ENSXXI Nº 117
SEPTIEMBRE - OCTUBRE 2024
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La amenaza de los débiles
Periodista
LA PERSPECTIVA
Contaban viajeros venidos de Moscú que el presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin, y su entorno del Kremlin cuando proyectaban la operación especial en forma de agresión bélica a Ucrania iniciada el 24 de febrero de 2022, lo hacían convencidos de que esa invasión causaría el efecto adicional de generar graves perturbaciones y disensiones en el seno de la UE hasta llegar a fracturarla. Pero sucedió, al contrario, que las columnas de blindados avanzando hacia Kiev impulsaron un cierre de filas en la UE, tan responsable como inesperado. También se había vaticinado un año antes, el 30 de enero de 2020, cuando la OMS declaró la emergencia de salud pública que se mantuvo hasta el 5 de mayo de 2023, que la pandemia del Coronavirus dañaría gravemente la solidaridad de la Unión. Sin embargo, esa emergencia sirvió de acicate para suscitar una reacción que reforzó su unidad de acción alrededor del objetivo compartido de superar esa amenaza. Cierto que la UE carecía de atribuciones y competencias en materias de sanidad y salud pública de las que no figuraba rastro alguno en los tratados que la constituyen, pero en Bruselas se hizo de la necesidad virtud y hubo mascarillas y vacunas para todos.
Otro momento de extrema gravedad fue la quiebra de Lehman Brothers el 15 de septiembre de 2008 al estallar la crisis de las hipotecas de alto riesgo. Entonces se rozó el desastre, pero se procedió a su abordaje con orden y concierto, sin ceder a las pulsiones derrotistas del ¡sálvese quien pueda!, hubo acuerdo para mutualizar la deuda pública y se atisbó el momento hamiltoniano que había parecido inalcanzable. En la enumeración de las amenazas planteadas por los poderosos debe mencionarse la que supuso el Brexit. Operación concluida el 24 de enero de 2020 cuando la UE y el Reino Unido firmaron el acuerdo de retirada que había empezado a negociarse a partir del referéndum montado sobre un cúmulo de mentiras, pasado por las urnas el 23 de junio de 2016 y cuyo resultado favorable a la retirada fue celebrado con verdadero entusiasmo por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, deseoso de que otros países siguieran el ejemplo británico y también se marcharan. Pero negociar la salida del Reino Unido de la UE obligaba, de nuevo, a explorar terra incognita porque la UE hasta entonces sólo había negociado tratados de adhesión con países candidatos deseosos de sumarse y era ahora, por primera vez, cuando uno de los Estados miembros de máxima dimensión buscaba la salida. Pues bien, el caso es que, bajo la dirección de Michel Barnier, la negociación se hizo ofreciendo un ejemplo inimaginable de coordinación y resistiendo los embates y argucias de la pérfida Albión, convencida de que sembraría la discordia en nuestras filas que resistieron unidas.
“Contaban viajeros venidos de Moscú que Vladimir Putin, y su entorno del Kremlin cuando proyectaban la operación especial en forma de agresión bélica a Ucrania lo hacían convencidos de que esa invasión causaría además graves perturbaciones y llegaría a fracturar la UE”
Y llegados aquí, observamos asombrados cómo la UE -habiendo resistido, según acabamos de examinar, embates tan fuertes como el Brexit, la Pandemia, la crisis abierta por la quiebra de Lehman Brothers, o la guerra de Rusia contra Ucrania, manteniéndose unida en la diversidad e pluribus unum, como reza el lema que adoptó en el año 2000- camina ahora con paso decidido hacia la desintegración, sin atender a sus fundamentos democráticos enraizados en los derechos humanos, buscando respuestas al que parece ser el peor de los desafíos, el que plantean los más débiles, los inmigrantes inermes, aquellos que arriban sin más equipaje a bordo que el hambre y la desesperación. Porque la llegada a la UE de inmigrantes por tierra, mar y aire se está convirtiendo en ocasión para la exaltación de la insolidaridad y para que cunda en todas direcciones la pretensión de apostar por soluciones nacionales o provinciales, que son marcos imposibles de asumir. Así que, en Alemania, en Países Bajos, en Italia o en España asistimos a una puja entre los partidos políticos que pensábamos respetables para dilucidar quién es más restrictivo, quién alza más alto el muro, quién endurece más las condiciones de acogida a quienes huyen del hambre y de la violencia. Explicaba Ignacio Cembrero, el sábado día 14 de septiembre, el empuje del África Corps, como ahora denominan a las fuerzas de Wagner, en Mali y otros países contiguos que han sido abandonados a sus desgracias por las fuerzas francesas desatendiendo sus responsabilidades más elementales.
Ahora, para seguir debatiendo sobre la amenaza de los débiles, valdría la pena situarnos en el parador de Toledo a la altura del 21 junio de 2001. La Asociación de Periodistas Europeos celebraba allí el XIII Seminario Internacional de Seguridad y Defensa. Su quinta sesión llevaba por título La Guerra Limpia ¿Quimera o realidad? Intervenía Salomé Zurabishvili, entonces Subdirectora de Asuntos Estratégicos, Seguridad y Desarme del Quai d´Orsay (Francia) y después, en 2004, ministra de Asuntos Exteriores de Georgia y presidenta de la república, desde 2018. Reclamaba una reflexión sobre qué es lo que implica una guerra limpia. Consideraba que llevar a cabo ese ejercicio intelectual iba a afectarnos a todos nosotros, porque pronosticaba que respuesta a una guerra limpia sería un terrorismo sucio. Porque, cuanto más fácil me fuera intervenir sin correr riesgos, ni para mi país, ni para su población, mientras, al mismo tiempo, causamos un daño tan grande como inaceptable al adversario, éste, sintiéndose totalmente inerme, tenderá a recurrir a los medios más letales a su alcance. En esa situación extrema la respuesta del débil, totalmente inerme, buscará el empleo de los medios más sucios para, a pesar de todo, producir el mayor daño sin ofrecer respeto alguno a las leyes y usos de la guerra.
“Asombra cómo la UE, que ha resistido embates como el Brexit, la Pandemia, la crisis de Lehman Brothers, o la guerra de Ucrania, sufre tensiones desintegradoras al sentirse amenazada por los más débiles, inmigrantes que arriban sin más equipaje que el hambre y el miedo”
Cuando entonces, cifrábamos nuestras esperanzas para la defensa de las justas causas de los pueblos oprimidos según rezaban siempre por ejemplo las ponencias internacionales de los Congresos Federales del PSOE; estábamos aspirando a caminar por la senda luminosa de la guerra limpia, la que ahorra bajas y evita daños al propio bando combatiente, y despertamos ahora de ese idílico sueño al advertir que la guerra limpia actúa como desencadenante generador del terrorismo más sucio. Obsérvese, en todo caso, la temprana perspicacia de nuestra Salomé Zurabishvili que adelantaba estas reflexiones el 21 de junio de 2001 y anotemos cómo, ochenta y dos días después, sin que se hubieran cumplido tres meses de su advertencia, el 11 de septiembre siguiente, se producía el atentado contra las torres gemelas de Nueva York y el edificio del Pentágono, sede del Departamento de Defensa en el condado de Arlington (Virginia) contiguo a Washington DC. De modo que venía a confirmarse cómo, después de tantas décadas de estar amenazados por los fuertes y de que el juego estratégico se disputara entre las dos superpotencias nucleares, afloraba un giro desconcertante que iba a conceder prioridad en adelante a la amenaza planteada por los débiles.
Para la Unión Europea, según prueba la dimensión de amenaza de que se ha dotado a la inmigración es inaplazable abrir esta reflexión, en la que deberá tenerse en cuenta la vivencia del terrorismo y el conocimiento empírico que tenemos de su tendencia a anidar en territorio UE, sin duda el más vulnerable dentro de la Alianza Atlántica. Además, conforme a los valores y principios que sirven de fundamento a la UE, será necesario que se tenga en cuenta la importancia de garantizar plenamente vigentes los derechos humanos, allí donde se lleven a cabo misiones de interposición o de mantenimiento de la paz. Por eso, Zurabishvili invocaba la actualidad que, como sostenía Carlos Luis Álvarez, tantas veces tergiversa la realidad para poner de ejemplo el conflicto de Kosovo porque también allí los despliegues militares han de cumplirse sin merma de los derechos humanos de los habitantes de esos territorios. La intervención militar, cuando hubiera de llevarse a cabo deberá también atenerse a las condiciones que sean aceptables para nuestra propia opinión pública. Y respetar el principio de que es preferible prevenir la guerra antes que imponer la paz. Porque, probablemente, desde la perspectiva europea la guerra más limpia es, muchas veces, la que se evita, la que no tiene lugar. De ahí que, en principio, el acento y los esfuerzos se hayan de poner en aquellos aspectos que conduzcan a la prevención de conflictos. Y, en todo caso, no olvidar el empeño en la convocatoria de una reflexión europea rigurosa que empieza a ser inaplazable.