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ENSXXI Nº 8
JULIO - AGOSTO 2006

La conferencia del Excmo. Sr. Don Luís López Guerra cierra el ciclo de conferencias de la Academia Matritense del Notariado del curso 2005-6. Con ella se completa el tomo 47 de los Anales de esta Academia que constituyen la más brillante recopilación de aportaciones realizadas al mundo del derecho,  de lo que esta Academia, el Notariado madrileño y en general todo el Notariado español siente un orgullo legitimo y justificado.  Es, en efecto,  una colección irrepetible de doctrina y jurisprudencia cautelar.
Pocas personas hay con mas méritos que Luís López Guerra para cerrar este ciclo. Luís López Guerra es el ejemplo perfecto del estudioso comprometido, del teórico abocado por circunstancias a poner en práctica los ideales que su intelecto ha diseñado para la convivencia social en libertad e igualdad, el profesor que -pese a su vocación-- deviene político con el fin  de desarrollar en la práctica los derechos y libertades que en su magisterio ha ido acrisolando con reflexión y criterio.
Luís López Guerra, leonés, catedrático de Derecho constitucional, ha sido secretario general de la Universidad de Extremadura, representante de España en la European Commission for Democracy Through Law, letrado del Tribunal Constitucional, vocal de la Junta Electoral Central, Magistrado y Vicepresidente del Tribunal Constitucional y vicepresidente del Consejo General del Poder Judicial, antes de acceder a su actual responsabilidad como Secretario de Estado de Justicia. En medio de esta actividad ha tenido tiempo para preparar y publicar obras muy valiosas, e intervenir en numerosos cursos, seminarios, conferencias, congresos y ponencias. Lo importante es que no ha limitado su compromiso al mundo de la abstracción, sino que ha tenido la valentía de asumir con decisión un timón gubernativo para dejar en la práctica la impronta de los principios que profesa y con los que se ha comprometido.
Nada más acertado,  porque a pesar de cuanto se ha escrito, la política no debe tener miedo a la ciencia. Todo lo contrario, la necesita.  Conocido es el mito, que aparece ya en los Diálogos de Platón,   de la república a la que se castiga a ser regida por un cartel de sabios. Hoy se sabe que  esa supuesta antítesis entre ciencia y política carece de razón. Aunque durante años se aceptó como doctrina común la incompatibilidad predicada por  Weber entre  la moral del político --moral de la responsabilidad- y moral de la ciencia --moral de la convicción--, hoy hay coincidencia general en que esta antítesis "y permítanme esta digresión ante auditorio tan señalado" no tiene cabida en el mundo del Derecho. 
La tesis de Weber que ganó categoría de leyenda intelectual, aunque fundada sobre un análisis certero,  debe superarse en aras al principio de superior rango de unidad de la ética. No hay, no puede haber  doble moral, moral de la ciencia y moral de la política, como no puede haber el  double think orwelliano.   El propio Weber había sentado las bases  de la síntesis al reconocer que,  tanto si se trata de ciencia como de política,  se debe perseguir el mismo fin, aunque en razón  a los singulares personajes que dirigían la política de la época y en concreto el kaiser Guillermo a quien imputaba gran parte del desastre alemán,  remarcara con trazos gruesos las diferencias de matiz de la ética propia de cada actividad.
Los conflictos de valores que se producen tanto en el orden político como en el personal, el familiar o el social, deben ser resueltos conforme a una escala de valores-- individual o colectiva- pero única,  en opción a veces coyuntural a veces trascendente del actor que, en todos los casos, ha de sopesar tanto su convicción  como las consecuencias previsibles de su decisión. Es lo que Strauss denomina decisión razonable, concepto uniforme y universal que debe ser  operativo en todos los órdenes, incluido el individual.
Pues bien, obtener una decisión razonable exige que se aplique a la coyuntura el  acerbo cultural con su interrelación de valores y juicios de valor, para filtrar por la  previsión científica   los acontecimientos repetibles y  aislar  los elementos de  imprevisible singularidad. Entre la proposición racional demostrada  y la elección política caprichosa  queda un amplio espacio para la decisión razonable, la decisión dotada de una racionalidad esperada que no deja al albur de la elección sino  lo que la ciencia en su racionalidad pueda aconsejar. 
La ciencia no debe mirar de soslayo a la política. Es obligación del sabio reprimir los juicios de valor espontáneos basados en la abstracción para enriquecerlos con la perspectiva de la práctica. Pero la política no puede prescindir de la ciencia. La acción política, dice Aron,  es  pura nada cuando no es un esfuerzo inacabado de obrar con transparencia sin verse luego traicionado por las consecuencias de las iniciativas adoptadas.  Es cierto que la ciencia política puede resultar peligrosa para la política en cuanto la desnuda y la muestra en su inevitable imperfección, pero también lo es que solo la ciencia puede mostrar con convicción cuáles son las garantías de la democracia, y cuál es la barrera que no se puede rebasar en el respeto a los derechos de las personas y al  carácter  constitucional de los poderes y de su ejercicio.
La política no puede tener miedo a la ciencia, a la  que entre otros méritos pertenece el de recordarnos que solo una verdadera democracia reconoce, o mejor aún proclama,  que la historia de las naciones está y debe estar escrita en prosa y nunca en verso. Ciencia y política no son términos opuestos sino elementos complementarios que han de concurrir  para formar el homo políticus  auténtico, el hombre con  verdadera vocación política.
Luís López Guerra, en  una trayectoria sencilla y silenciosa, es un ejemplo  acreditado de  vis política eficaz, de igual o superior nivel al de su brillante y ya probada trayectoria docente y doctrinal que ya por sí sola comportaba  méritos suficientes como para que la Academia Matritense lo reciba con el máximo honor.

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