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REVISTA110

ENSXXI Nº 115
MAYO - JUNIO 2024

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Por: PLÁCIDO BARRIOS FERNÁNDEZ
Notario de Alcalá de Henares (Madrid)


Tesoros escondidos en los protocolos notariales

(1) Nunca dejaremos de resaltar la importancia de los protocolos notariales y por ende la labor de cuantos escribanos, hoy notarios, nos han precedido en el tiempo.
Dos son los hitos previos a tener en cuenta: la Pragmática de Alcalá de Henares de 1503 y la Ley Orgánica del Notariado de 1862. La primera estableció la obligatoriedad de conservar las escrituras autorizadas y de recoger el fedatario el texto completo de la llamada matriz (el original), expidiendo copias de ella a los interesados. Había nacido el protocolo notarial como la colección ordenada de los documentos autorizados por cada escribano durante el año.

Por su parte, la Ley Orgánica del Notariado de 1862, todavía vigente, lo que da idea de su impronta, impuso varias novedades fundamentales para el Notariado:
En primer lugar, ordenó la propiedad estatal de los protocolos, dejando de ser éstos patrimonio de los escribanos. No era extraño que antes sus herederos los vendieran o subastaran junto con otros bienes del difunto. En 1859 se compraron al peso en un puesto de libros de Zaragoza los de varios fedatarios de la ciudad del siglo XVIII.
También estableció la separación de la fe pública judicial de la extrajudicial. Desde entonces los notarios asumen esta última en exclusiva, dejando la labor actuaria a los funcionarios judiciales.
De igual modo otra de sus novedades fue que se organizaron los archivos notariales, los cuales serían objeto de desarrollo en el fundamental decreto de 12 de noviembre de 1931.
Igualmente ordenó la reversión de los llamados oficios enajenados, que habían pasado con el tiempo a ser patrimonio privativo de los escribanos. Los oficios notariales se vendían, se heredaban, se aportaban como dote al matrimonio, etc. Precisamente esa patrimonialización fue una de las causas del descrédito de la profesión y fuente de venalidad y corruptelas.
Y por ello y en aras a limpiar el buen nombre de la función, se determinó el cambio nominal de nuestra profesión: de escribanos a notarios.
Se ha dicho que los protocolos en historia son lo más virgen que existe hoy, algo así como el África del siglo XIX: una ancha selva temporal para que el que tiene la paciencia de llegar a ellos y andar y desandar muchas veces un camino sin final y rutas equivocadas… un verdadero viaje en el tiempo.

“Los protocolos notariales son los guardianes del tiempo, donde la historia cobra vida en cada palabra escrita. Adentrarse en ellos es emprender un viaje fascinante a través de los siglos”

Podrá refutarse que no todas las personas o estamentos acudían al escribano. Frente a ello mantenemos que la fuente notarial es una de las más democráticas con las que se cuenta para conocer, por ejemplo, la Edad Moderna. Se registraban entonces actos de todos los grupos sociales, desde una declaración de pobre (pidiendo ser enterrado de limosna o una misa por su alma) o el testamento de una esclava recién liberada, hasta unas capitulaciones matrimoniales de la más pudiente aristocracia (2). La consideración, por ejemplo, del testamento como un salvoconducto para la salvación (3) hizo de él un documento casi obligatorio en una sociedad en la que la impronta religiosa era total. Muchos son auténticos relatos de vida, encerrándose en ellos una tremenda dimensión humana, y al leerlos nos transportamos al momento del otorgamiento, acompañando al escribano como un testigo más, con cierto miedo de ser indiscretos. No podemos dejar de destacar además la importancia del escribano en una sociedad mayoritariamente ágrafa.BARRIOS PLACIDO ilustracion
No se nos oculta la posible especialización de algunos escribanos, sobre todo en las ciudades, que concentrarían según qué tipo de escrituras, en detrimento de una generalidad. Por ejemplo, en Madrid, con la capitalidad desde 1561, tenemos a Gaspar de Testa, de gran prestigio, quien suscribió la mayoría de los préstamos que ciudades, villas y lugares de Castilla tuvieron que asumir entonces con la Hacienda Real, o documentación de la nobleza y consejeros reales. Los famosos Fúcar, o Fúcares, por su parte, contaban con su escribano de confianza, Alonso Gascón de Gálvez, que había venido con ellos desde Ocaña, donde aquéllos controlaban las rentas de las Órdenes Militares. Más modesto sería el caso de Francisco de Galeas que desde su escribanía en el madrileño barrio de San Justo, autorizó entonces los documentos de los curtidores de la zona.
Pero, estos serían la excepción que confirmaría la regla de que los escribanos entonces -y hoy en día los notarios- acogían y acogemos normalmente todo tipo de documentación en nuestros despachos, huyendo de especializaciones.
Se trata sin duda de uno de los mejores fondos documentales para obtener noticias de la vida cotidiana, la vida real de cada momento a modo, como dicho queda, de un viaje en el tiempo.
No hay que olvidar las palabras de L. Pagarolas: la pervivencia secular de la institución notarial se explica por su vinculación con el pueblo (4). Los notarios han estado siempre muy vinculados a la vida cotidiana de la gente y del pueblo, de los ricos y de los pobres. A la pregunta de: ¿qué hay de común entre la carta de pago de dote de un albañil y la de un título de Castilla?, podemos contestar que es la firma del escribano. La Historia profunda tiene su raíz en los hechos, en apariencia insignificantes, de la vida de todos los días. Los protocolos, como dice P. Chaunu, sirven para oír la respiración lenta de las sociedades civiles.

“Cada trazo de tinta en un protocolo notarial es un eco del pasado, una ventana abierta a la vida cotidiana y los acontecimientos más singulares de épocas pasadas. En cada página, se encuentra un tesoro de historias esperando ser descubiertas”

Muchos se sorprenderán de que se recogieran según qué documentos ante el escribano de la Edad Moderna. Sería por la que se ha dado en llamar monomanía escrituraria dentro de un ambiente muy formalista, que llevaba a registrar notarialmente en los siglos pretéritos actos y manifestaciones que hoy se resuelven dentro de la esfera privada y al margen de la notaría. Aspectos de la vida íntima de quienes se confiaban al escribano. Pienso que hoy somos más pudorosos y celosos de nuestra intimidad que entonces, cuando la gente era mucho más desinhibida. Otra razón podría ser obtener y ganar seguridad jurídica, en una sociedad entonces muy pleitista y litigante.
Todo ante el escribano. Una simple ojeada a los fondos de los Archivos de Protocolos nos demuestra, por ejemplo, la intervención de la fe pública en un encargo de una casulla por un sacerdote, con estipulación minuciosa de las características de la pieza, así como de las condiciones de pago; e incluso en la siega de una pequeña parcela a guadaña, o el contrato de 1665 para cubrir una borrica con un garañón (5).
Por lo demás, y ya adentrándonos en el tema de la exposición que presentamos, existen signos o señales integradas y relacionadas con el otorgamiento notarial. Por ejemplo, las marcas que aparecen en algunos conocimientos de carga (de barcos) del siglo XVI y que el escribano dibujaba en un margen de la escritura, aludiendo a las marcas de las mercancías transportadas, precisamente para distinguirlas unas de otras. O las marcas de hierro (llamadas en Indias carimbos) de los esclavos que se vendían o hipotecaban y que también eran reproducidas por los escribanos. Las hemos visto, por ejemplo, en forma de letras mayúsculas del alfabeto latino sin saber hasta el momento si los esclavos eran carimbados al llegar al puerto o lo habían sido en África, de donde procedían en origen.
Hay más signos en los documentos; así la señal de la cruz que se recogía gráficamente en muchos de aceptación de cargo de tutor o curador, quienes juraban de una forma ciertamente sacramental, para añadir más solemnidad si cabe.
Y, por supuesto, el propio signo notarial que infunde al documento notarial una segunda naturaleza: sobre el signo del notario está escrita la verdad que nadie pone en duda. Tiene la investidura de la fe pública la fuerza y autoridad de una ordenación canónica. La mayor parte de ellos aparecían entre las dos sílabas que componen la palabra signum o signo. Al lado de este, la expresión en testimonio de verdad, para mí enormemente evocadora, pues engloba y resume todo cuanto significa y entraña la función notarial.
El signo no podía modificarse sin expresa facultad real, pues podría generar dudas en cuanto a la autenticidad del documento. Aún hoy, los notarios lo ponemos antes de la firma y rúbrica (actualmente, además, desde el Reglamento de 1935, el sello de la notaría). Y tampoco podemos cambiarlo sin autorización. Todo notario elige el suyo al ingresar en la carrera. A uno recién aprobado y preso en Valencia durante la Guerra Civil, le pillaron ensayando el que habría de elegir -¿quién no lo ha hecho?-. Le interrogaron pensando que se trataba de una suerte de lenguaje encriptado.
Pero junto a todos los anteriores, hay otros. El recorrido de la exposición que se presenta se introduce en un aspecto que no por alejado del propio otorgamiento convencional es, a mi modo de ver, menos importante y atractivo. Y ello tanto para el avezado historiador como para el lego que tenga curiosidad -siempre bienvenida- por nuestro pasado.
Estamos hablando de todo aquello que no esperamos encontrar en el protocolo notarial. Por ello el título, Lo nunca visto. Son pequeñas sorpresas que nos regala nuestro Archivo de Protocolos. Impagable, ad exemplum, el acta notarial de 1903 para “hacer constar el resultado de un concurso de belleza” en la que se incorporaron fotografías de las doce aspirantes. A la vista de la ganadora -por abrumadora mayoría- podemos concluir que el canon de belleza es cambiante y en modo alguno perdurable.
Así estarían cuantos dibujos encontramos en las escrituras, a manera de grafitis, pintados como divertimento pasajero por el escribano o sus escribientes. Recordemos aquí las cabezas de ciervo con gran cornamenta que los escribanos sevillanos dibujaban -no sin sorna- en el encabezamiento de algunas cartas de perdón de cuernos, cartas así gráficamente llamadas que servían para perdonar, ya desde los siglos XV y XVI, el marido ofendido a la mujer adúltera. U otros dibujos como corazones cruzados con flechas, barcos surcando mares imaginarios, etc.

“Los protocolos notariales no solo son testigos silenciosos, sino también narradores de la vida de cada individuo, desde los más humildes hasta los más poderosos”

Mención aparte merecen las que llamaremos notas privadas, sin duda las más preciosas para el historiador o simplemente curioso de un pasado por descubrir con ojos de niño. Las ponían de propia mano los escribanos en hojas sueltas, espacios blancos, guardas o portadas de los libros de protocolos y recogían, para perpetua memoria, desde hechos históricos de que ellos eran testigos a modo de efemérides (una incursión pirática, un auto de fe, la destrucción de una judería o, más cercano en el tiempo, el famoso terremoto de Lisboa de 1755) hasta referencias muy personales que nos dejan hoy sobrecogidos y que cuando sorpresivamente aparecen ante nuestros ojos, debemos tomarlas con la alegría y la delicadeza de un arqueólogo. En 1520, anotaría un escribano almeriense:
“Sea memoria que en lunes, en la tarde que se contaron del mes de mayo de… 1520, murió Violante Gil, mi legítima y amada mujer… Quedó Diego mi hijo, Juan, de doce años y Sabina de cuatro años y tres meses. Dios la haya en gloria. Amén…”.
O también encontraremos cartas, como la unida a una venta autorizada en Gerona en 1813 durante la francesada, en la que el marido, preso en Francia, manifiesta su desesperada situación pidiendo ayuda y autorizando para ello la enajenación por la esposa.
Y, concluyo, somos unos afortunados por tener en Madrid y a nuestra total disposición una auténtica joya: la Sección Histórica del Archivo de Protocolos (6), nunca suficientemente ponderado y auténtico granero de la historia madrileña. Los fondos custodiados, que se inician en 1504, son inmensos y toda una caja de gratas sorpresas. La vida madrileña antes y después de la llegada definitiva de la Corte en 1561 está en esos papeles. Igual que no es concebible una historia sin documentos, no es pensable una historia de Madrid sin sus protocolos notariales.
Por ejemplo, serán imprescindibles para el estudio de una sociedad como la madrileña del siglo XVII en plena ebullición y cambio: los Cinco Gremios Mayores, la movilidad social, las migraciones, la pobreza, etc. Personajes como las regatonas de la Plaza Mayor, las lavanderas de la Ribera del Manzanares, la esclava de la duquesa Cayetana de Alba o los aguadores asturianos, recién llegados a la Villa y Corte, “con plaza de agua en la Fuente de Recoletos”, están esperándonos en los legajos para que les ofrezcamos su lugar en la historia. Seres de cuyo paso por la misma, muy seguramente, no ha quedado más testimonio que su nombre escrito en un protocolo.
No debemos dejarnos amilanar por una supuesta dificultad de lectura. Hay tomos que se leen mejor que cualquier carta actual y seguramente con una letra más cuidada.
Visiten el Archivo. No saldrán defraudados. La verdadera historia se encuentra encerrada en los Archivos: necesita manos cariñosas que la desempolve.

BARRIOS PLACIDO ilustracion 2

(1) El presente texto, ampliado ahora para la Revista, forma parte del Catálogo de la exposición “Lo nunca visto. Tesoros escondidos en los protocolos notariales”, recientemente inaugurada y visitable en el Archivo de Protocolos de Madrid (Sección Histórica), y cuya visita se recomienda vivamente por el autor. Ha sido organizada por el propio Archivo y la Subdirección General de Archivos y Gestión documental de la Comunidad de Madrid.
(2) LEVI, G., “Antropología y microhistoria: conversaciones con Giovanni Levi”, Manuscrits, Revista d´Història Moderna 11, 1993, p. 27.
(3) ARIES, Ph., El hombre ante la muerte, Madrid, 1983, p. 163.
(4) PAGAROLAS, L., “Los archivos de protocolos, depositarios de la memoria colectiva”, en El nervio de la República, el oficio de escribano en el Siglo de Oro, Edits.: Enrique Villalba y Enrique Tomé, Madrid, 2010, p. 318.
(5) REGLÁ J., Historia de España social y económica, dirigida por J. Vicens Vives, Volumen III, Barcelona, 1972, p. 94.
(6) Adonde se llevan, como es sabido, los protocolos de más de 100 años de antigüedad. En él se custodian a día de hoy 46.386 protocolos centenarios producidos por escribanos de número y notarios correspondientes a los distritos notariales madrileños desde 1504 hasta 1918, así como los 879 Registros de los Consulados de España en el extranjero de más de 90 ciudades desde 1763, y 168 Registros de las Contadurías de Hipotecas de localidades madrileñas consideradas antecedente del Registro de la Propiedad.

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