ENSXXI Nº 77
ENERO - FEBRERO 2018
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Los acontecimientos
Periodista
Los mejores políticos saben que su suerte depende de las ondas del tiempo. Lo recuerda Luuk van Middelaar en su libro El paso hacia Europa (Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2013) donde se ocupa con singular acierto tanto de las fuerzas motrices de Europa como de la necesidad de aceptación por parte del público. Allí refiere cómo el primer ministro británico, Harold Macmillan, reflejó esa conciencia cuando, interrogado por un joven periodista sobre lo que más temía para su gobierno, respondió: "Los acontecimientos, muchacho, los acontecimientos". Hay acontecimientos imponderables, como los de origen geológico o meteorológico, pero también hay otros que pueden ser creados por la mano del hombre o mediante la generación de expectativas a cuyo olor de multitud acuden los periodistas. En esa línea encontramos a El Roto quien, en la leyenda de la viñeta de El País del pasado 26 de enero, señalaba que "La presencia de las cámaras crea el acontecimiento". Porque los políticos que se presentan como víctimas de los acontecimientos abandonan a veces la pasividad de meros sufridores de los acontecimientos y pasan a crearlos.
Por ejemplo, Napoleón sostenía que "il faut créer l'événement". El Gran Corso significaba así cómo unos hechos, más o menos victoriosos, podían ser sometidos a un proceso de transubstanciación que les añadiera valor y los convirtiera en acontecimientos de máxima relevancia. El resultado reafirmaba la moral de la propia hueste, desalentaba al enemigo y multiplicaba el prestigio del emperador. Nada de victorias sin alas, Napoleón quería que sus victorias fueran siempre aladas, como fuera esculpida en su día la de Samotracia. Quienquiera que haya pretendido alguna vez dar noticia de sí mismo o propagar un mensaje informativo de cualquier índole conoce por experiencia la escasez y la volatilidad de que está afectado ese recurso imprescindible que es la atención, cómo tiende a disiparse, a migrar hacia otros señuelos, a fragmentarse por la asunción de múltiples tareas y cuán inconstante es el público en mantenerla fija, ya sea un público compuesto por escuchantes de radio, espectadores de televisión o lectores de textos en cualquier soporte. Tan diversos, tan acelerados y tan fuertes estímulos y solicitudes como compiten por ganar la atención, hacen que conseguirla sea casi un prodigio. Tanto en la política como en el periodismo o en el circo, tres actividades muy conectadas, es fundamental conseguir la atención de los votantes, de las audiencias o de los espectadores presentes en las gradas. Pero no todo vale para lograrla si se ha de mantener el mínimo de dignidad por debajo del cual surge el encanallamiento.
"Los políticos que se presentan como víctimas de los acontecimientos abandonan a veces la pasividad de meros sufridores de los acontecimientos y pasan a crearlos"
Dos películas recientes, Spotlight (dirigida por McCarthy, con Mac Ruffalo y Rachel McAdams) y Los archivos del Pentágono (dirigida por Steven Spielberg, con Meryl Streep y Tom Hanks), han propiciado reflexiones sobre otros dos casos de periodismo profesional, centrados en los periódicos The Boston Globe y The Washington Post. En el primero, el seguimiento aturullado de informaciones inconexas de abusos sexuales en la diócesis que encabeza la capital de Massachusetts solo resulta inteligible a partir del momento en que el redactor-jefe del Globe propone observarlas como algo sistémico. El segundo caso, el del Post, presenta la relación dialéctica entre la propietaria del periódico, Katherine Graham, y el director, Ben Bradlee. Publicar los archivos del Pentágono era tomar un riesgo que podría implicar la desaparición del periódico pero renunciar a hacerlo sería una deserción que privaría de sentido su existencia. Ambas historias se cuentan a la manera cinematográfica, presentan imágenes de las salas de redacción con cientos de periodistas afanados en su trabajo profesional. Desde entonces, la drástica reducción de sus efectivos se ha llevado a cabo con desventaja para los periódicos, los lectores y la calidad de la democracia.
Spotlight y Los archivos del Pentágono aportan pruebas si fueran necesarias de que ningún hecho permanece igual a sí mismo después de haber sido difundido como noticia. Alteración que se produce incluso en el caso de que el informador haya procedido con el más escrupuloso respeto a la realidad de los hechos y desde la actitud más objetiva que quepa imaginar. De ambas películas salimos convencidos de que como advertía Heisenberg no conocemos la realidad sino la realidad sometida a nuestra manera de interrogarla. A este principio que Heisenberg llamó de incertidumbre, obedece también el comportamiento de las fuentes informativas en presencia o bajo la observación auditiva y visual de los agentes difusores. De manera que dichas fuentes se manifiestan de manera tanto más explícita, son tanto más activas desde el punto de vista noticioso, cuanto menos precisa vaya a quedar su identificación.
"Tanto en la política como en el periodismo o en el circo, tres actividades muy conectadas, es fundamental conseguir la atención de los votantes, de las audiencias o de los espectadores presentes en las gradas. Pero no todo vale para lograrla si se ha de mantener el mínimo de dignidad por debajo del cual surge el encanallamiento"
En todo caso, la prensa, y por consanguinidad los demás medios informativos digitales y electrónicos, cumplía una función inquisitiva de control de los poderes y, por eso, se consideraba un contrapoder. Era también una palanca decisiva para generar influencias o invalidarlas, asignar brillos u oscuridades, incentivar prosperidades o ruinas, favorecer consensos o disidencias, en muy diferentes escalas y ámbitos sociales. De ahí que los poderes políticos, económicos, sociales, religiosos, sindicales, deportivos o filatélicos en cuanto se nuclean como tales procedan a dotarse de una oficina de prensa que opera como centro emisor -imbuido del afán evangélico de difundir la buena nueva de su benéfica existencia- que promueven el aprecio por el bien que nos hacen y reclaman el asentimiento que les debemos. La segunda función de estas oficinas de prensa es defensiva. Consiste en interferir o bloquear cualquier mensaje que suponga desprestigio. Semejante vocación comunicativa arraiga lo mismo en un sindicato de estibadores que en la iglesia de la cienciología o en los usuarios de Vespa. Enseguida la oficina de prensa de que se trate comunica las ventajas de aquellos a quienes sirve y reclama las adhesiones que merecen sirviéndose de las herramientas marketinianas más convenientes. Así resulta que el número de periodistas, o mejor de licenciados en Ciencias de la Información o de la Comunicación, dedicados al maquillaje y la manipulación es incomparablemente mayor que el de los encuadrados en las redacciones de los medios que se afanan en descodificar, verificar, contrastar y autentificar la información antes de ponerla al alcance de sus audiencias.
La libertad hace posible la existencia de la prensa. Pero la libertad no es Alicia en el país de las maravillas. El deber indeclinable y permanente de la prensa es evitar que se corrompa, a sabiendas de que los intentos de tergiversar y de esclavizar a los medios son incesantes. Algunos son más sutiles; otros, más zafios; algunos lo hacen de una manera más abierta; otros, de forma más encubierta. Pero todos quieren meter la cuchara en ese puchero con las más avisas intenciones. La aparición de las nuevas tecnologías supone la apertura de otro mundo, de otras facilidades, de otros sistemas, de otras instantaneidades entre los hechos y su difusión, siempre generadoras de interferencias. Momento de reconocer que en el sector de los medios de comunicación las nuevas tecnologías han producido cambios que han alterado las relaciones entre la realidad política y la manera en que dan cuenta de ella los medios de difusión periodísticos. En particular, los políticos que venían de estar en manos de los periodistas, a través de los cuales se veían obligados a hacer pasar sus mensajes al público, han encontrado en Internet nuevas formas de difusión directa que eliminan a los intermediarios. La naturaleza expansiva de la Información -bonum est diffusivum sui- cabalga ahora sobre nuevos instrumentos que hacen posible la propagación instantánea de los mensajes a la velocidad de la luz, los cuales además al impactar sobre la audiencia la activan para que se comporte como emisora de respuestas. A partir de los cambios observados convendría analizar sus efectos sobre las relaciones entre la política y el periodismo y evaluar qué modificaciones relevantes se han producido en la interacción de los agentes periodísticos y los políticos, una vez que éstos han quedado liberados de esa mediación -ya fuera higiénica o venenosa- que cumplían los periodistas. Se impone, por tanto, una reflexión sobre las funciones de la profesión periodística, igual que hicieron los aduaneros cuando se eliminaron las fronteras interiores de la UE, los faroleros cuando la electricidad sustituyó al gas en la iluminación de las calles o los escoltas en el País Vasco después de que ETA renunciara a la violencia.
"Como advertía Heisenberg no conocemos la realidad sino la realidad sometida a nuestra manera de interrogarla"
Sin libertad es imposible la existencia de prensa que merezca ese nombre. En esas situaciones sólo la prensa que se edita de forma clandestina queda fuera de la censura y la consigna, es decir fuera del sistema que todo lo reduce a propaganda. Pero a la inversa conviene examinar si, en el caso de que desapareciera la prensa profesional, las libertades tal y como las conocemos quedarían indemnes. Es decir, debemos averiguar qué quedaría de la democracia si despareciera el sistema de medios de comunicación que ha estado permanentemente escrutando el comportamiento de los poderes, haciendo de altavoz a las reclamaciones de la sociedad, sirviendo como espacio público para el debate de los problemas de interés público. La prensa escrita encarnaba una clase de periodismo que es absolutamente vital para la vigencia de la democracia. Por consiguiente hay que estudiar, hay que reflexionar para ver cómo hacer sostenible ese periodismo, para vuelva a ser apreciado para que merezca de nuevo la confianza de la gente de modo que pueda vivir fuera de la marabunta del anonimato y del abuso.
"El número de periodistas, o mejor de licenciados en Ciencias de la Información o de la Comunicación, dedicados al maquillaje y la manipulación es incomparablemente mayor que el de los encuadrados en las redacciones de los medios que se afanan en descodificar, verificar, contrastar y autentificar la información antes de ponerla al alcance de sus audiencias."
Hay más oyentes de radio, más espectadores de televisión que lectores de prensa y, sin embargo, la influencia rectora la mantuvo la prensa escrita. La audiencia de los periódicos era menor pero más cualificada, como sucedía con los votantes del viejo profesor Tierno Galván. Entre sus adictos han estado, por ejemplo, todos los que hacían la radio y la televisión. Está por ver si durará o desaparecerá la reverencia que la letra impresa había conquistado a base de ser más depurada, más pausada, más analizada, más propicia al cultivo de la racionalidad y refractaria a las emociones que todo lo emborronan. En definitiva, más solvente. Algunos sostienen que la prensa escrita se extingue de modo irremediable, otros que se convertirá en un signo de distinción con el prestigio añadido de la escasez, que acompaña a los artículos de lujo. En todo caso habrá que estar alerta para impedir la pérdida de calidad de la democracia, la oxidación de las libertades, el declive de la capacidad de debate y la renuncia al esclarecimiento de las disputas cívicas. Y atender a los acontecimientos para encontrar la salida a los problemas que aparezcan fuera de programa. Coincidimos con David Remnick, director de The New Yorker, en que “saldrá caro no tener periodismo”, pero las redacciones profesionales serán insostenibles sin los recursos que permitan retribuirlas.