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Por: MIGUEL ÁNGEL AGUILAR
Periodista

 

El ser humano tiene necesidades y ansias informativas como las tiene respiratorias o alimenticias. Las necesidades informativas se sacian con noticias que por su propia naturaleza propenden a expandirse conforme al axioma bonum est diffusivum sui. Se impone algún sistema de contraste que permita discriminar los merecimientos que los hechos o los datos presentan para ser considerado noticia y evaluar su peso noticioso, su noticiabilidad, de acuerdo con la Ley de la Gravitación Informativa. Su aplicación permite determinar la potencia noticiosa de un acontecimiento, que resulta ser directamente proporcional al índice de rareza, es decir de improbabilidad (un cálculo a partir del cual las compañías de seguros encarecen o rebajan el importe de las pólizas a sus clientes), y que crece en proporción al producto de los intereses afectados tanto en el lugar del acontecimiento como en el del centro editor o emisor desde el que son difundidos. La distancia al cuadrado entre ambos lugares figura en el denominador como atenuante de la noticia.
Aceptemos que los hechos solo son noticia cuando son insertados en el circuito de la difusión y que su relevancia en ese plano es tanto mayor cuanto lo sea su capacidad de captar la atención. La batalla periodística se celebra en ese campo, el de lograr que el público le preste su atención. Reparemos en el verbo elegido prestar porque sucede que la atención siempre es prestada, de la misma manera que las pompas son fúnebres, el fervor es religioso, la disciplina es militar, la crítica constructiva, la adhesión inquebrantable, la puntualidad taurina, los ingleses flemáticos, oscuro e incierto el reinado de Witiza, el despilfarro provocador, la pobreza digna o la lengua compañera del imperio. Y ese préstamo de atención que se intenta obtener puede tener su vencimiento sobrevenido en cualquier instante, sometido como está al embate de las solicitaciones que a cada uno está sometido de modo incesante por sus múltiples dispositivos de conexión siempre activados. Repitamos una vez más para los que hayan llegado tarde que la batalla de los medios de comunicación y de los demás actores del espacio público se libra en el campo de la atención, que es el bien más escaso y el más disputado.

"Aceptemos que los hechos solo son noticia cuando son insertados en el circuito de la difusión y que su relevancia en ese plano es tanto mayor cuanto lo sea su capacidad de captar la atención"

Veamos ahora cuáles son los vehículos que cabalga la noticia para cumplir su vocación permanente de darse a conocer, de difundirse urbi et orbi. Reconozcamos que la naturaleza de esos vehículos difusores ha evolucionado al paso del progreso técnico. Las cartas y relaciones manuscritas constituyen balbuceos del periodismo solo para próceres del que es buen ejemplo en España durante los primeros años del reinado de Felipe IV la recopilación de Andrés de Almansa y Mendoza, recuperada por la editorial Castalia en 2001. Todo cambió cuando se rompió esa exclusiva y se pudo incidir sobre el público de a pie. La aparición de la prensa que derivaba del invento de Gutenberg vino a romper el mester de clerecía. Enviaba al paro a los copistas monacales, posibilitaba que nos diéramos al libre examen de los textos sagrados preconizado por la Reforma protestante y de paso dejaba sin sentido el anterior sometimiento obligado a los exégetas autorizados. La Biblia quedaba al alcance de todos los públicos y se abría una revolución que tuvo sus días de llamas y sus años de humo de los que habló mucho después Víctor Hugo en sus diarios.
Antes de que apareciera Internet, la radio y la televisión habían entrado a competir o a complementar la función del periodismo escrito. Pero la prensa mantuvo la prioridad ya fuera como reflejo del orden de aparición en escena, que parecía seguir confiriéndole una mayor consideración y relevancia jerárquica pese a su desfavorable situación respecto a la amplitud de las audiencias, o por la distinción de sus destinatarios. En resumen, los periódicos impactaban sobre un número de lectores muy inferior al de los oyentes de la radio o al de los espectadores de la televisión pero, sin embargo, parecían continuar siendo la referencia dominante, mantenían vigente el prestigio de la escasez y una influencia indiscutida sobre los periodistas de los informativos de la radio y la televisión con el consiguiente poder multiplicador.
El significado y la magnitud de esos cambios que llevaron de las hojas manuscritas a la prensa de masas se entiende mejor por analogía, a partir de lo que ha supuesto Internet en cuanto a ruptura de jerarquías, equiparación de roles y supresión de las diferencias entre receptores inertes y emisores radiactivos. Quedaba así clausurada la definición de Karl Kraus según la cual los periodistas tienen algo que decir porque escriben. En adelante, íbamos a tener periodismo ciudadano, todos seríamos periodistas. Maquiavelo -léase su diálogo en el infierno con Montesquieu publicado a la altura de 1864 por Maurice Joly- para evitar que los gobiernos sucumbieran por obra de la prensa, propone neutralizar a la prensa por medio de la prensa misma, de modo que el gobierno opte por hacerse periodista y convertirse en la encarnación del periodismo.
La nueva vuelta de tuerca que supuso la entrada de la era de Internet incluiría además la disolución del poder concentrado por los medios de comunicación. Sería el cumplimiento del lema guerrista de to pal pueblo. Cualquiera conectado con un teléfono móvil en ristre, desde cualquier lugar, en cualquier momento, queda dotado de la capacidad de poner en órbita informativa cualquier novedad, falsa o verdadera, sin necesidad de mayor verificación y haciéndola llegar a la velocidad de la luz a todas partes simultáneamente. A partir de ahí habría que analizar si la gente ha quedado como ahora se dice empoderada o simplemente confundida.

"Maquiavelo, para evitar que los gobiernos sucumbieran por obra de la prensa, propone neutralizar a la prensa por medio de la prensa misma, de modo que el gobierno opte por hacerse periodista y convertirse en la encarnación del periodismo"

Buen momento, en todo caso, para volver sobre el reportaje de Katharine Viner, la directora de The Guardian, publicado en el número 46 del desaparecido periódico semanal AHORA, correspondiente al 12 de agosto de 2016. Su título "Cómo la tecnología altera la verdad" confirma ese principio de la mecánica cuántica que establece la interacción entre el instrumento de observación y el fenómeno observado y explica cómo las redes sociales se han comido las noticias, amenazan la viabilidad del periodismo basado en el interés público y han contribuido al inicio de una era en la que las opiniones están sustituyendo a los hechos, sin que nadie rinda cuentas y todos contentos de ver tanta maravilla sobre todo si es viral porque la viralidad es el nuevo ídolo al que debemos rendir toda clase de sacrificios. Con las nuevas tecnologías de la información y la comunicación sucede una vez más que son de doble uso y sirven tanto para proporcionar un momento de espejismo de liberación como para esclavizarnos de nuevo de manera más miserable.
Por eso conviene la lectura del libro El filtro burbuja, donde se explica cómo la red decide lo que leemos y lo que pensamos. Lo ha escrito Eli Pariser y lo ha editado Taurus. Permite averiguar de modo indeleble que si recibes un servicio gratuito el precio que pagas es suministrar información sobre ti mismo. Porque cuando no pagas por algo, no eres el cliente, sino el producto que se vende y si no tienes cuidado acabas desarrollando el equivalente psicológico a la obesidad, a base de prestar atención a las cosas que nos estimulan empezando por los contenidos groseros, violentos o sexuales. Inducidos por esos filtros personalizados que constituyen un reflejo perfecto de nuestros intereses y deseos pero reduce el margen para los encuentros casuales que aportan conocimientos y aprendizaje y nos deja atrapados en una versión estática y cada vez más limitada de nosotros mismos. De modo que, sin saberlo, tal vez nos estemos practicando una especie de lobotomía. Así que como el filtro burbuja distorsiona nuestra percepción de lo que es importante, verdadero y real, necesitamos que sea visible como pretende conseguir nuestro autor.
Estos días la compañía de Els Joglars está representando en el teatro Amaya de Madrid una función "ZENIT, la realidad a su medida". En la sinopsis que traza Ramón Fontseré escribe que centran su mirada en los medios de comunicación y reflexionan sobre cómo algo que empezó con una pluma o un cincel con el paso del tiempo se ha convertido en una máquina voraz de éxito y poder que bajo el imperio de de las nuevas tecnologías ha multiplicado su producción. El periodismo, escribe, que nació de la necesidad de transmitir información vital para la sociedad, en parte, se ha convertido en un negocio del entretenimiento, más enfocado en alcanzar cuotas de mercado que en la descripción objetiva de los hechos. En este periodismo, continúa, no importa la moral ni la ética, la finalidad es mantener la avidez y glotonería de la masa, presentada como devoradora pantagruélica de información aunque para hacerla más atractiva se proceda a manipular, filtrar o enfangar la realidad constantemente. Todo ello en consonancia con aquella viñeta de El Roto aparecida un primero de año donde una multitud en manifestación sostenía una pancarta en la que se leía ¡QUEREMOS MENTIRAS NUEVAS! Y aquí es donde se nos aparece Donald Trump quien más que un presidente es un medio de comunicación entregado a la práctica solipsita del tuiteo.

"Los medios de comunicación convencionales son como la energía nuclear de doble uso: bélico o medicinal. Han sido sembradores de concordia o de antagonismo cainita"

La pretensión de ZENIT es provocar a través de la sátira una reflexión sobre la responsabilidad, tanto de los medios como de quienes los siguen, y alertar sobre la deriva que ha tomado cierto periodismo, recordando que es un oficio tan imprescindible para la democracia como para su destrucción. Los medios de comunicación convencionales son como la energía nuclear de doble uso: bélico o medicinal. Han sido sembradores de concordia o de antagonismo cainita. Han ambientado la convivencia cívica o el antagonismo cainita. Han promovido la reconciliación o el enfrentamiento. Porque al menos desde la guerra de Crimea en adelante todas las guerras han tenido una preparación mediática. Un somero repaso a las guerras de los Balkanes entre serbios, croatas, bosnios, montenegrinos o kosovares permite concluir que son inexplicables sin la siembra sistémica de odio de los medios de comunicación de Belgrado y que la de los Utus y los Tutsis en Ruanda tampoco se hubiera desencadenado sin la radio de las mil colinas. Ni hubiéramos tenido en 1898 la guerra hispano-norteamericana de Cuba sin la impagable colaboración de William Randolph Hearst el proclamado inventor del periodismo amarillo.
Loable y certero el intento de Fontseré pero desfasado una vez instalados en el trumpismo ambiente y en la desertización del espacio público solvente. Continuará.

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