ENSXXI Nº 80
JULIO - AGOSTO 2018
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Presidente de EL NOTARIO DEL SIGLO XXI
LOS LIBROS
En la última publicada en España, una historia de los Papas, analiza de forma magistral y amena su función como gobernantes temporales
¿Renglones torcidos?
Acaba de fallecer este mes de junio a los 88 años de edad el brillante historiógrafo e insuperable relator de historia John Julius Cooper, 2º Vizconde de Norwich quien como John Julius Norwich nos ha dejado un espléndido legado de narraciones históricas, especialmente de los hechos ocurridos en torno al mar Mediterráneo por cuyo ánima matrix de las más asombrosas culturas ha sentido una poderosa atracción. Todo empezó en 1964 en Palermo donde quedó fascinado ante algo que ni imaginaba: las impactantes creaciones artísticas normandas. Buscó, no encontró libros que lo explicaran. Y decidió hacerlos él mismo. Desde entonces la historia de Sicilia, luego de Bizancio y después de Venecia han absorbido su interés, aunque ha terminado extendiendo su atención a todas las culturas del occidente europeo.
Desde su debut con Monte Athos y Los Normandos en el Sur de 1966, hasta France A history from Gaul to de Gaulle, editada este mismo año 2018, hay casi cincuenta relatos históricos traducidos y divulgados por todo el planeta. Recordemos por su éxito en España la Historia de Bizancio (Ed. Cátedra, 2000), la Historia de Venecia (Ed. Almed, 2004), Los normandos en Sicilia (Ed. Almed, 2007) o El Mediterráneo un mar de encuentros y conflictos entre civilizaciones (Ed. Ariel, 2009), todas acogidas con favor de crítica y público y que seguro los lectores conocen.
"Sobre los eventos, de forma transversal pero inexorable aparecen siempre los Papas de Roma, que se entrecruzan en treguas, conflictos, alianzas o arbitrajes cuando no son los protagonistas"
Son historias de ciudades, batallas, imperios, príncipes y capitanes disputándose el Mare nostrum. Pero sobre todos estos eventos, surgiendo de forma transversal pero inexorable aparecen siempre los Papas de Roma, que se entrecruzan en treguas, conflictos, alianzas o arbitrajes cuando no son los protagonistas de muchas de esas historias. La idea de detenerse y narrar su papel en la historia le estuvo rondando a Norwich en la cabeza, según confiesa, durante un cuarto de siglo. Al final, a pesar y bien consciente de la dificultad de analizar una institución que dominaba, entre magnificencias y absurdos la historia de Europa y mucho más, como precisa Antony Beevor en el Prólogo, se decidió. No es la historia de los Papas, con humildad la califica Norwich de una historia de los Papas. Y así la titula en el original y en su versión castellana, Los Papas. Una historia (Ed. Redonda, 2017). Es la última obra de Norwich publicada en España, y en ella nos vamos a detener como homenaje a su figura porque también es la más ambiciosa. No es un libro concluyente pero sí muy instructivo y sugerente.
Verdaderamente abruma enfrentarse a la historia de una institución como el catolicismo romano que, nacido como una pequeña secta judía y propagado por unos pescadores analfabetos unidos por creencias de difícil verosimilitud, en menos de tres siglos devoró el impero romano y después de 2000 años sigue siendo la institución más influyente en las conciencias de la mayoría más desarrollada del planeta, como recordaba Carrére. Es un fenómeno que rompe los esquemas de los analistas racionales que, como los estoicos y los budistas, solo creen en los poderes de la razón, ignorando o relativizando los abismos del conflicto interior del hombre. Parecido estupor causa por inducción a tirios y troyanos su representante en el mundo, el Papado, la monarquía absoluta más antigua del mundo -el autor pensó como primer título para esta obra Absolute monarchs- que sigue ejerciendo un rol en buena parte aceptado de paradigma y que mantiene viva cierta auctoritas moral.
"Quiere mantener la objetividad que se presume en un protestante agnóstico. Como buen laico temporaliza la institución"
Norwich ha encarado el proyecto con valentía y humildad. Se aleja de las visiones de la patrística o de los apologetas, pero también de los volterianos, y quiere mantener la objetividad que se presume en un protestante agnóstico. Como buen laico temporaliza la institución, soslaya las diatribas doctrinales y su rol espiritual y evita las cuestiones de fe o teología. Su visión se contrae a la faceta política del Papado, es decir a sus intervenciones terrenales y sus relaciones con los demás gobernantes, príncipes y monarcas con los que disputaba territorios y poder. Norwich solo analiza su función civil como señores temporales, gobernantes de un Estado confesional, administradores, gestores, capitanes e incluso mariscales de campo en la guerra, magistrados, mecenas de las artes y, quizá lo más importante, diplomáticos, mediadores o árbitros entre Estados en la paz.
Circunscrito a esta línea, en su repaso a los 265 Papas -aparte los usurpadores y antipapas varios- Norwich destaca y se detiene lógicamente no en los ascetas, místicos o predicadores virtuosos sino en los que fueron grandes hombres de Estado o administradores eficaces. Obvia los cuatro primeros siglos de persecuciones, conversiones y emergencia en progreso de la Iglesia de Roma cuyos obispos no se empezaron a llamar Papas sino hasta finales del siglo IV. Y remarca como hitos de consolidación político-social del obispado de Roma, León I el Grande, pionero en utilizar el apelativo pagano de pontifex máximus que con poco más que su boato exterior fue capaz de ahuyentar de Roma a Atila y los hunos, León III que apoyado en los francos dio vida al imperio carolingio y coronando a Carlomagno evidenció implícitamente frente al mundo la superioridad del que impone la corona, Juan XII que con su alianza con Otón de Sajonia dio origen al Sacro Imperio Romano, y León IX, ya en pleno siglo XI, que proporcionó a la Iglesia el liderazgo de calidad que necesitaba, puso al Papado en el mapa de Europa y abrió el camino a Gregorio VII el Magno, el gran Hildebrando de Hill, primer monje que accedía al trono papal y el más eficaz hombre político del Medievo, gran organizador, administrador genial y organizador y ascético misionero al tiempo, que consiguió doblegar a aquella nobleza romana que cambiaba papas a su antojo, y fue decisivo en el ascenso hacia el máximo esplendor del Papado. Nuevos escalones subieron en el siglo XII Alejandro III que consiguió para el Papado frente a Federico Barbarroja todos los derechos temporales sobre Roma que éste reclamaba para el imperio, y al fin Inocencio III que, al imponer su autoridad sobre los Estados Pontificios y conseguir que Federico de Sicilia cumplimentase ante el Papa el acto feudal de homenaje arrodillándose ante él, marcó, a juicio de Norwich, el cenit, el momento cumbre del poder temporal de los Papas frente al mundo.
"Su visión se contrae a la faceta política del Papado, sus intervenciones terrenales y sus relaciones con los demás gobernantes, príncipes y monarcas con los que disputaba territorios y poder"
Por el camino de este proceso desfilan en la narración cientos de Papas de la más variada laya, algunos autores o cómplices de intrigas, raptos, torturas, traiciones, asesinatos o sodomía, con bastante frecuencia corruptos y venales, durante décadas partidarios activos de una sucesión en el Papado hereditaria más que apostólica, habitualmente viciosos y lascivos, y casi siempre propensos al nepotismo. Monstruos llama a los Borgia, aunque reconoce en Rodrigo dotes de experto diplomático y administrador. Cita las orgías homosexuales de Julio III, y no elude el caso del primer Juan XXIII, de triste memoria, un pirata, reo de los crímenes más horrendos, reprobado y condenado a la inexistencia, a ser borrado del elenco, a no haber existido. Tampoco elude el caso de la Papisa Juana, a la que dedica capítulo especial, cuya leyenda dice no creer a pesar de que se conservan dos sillas de pórfido perforadas para la comprobación testicular, una en el Louvre y otra en el Museo Vaticano, probablemente obstétricas. O el de los sucesores de Nicolás I, un autócrata aristocrático, tal vez el último Papa hábil e íntegro del siglo, al que siguieron ciento cincuenta años nefandos de una sonrojante pornocracia que convirtió al Palacio de Letrán, según resume el mismísimo Gibbon, en una escuela de prostitución.
Ya advierte Norwich en el Prólogo que no le guía ningún interés, aún menos el deseo, de encubrir o salvar del ridículo al Papado, institución que por otro lado admira y valora. Como Don Quijote cuando dice que al historiador corresponde contar las cosas no como debían ser sino como fueron sin añadir ni quitar a la verdad cosa alguna. Norwich dice narrar su historia de la manera más honesta, objetiva y exacta posible, eso sí, desacralizada aunque sin caer en la irreverencia.
"Norwich destaca y se detiene lógicamente no en los ascetas, místicos o predicadores virtuosos sino en los que fueron grandes hombres de Estado o administradores eficaces"
El mismo reconoce que sus obras no son de imaginación a la que siempre pone a raya cuando escribe. Tampoco profundamente eruditas, solo lo necesario para ser rigurosas. Ni creativas o de investigación, lo que tampoco busca. Solo pretende narrar historias, procesar los hallazgos académicos de otros y servirlos en una prosa atractiva. Y en esto, hay que reconocerlo, es insuperable. Siempre cautiva el interés del lector. Su estilo elegante y ágil convierte la lectura en una aventura fascinante y tiene una maestría sin par para mantener el ritmo del relato al que sacrifica análisis, estudios u otras digresiones.
En ese estilo termina Norwich desgranando como historiador de raza, a la mejor manera de Oxford desde Toynbee, la crónica de los demás Papas. Aquellos renacentistas como Sixto y Julio que aunque vendían indulgencias protagonizaron un mecenazgo prodigioso y el maravilloso esplendor de la Contrarreforma, e iniciaron una evolución espiritual que crecía al mismo ritmo en que caía su poder temporal. Desde el renacimiento ya no era posible defender la supremacía papal absoluta como en la Alta Edad Media. En el siglo XVII Pablo V, tras el desaire de Venecia, vio cómo el Papado perdía el arma más pavorosa de su arsenal, el interdicto y la excomunión, y la autoridad papal ya nunca fue la misma. En 1806 fue abolido el Sacro Imperio Romano. Como consecuencia de las revoluciones de 1848 Pio Nono tuvo que dar nueva constitución al Estado Vaticano y aunque reaccionó convocando el Concilio Vaticano I con asistencia de 700 obispos, políticamente siguió una deriva descendente en la esfera política, que se acentuó en sus sucesores cuando vieron fracasar sus sucesivos intentos de mediar entre las potencias en liza y reducido su poder terrenal al pequeño Estado Vaticano gracias al Pacto de Letrán y los Concordatos.
Se confirma así que la de Norwich no es la historia sino una historia de los Papas, la que corresponde al ascenso y descenso de su influencia y poder temporal, aunque bien es cierto que en su última parte sabe reconocer los esfuerzos del Papado para enfrentarse al racionalismo insidioso del siglo le las luces, al posterior liberalismo rampante (Pio Nono), a las revueltas de la era industrial (León XIII y su Rerum Novarum) y al comunismo (aunque no obvia las debilidades de Pio XI y sobre todo Pio XII frente al fascio y los judíos), consolidando de forma progresiva una revolución espiritual de la institución que hizo explosión con el Papa Juan XXIII que en cien años de pontificado cambió al mundo abriendo la Iglesia al siglo XX y transformándola de manera valiente y radical. El Papado concluye Norwich es quizá la institución social, política y espiritual más asombrosa y mejor creada del planeta. Y la que mejor ha sabido superar, se puede añadir, los errores de sus dirigentes.
"No elude el caso del primer Juan XXIII, de triste memoria, reprobado y condenado a la inexistencia, a ser borrado del elenco, a no haber existido. Tampoco elude el caso de la Papisa Juana, cuya leyenda dice no creer a pesar de que se conservan dos sillas de pórfido perforadas"
A pesar de proceder de un agnóstico, la maestría narrativa, el estilo erudito y nunca pedante, la clarividencia e ingenio del autor y su extraordinaria facultad para otear la perspectiva histórica, hacen que esta obra, a pesar de su extensión, 600 páginas, levante el entusiasmo del lector. Por otro lado su educación exquisita -era descendiente de Guillermo IV, creció en salones frecuentados por Churchill y escritores como Wells o Belloc, se formó en las escuelas elitistas de Eton y Oxford y formó parte del Foreign Office- hacen que sus relatos mantengan siempre esa elegancia y ese tono de distinción e ironía que raya la excelencia, la virtud que más había admirado en el gran Gibbon, y que yo creo ha superado.
Nordwich termina su relación con el acceso al Papado de Benedicto XVI cuyos primeros pasos critica por conseguir irritar a todos. A los musulmanes al recordar en Regensburg frases belicosas de Mahoma, a los protestantes al negar que sus comunidades puedan formar parte de la ecumene o Iglesia verdadera, y a los judíos por permitir la misa tridentina que incluye oraciones para rescatar a los judíos de la oscuridad. Acciones todas ellas deliberadas, dice, a las que hay que sumar lo peor, su pasividad ante las numerosas denuncias de pederastia en el clero. Termina postulando una reforma del Papado, un agiornamento al sentir actual en áreas como la homosexualidad, la anticoncepción, los segundos matrimonios o la equiparación de la mujer, lo que no le impide concluir admirativamente que si San Pedro pudiera volver la vista atrás y comprobara que la Iglesia romana florece a pesar de todo y representa hoy a una sexta parte de la población mundial, seguramente se sentiría orgulloso.
Complemento crítico final
Completamos esta crónica dando noticia de otra obra, distinta, menor o mayor según las creencias, de un gran teólogo, un titán fracasado y perdedor, Hans Küng que desde la Universidad de Tubinga y desde el Vaticano luego, ha servido y dado réplica al tiempo a los últimos siete Papas, de Pio XII a Francisco. En Siete Papas, experiencia personal y balance de la época (Ed. Trotta, 2017) retrata desde el visor afinado de un experto y agudo teólogo, como actor in situ, a veces protagonista -o antagonista si se quiere-, la evolución de la Iglesia romana durante las últimas décadas. Con ella se cierra la historia del Papado hasta hoy.
"Solo pretende narrar historias, procesar los hallazgos académicos de otros y servirlos en una prosa atractiva. Y en esto, hay que reconocerlo, es insuperable"
Ya no es la historia de la Iglesia del poder, tampoco la de los dogmas que al autor le repelen con frecuencia, caso de la infalibilidad. Es la historia de la Iglesia de la piedad, del mensaje y la ejemplaridad moral del fundador del cristianismo. Y solo sobre este baremo valora Kung sutilmente, a veces en forma de áspera denuncia, los mandatos de los Papas que el ha conocido. La afinidad política de la concepción papal-autoritaria de la Iglesia de Pio XII, el salto adelante valiente y ejemplar de un Papa auténticamente cristiano como Juan XXIII, las mística del sufrimiento inoperante y el cauteloso uso de estrategias vanas de Pablo VI, el misterio de la muerte del efímero Juan Pablo I, el intenso conservadurismo de Juan Pablo II, el repliegue en la constelación premoderna y prerreformada de la Edad Media y la estrategia de avance hacia la constelación transmoderna de Benedicto XVI con quien mantiene una acida rivalidad desde la juventud de ambos en Tubinga, y la esperanza que todos han puesto en el Papa Francisco de quien espera sea capaz de resistir las poderosas fuerzas obstruccionistas y reaccionarias de la curia e impulsar las reformas que la sociedad demanda para poner al cristianismo en las coordenadas del siglo XXI.
Kung es agudo y certero. Su valoración crítica siempre opera con luz larga. Y coincide con Norwich en la perentoria necesidad de una reforma y puesta al día de la institución so pena de quedar desfasada, o lo que es peor obsoleta.
Nuevo modo de realidad
La minuciosidad con que narra los hechos, y cita personajes, datos y fechas, es de tal precisión que consigue contaminar de realidad al reto de la narración
El autor ha sabido componer con soltura y oficio una novela relevante sobre el esqueleto de un episodio histórico que late con rigor bajo el manto literario con que Cazorla ha querido reivindicar lo real
Puede decirse que desde que Truman Capote habló de la non fiction-novel, se han multiplicado las novelas históricas, término heterogéneo al que se acogen desde la crónica estricta contada en forma literaria hasta lo más frecuente, las obras de pura ficción enmarcadas en un escenario histórico que solo le sirve de pantalla. En toda la gama hay obras magistrales, también en los extremos, recordemos en el primero la obra de Cercas sobre el 23-F que decididamente se atiene de forma estricta a la realidad porque los hechos desnudos tienen por sí mismos una fuerza dramática y un potencial simbólico insuperables, y en el otro las obras de Franzen, Ford o Auster por ejemplo, que, intentado ser un mural histórico de la sociedad americana actual ni integran los hechos históricos en la trama del relato ni son determinantes de la acción. En medio quedan una serie de obras mixtas, las más, muchas de ellas también excelentes que combinan y entrelazan sabiamente en mayor o menor grado historia y ficción para ofrecer un relato de historia integrada con una ficción que no altera ni manipula los hechos, aunque difícilmente puede evitar el autor que quede huella de sesgo o tendencia aunque solo trate de escalonar la tensión u ofrecer excusas o apoyos a los personajes reales o ficticios que utiliza. El literato es un artista y el arte verdadero, como dijo Marcusen, no es el que refleja lo existente en bruto, sino el que resulta de un proceso de sublimación.
"Se confirma así que la de Norwich no es la historia sino una historia de los Papas, la que corresponde al ascenso y descenso de su influencia y poder temporal, aunque bien es cierto que sabe reconocer los esfuerzos del Papado"
Es el caso de la última novela de un brillante jurista, catedrático y académico, próximo a este Colegio, Luis María Cazorla, que entre sus múltiples aportaciones jurídicas, ha tenido tiempo de desarrollar con éxito su fortísima vocación literaria y que, tras una notable trilogía centrada en la vida de la sociedad hispano-árabe en el Protectorado español en África a primeros del siglo pasado y otros relatos anteriores, acaba de editar una ambiciosa novela histórica que recrea el primer alzamiento contra la República del 31. La rebelión del General Sanjurjo (Ed. Almuzara, 2018) se titula y en ella trata de reconstruir literariamente la aventura de aquellos militares encabezados por el General Sanjurjo en Sevilla y el General Barrera en Madrid que, con algún apoyo logístico civil, principalmente de alfonsinos, protagonizaron, en la clásica tradición española del XIX, un pronunciamiento militar publicando el 10 de agosto de 1932 un manifiesto, redactado por el periodista Juan Pujol, agente de Juan March, que constituía una sublevación contra la República regida en aquel momento, aparte del Presidente, por Azaña y Casares Quiroga quiénes enterados a tiempo por indiscreciones y delaciones varias, alguna de alcoba, resultó prácticamente anunciada y fue aplastada en pocas horas por las fuerzas republicanas. Es conocida como la sanjurjada. Tuvo tanto de pintoresco en su desarrollo como de paradigmático para el futuro.
Cazorla ha recopilado tanta documentación sobre los preparativos y el desarrollo de la rebelión que parece exhaustiva y llega a abrumar. Y la minuciosidad con que narra los hechos, y cita personajes, datos y fechas, es de tal precisión que consigue contaminar de realidad al reto de la narración.
Consta sin embargo al lector, por confesión del propio autor, que para añadir movilidad y fuerza dramática al curso del relato, ha integrado en la línea histórica personajes y escenas de ficción, y por su fortísima vocación literaria que ya dijimos, ha integrado en el relato experiencia vital propia y ha dotado a los personajes de mayor dimensión psicológica de la que bastaría para un simple relato histórico desnudo. Todo ello enriquece la narración, y convierte a la obra en una novela más densa y compleja, aunque no siempre queda clara al lector la línea que disecciona lo ficticio de lo real. Es particularmente loable el esfuerzo del autor para adentrarse en la psique de Sanjurjo y más aún en la de Azaña y elucidar sabiamente sus reacciones, sus impulsos y sus silencios para trasladarlos a esos jugosos diálogos entre los dos personajes en los que Cazorla, brillantemente, suple las lagunas históricas e imagina los diálogos y soliloquios desconocidos para todos, con textos tan estudiados y verosímiles que parece militar en el hiperrealismo literario inventando, como ya se dijo de Carrère, la auténtica realidad.
"Si San Pedro pudiera volver la vista atrás y comprobara que la Iglesia romana florece a pesar de todo y representa hoy a una sexta parte de la población mundial, seguramente se sentiría orgulloso"
Es una obra meritoria, muy trabajada, redonda, interesante, de fácil lectura y… muy instructiva. Han sido años de trabajo y meditación. Ya en 2016 ganó Cazorla el Premio al relato parlamentario narrando el momento en que se comunica a Azaña sacándole del pleno del Congreso la hora en que estallaría la sublevación esa misma noche. Muchos años de trabajo para narrar algo que ocurre en pocos meses. Pero el autor ha sabido ordenar sabiamente tanta documentación para, utilizando la técnica y el ritmo del thriller cinematográfico, componer con soltura y oficio una novela relevante sobre el esqueleto de un episodio histórico que late con rigor bajo el manto literario con que Cazorla ha querido no duplicar sino, en frase de Marcuse, reivindicar lo real, o si se quiere dar nuevo modo a la misma realidad.