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ENSXXI Nº 119
ENERO - FEBRERO 2025
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La Transición invertida
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Periodista
LA PERSPECTIVA
El último parte de guerra memorizado por varias generaciones de españoles decía literalmente: “En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado. Cuartel General del Generalísimo, Burgos 1 de abril de 1939”. Pero el ejército rojo, el de Trotski, no combatió en momento alguno en España, ni por tanto pudo ser derrotado por las “tropas nacionales”. Interesa, en todo caso, observar cómo se encomia al enemigo adjudicándole la categoría de “ejército” mientras se prefiere denominar a los propios efectivos como “tropas nacionales”. Se busca así subrayar el contraste entre unas tropas de ocasión que habían sido capaces de derrotar nada menos que al “ejército rojo”, confirmando así que el espíritu de la “Cruzada de Liberación”, había vencido al materialismo comunista, como sostiene José María Pemán en su poema “La bestia y el ángel”. Pero, volvamos a la literalidad del último parte de guerra que concluía rotundo “la guerra ha terminado”, tras señalar que los vencedores, es decir, “las tropas nacionales”, habían alcanzado “sus últimos objetivos militares”. Sabemos desde Clausewitz que una victoria sólo puede ser alcanzada si está bien definida y para los sublevados el 18 de julio de 1939, esa definición se cifraba en la aniquilación del ejército enemigo.
Así que terminaba la guerra, pero que terminara la guerra en absoluto significaba que diera comienzo la paz. Porque lo que se iniciaba el 1 de abril de 1939 era la Victoria que en adelante iba a ser contada numerando como triunfales los años sucesivos. Cantaban las criaturas en La Peñota y demás campamentos del Frente de Juventudes -donde se adiestraba a “unos niños vestidos de idiota, mandados por un idiota vestido de niño”, según señalaba la cruel definición de sus adversarios- que iban “por rutas imperiales caminando hacia Dios”, sin dejar de reclamar el Peñón que habían robado a nuestra Patria, ni olvidar la cartilla de racionamiento. En las memorias de Churchill campeaba una moraleja según la cual “En la Derrota, Altivez; en la Guerra, Resolución; en la Victoria, Magnanimidad; en la Paz, Buena Voluntad”. Cuestión distinta es que por ninguna parte pudiera atisbarse Magnanimidad alguna en esa Victoria. En su lugar, campeó la ley del talión, la del ojo por ojo del código de Hamurabi, y se generalizaron las venganzas fratricidas, los consejos de guerra sumarísimos y la ejecución de las sentencias. Empezaba así la victoria, entendida como la continuación de la guerra por otros medios. Se instalaba el muro de separación para proteger a la España de la Cruzada de la anti España de la conspiración judeo masónico bolchevique. Se mantenía encendido el orgullo de los vencedores en contraste con la humillación de los vencidos, sabiendo que a la honra de los vencedores correspondía de modo inseparable la humillación de los vencidos. Porque la victoria de los hunos había sido obtenida derrotando a los otros, que resultaban ser también compatriotas españoles. De modo que la españolidad de los vencedores no podía anular la de los vencidos, ni viceversa, porque los alineados en uno y otro campo nunca abdicaron de su condición de españoles ni aceptaron que se les negara.
“Terminaba la guerra, pero que terminara la guerra en absoluto significaba que diera comienzo la paz. Porque lo que se iniciaba el 1 de abril de 1939 era la Victoria, que iría numerando como triunfales los años que siguieron”
Momento de reconocer que el franquismo se cimentaba sobre el cultivo de esa dualidad, la de España y la anti España, y sobre la erección el muro separador que las antagonizaba a uno y otro lado. Un muro que, según las necesidades del momento, se hacía unas veces más poroso y otras, más impermeable. Sostenía Arturo Soria y Espinosa que Franco se había servido para gobernar del prestigio del terror, administrado en las dosis que, en cada caso, había juzgado conveniente. Porque hemos de aceptar que no fusilaba con la misma frecuencia en el periodo de 1939 a 1945 que en las décadas posteriores, durante las cuales sólo recurría a las ejecuciones cuando detectaba que estuviera caducando ese prestigio del terror en el que tanto confiaba. Franco y sus incondicionales eran seguidores de Voltaire quien, a propósito del fusilamiento de un almirante inglés derrotado en una batalla en aguas de Baleares, señaló que el alto mando de la Royal Navy había aplicado la pena de muerte impulsado por la necesidad de que un castigo ejemplar 'alentara' a los demás, es decir, pour encourager les autres. Así fue también la ejecución de Julián Grimau, fusilado el 20 de abril de 1963; la de Puig Antich, al que dieron garrote vil el 2 de marzo de 1974, junto al polaco Heinz Chez; o las de los cinco fusilados el 27 de septiembre de 1975 -en el polígono de tiro del Palancar de Hoyo de Manzanares, en el penal burgalés de Villalón y en la localidad barcelonesa de Cerdanyola- menos de dos meses antes de que muriera el generalísimo en la Clínica de la Paz, a manos de su yerno el marqués de Villaverde, que fue quien procedió a desenchufarle en la madrugada del 20 de noviembre.
“Observemos que la paz se hizo esperar todavía treinta y nueve años y sólo llegó con la Constitución de 1978 que inaugura una España para todos, hace posible la concordia y la reconciliación entre vencedores y vencidos y derriba el muro entre España y la anti España”
Para que llegara la paz hubo que esperar a que muriera Franco y cuando se cumplieron treinta y nueve años de victoria nos diéramos la Constitución de 1978. Es la Constitución la que inaugura una España para todos, la que hace posible la concordia y la reconciliación entre vencedores y vencidos, la que derriba el muro separador entre España y la anti España. Por eso, hay que volver los ojos a la que Manuel Azaña llamó “la musa del escarmiento” y atender a la dolorosa experiencia de la guerra que había servido para que los españoles aprendieran de los errores que les habían llevado a ella y se conjuraran para no repetirlos en el futuro. De modo que, como recuerda el profesor Juan Francisco Fuentes en su discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia leído el 24 de noviembre de 2024, muchos políticos e intelectuales del antiguo Frente Popular habían acabado llegando a la misma conclusión que el presidente del Gobierno republicano en el exilio, Fernando Valera, quien consideró necesario, como condición previa al restablecimiento de la convivencia, ”hacer el examen de conciencia y sentir el arrepentimiento del gran pecado que entre todos cometimos contra España, desencadenando una guerra civil ruinosa, feroz e innecesaria”.
Nuestro historiador y académico explica que así se haría realidad el deseo expresado por prominentes figuras del exilio republicano, “héroes de la retirada”, en certera expresión de Hans Magnus Enzensberger, partidarios de una reconciliación que tuviera en cuenta los errores cometidos en los años treinta. Es fundamental que los españoles del mañana mantengan la decisión de poner fin al círculo vicioso de intransigencia, persecución y exilios, sin olvidar que “la experiencia de la República, convulsionada dramáticamente por falta de una verdadera voluntad de pacto, aconseja la búsqueda del consenso y huir de la idealización del régimen republicano “simplemente porque sus enemigos son peores”. Mantengámonos alerta ante el peligro de una “memoria putrefacta”, que podría comprometer el futuro con proyectos inviables. Mejor que intentemos “trocar las viejas discordias en nuevas formas de convivencia, de adoptar una mirada crítica sobre el pasado, de repensar a fondo la idea de España y de despojarla de una épica autodestructiva que viene pareciendo inseparable de su devenir histórico”. ¡Ojo con los cien actos que nos prometen! no vaya a ser que terminemos por recorrer el mismo camino que hicimos hacia la reconciliación, pero en sentido contrario hasta culminar con una transición invertida y volvamos a avivar las dos Españas, su muro de separación infranqueable, su camisita y su canesú. Atentos.