los fenómenos expresivos vinculados a la intersubjetividad. "Porque se da una estricta, exclusiva y sumamente específica coordinación del síntoma del rubor con una afección anímica a su vez tan peculiar como es la de la vergüenza". No es que el rubor, precisa Ferlosio, no pueda reproducirse a solas, sino que no puede reproducirse, porque es un acontecimiento y salda sus cuentas con el trance avergonzante de una vez por todas.
"Como el ganado que se lidiará en una tarde de toros, los espectadores han de ser recogidos en el campo y encajonados en los autobuses para ser conducidos a la plaza. Pero en vez de soltarlos en el ruedo los acomodan en el graderío para que disfruten del espectáculo y vean en vivo y en directo a las fieras de rabiosa actualidad en su combate con los gladiadores del periodismo de celebrities enfundados en las camisetas de los equipos que les son más afines"
Trance avergonzante debería haber sido la intervención del diputado Pablo Manuel Iglesias, del grupo parlamentario confederal de Unidos Podemos, en el turno de cuestiones al presidente del Gobierno correspondiente al Pleno del miércoles 22 de marzo cuando le dijo a Mariano Rajoy que preparando la pregunta, había estado reflexionando sobre qué expresión utilizaría el presidente para responderle a propósito de un informe de los letrados de Cortes. Se respondía a sí mismo desplegando distintas opciones; me importa un pimiento; me importa un huevo; me importa un rábano o me importa un pepino. Y pasaba enseguida a incluir otras fórmulas más directas: me la trae floja, me la suda, me la trae al fresco, me la pela, me la refanfinfla, incluso me la bufa. Porque, concluía, "a usted el informe de los letrados se la bufa". De modo que palabras tan elegantes acudieron a su boca como resultado de una reflexión. Cervantes en el prólogo de El Quijote al "desocupado lector" escribe que "el sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu son parte para que las musas más estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravilla y de contento", pero, en el caso que tratamos del líder revalidado de Podemos, todas esas circunstancias favorables a la reflexión le han incitado al "me la bufa", que no ha nacido en riña acalorada de alguna taberna, a que se refiere el inicio de la segunda parte del Ingenioso hidalgo cuando menciona cómo le sobrevino su manquedad.
Grande agudeza retórica la del diputado de marras que de forma intencionada o no sacrifica el poder explicativo en aras de multiplicar el impacto. Dado que en el campo mediático el lema creciente es el de todo por el impacto. Estamos atrapados en la búsqueda desesperada por llamar la atención, sin duda el bien más escaso en la sociedad de hoy en día. Una tendencia con efectos deformantes a vigilar porque, según escribe Mark Thompson en su libro Sin palabras, "nuestras estructuras cívicas compartidas, nuestras instituciones y organizaciones son, en buena medida, cuerpos vivientes de lenguaje público, de modo que, cuando cambia la retórica, también varían ellas". En definitiva, que la crisis de nuestra política sería la del lenguaje y que detrás del robo verbal viene el robo en efectivo, como decía Arturo Soria y Espinosa.