Menú móvil

El Notario - Cerrar Movil
REVISTA110

ENSXXI Nº 119
ENERO - FEBRERO 2025

Por: JOSÉ ARISTÓNICO GARCÍA SÁNCHEZ
Presidente de EL NOTARIO DEL SIGLO XXI


LOS LIBROS

El uso abusivo de las pantallas puede producir daños irreparables en el cerebro humano que no está diseñado para asumir tal densidad de estímulos exógenos.

El neurocientífico Michel Desmurget considera que el abuso es letal en fase formativa en la que se produce la cristalización del cerebro.

Sigue inconclusa y cada vez más argumentada la polémica sobre la actual digitalización invasiva del quehacer ciudadano. De verdadero tsunami digital la califica Davidenkoff por su endiablada aceleración y la necesidad del uso excesivo, casi excluyente, de pantallas para fines informativos, burocráticos, lúdicos y educativos incluso en fase infantil.
La disputa ha rebasado el ámbito científico y sociológico y ha alarmado al propio legislativo que se ha sentido obligado a intervenir, y hasta a contravenir los mandamientos hagiográficos del nuevo evangelio digital. Inglaterra, Taiwán, EE.UU. inauguraron las medidas restrictivas en el uso de las pantallas en la educación; Francia, Dinamarca, Suecia les han seguido con mayor o menor impulso; y en España abierto está el debate en todas las Comunidades Autónomas, por ejemplo, sobre la pregonada ventaja de los sistemas educativos digitales, aunque, rara avis, todas coinciden en el denominador común: hay que limitar el uso de las pantallas en los centros docentes y no permitir la entrada de móviles en clase. Luego, al ponerse a legislar, pronto encallan en el desconcierto y la duda.

“La actual digitalización invasiva, verdadero tsunami digital por su endiablada aceleración y la necesidad del uso excesivo, casi excluyente, de pantallas para fines informativos, burocráticos, lúdicos y educativos incluso en fase infantil”

No pueden negarse las enormes ventajas de las nuevas tecnologías. Tantas que han permitido a muchos científicos hablar del advenimiento de una ruptura histórica de hondura similar a la del Neolítico. Y tan trascendentes que muchos vislumbran una mutación generacional tan decisiva como lo que fue el surgir del homo sapiens. Sería el homo digitalis, los millennials, la generación Z, etc., falsa matraca peroénque va forjando en el imaginario colectivo el mito de que la nueva generación nace con el cerebro mutado, el cerebro digital, de diferente diseño y funcionalidad, recordando algunos como prueba anecdótica el niño argentino campeón de ajedrez a base solo de partidas online.
Tampoco puede negarse que el sistema digital y ahora la IA suponen un avance tecnológico gigantesco, nunca imaginado, incluso troncal u homérico como dicen ahora, pero tampoco que desencadena desarrollos perjudiciales, según denuncia la literatura científica más acreditada. Ahí está, por ejemplo, el psicólogo social Jonathan Haidt que en su obra La Generación ansiosa (Deusto, 2025), achaca al abuso de los smartphones los problemas de salud mental de los jóvenes, depresión, autolesiones y suicidios entre otros. Y más lejos pero con reconocido rigor académico llega el famoso neurocientífico Michel Desmurget pronosticando un progresivo virus corrosivo del sistema cerebral de los que abusan de las pantallas, en un premiado ensayo cuyo elocuente título lo dice todo: La fábrica de cretinos digitales (Ed. Península, 2023).

“Tampoco puede negarse que el sistema digital y ahora la IA suponen un avance tecnológico gigantesco, nunca imaginado, pero al parecer también desencadena desarrollos perjudiciales, según denuncia la literatura científica más acreditada”

En él hace no una crítica jocosa como pudiéramos deducir del título, sino una seria y muy severa denuncia de la actual orgía desorbitada y fuera de control de pantallas, lúdicas o no, que va corroyendo poco a poco el desarrollo del lenguaje y el pensamiento de los usuarios, advirtiéndonos que el cerebro humano -contra lo que se dice- no está adaptado a la furia digital que lo está atacando. Esta furia digital por ejemplo llega a imaginar y promover el aula digital, quizás un oxímoron, una clase sin profesores, los MOOC (cursos online masivos y abiertos), lo que de entrada contradice ya el informe PISA que niega rotundamente la cacareada influencia positiva de esas pantallas en el rendimiento escolar. Que las herramientas digitales sean ya esenciales en la enseñanza no es cierto por mucho que se porfíe, afirma con rotundidad Desmurget. La tecnología puede optimizar una educación excelente, pero no puede suplir o paliar los efectos de una mala educación. Edison predijo maravillosas mejoras pedagógicas con el cine, años más tarde se reprodujo ese mantra con la aparición de la tele, hoy se renueva con más fuerza con las pantallas, pero esto supone confundir aprender lo digital con aprender a través de lo digital, porque en todo caso la base debe seguir siendo el magisterio humano primordial.

“Hace no una crítica jocosa como pudiéramos deducir del título, sino una seria y muy severa denuncia de la actual orgía desorbitada y fuera de control de pantallas, lúdicas o no, que va corroyendo poco a poco el desarrollo del lenguaje y el pensamiento de los usuarios”

El autor rechaza esta furiosa tendencia actual de digitalizar a toda costa todo, y nos previene de los en general fines lucrativos que en el fondo se persiguen, como ahorrar costes de personal o alimentar el Big Data con fines comerciales, lo que deja contaminada la información que transmiten, pues el afán de lucro y la honestidad no hacen buena pareja. Y pone un ejemplo sutil de marketing encubierto: los contenidos violentos en pantalla, por ej. responden a una voluntad comercial deliberada, pues al estresar el cerebro ayudan a memorizar los mensajes de las pausas publicitarias. También induce a estar alerta y sospechar de los expertos que no sean independientes de la industria digital que anuncian, pues su discurso será imperceptiblemente inductivo.
Y este efecto perjudicial de las pantallas, dice Desmurget, es inespecífico, es decir, independiente de los dispositivos que se utilicen y los programas que contengan, pero es especialmente alarmante durante las primeras fases de la enseñanza. El autor, que parece blandir la espada del rigor, de las estadísticas solventes y de la independencia, recuerda que la cristalización cerebral comienza mucho antes de la barrera de los siete años por lo que las experiencias tempranas tienen una importancia fundamental. El insta a eliminar las pantallas antes de los seis años y limitar drásticamente su uso a periodos cortos y lugares, tiempos y modos precisos que él concreta en una tabla al final de la obra.

“Rechaza esta furiosa tendencia actual de digitalizar a toda costa todo, y nos previene de los en general fines lucrativos que en el fondo se persiguen, como ahorrar costes de personal o alimentar el Big Data con fines comerciales, lo que deja contaminada la información que transmiten, pues el afán de lucro y la honestidad no hacen buena pareja”

Y es que el uso excesivo, la adición, que se produce en todas las edades, es siempre nociva, pero en la fase formativa del niño es venenosa, letal, porque ahí el daño no se limita a un peor rendimiento académico, sino que ataca la esencia misma del edificio humano en construcción, desde el lenguaje, hasta la socialización y el control de las emociones. El cerebro del humano no está diseñado para asumir tal densidad de estímulos exógenos, lo que tal vez puede ser que ocurra dentro de millones de años, pero no ahora.
Al final, avisa a todos, encuestas sólidamente contrastadas demuestran que el abuso de las pantallas ha incrementado gravemente en los últimos veinte años un peligroso déficit de sueño, clave de bóveda de nuestra integridad emotiva, cognitiva y fisiológica. Y sabido es que el ser humano que no duerma bien, genera desarreglos bioquímicos -hormonales-, y es incapaz de funcionar correctamente. Lo demuestran estudios específicamente representativos y nunca controvertidos.

“Encuestas sólidamente contrastadas demuestran que el abuso de las pantallas ha incrementado gravemente en los últimos veinte años un peligroso déficit de sueño, clave de bóveda de nuestra integridad emotiva, cognitiva y fisiológica”

También destruye otro mantra que circula con alegría referido a que el nuevo cerebro de los jóvenes es capaz de realizar con el ordenador varias tareas simultáneas, la multitarea, creencia irracional, porque la multitarea altera la memorización de las operaciones realizadas. Basta para destruirlo un ejemplo rudimentario. Compruebe el lector, dice, cómo es mejor tomar apuntes a mano que con el ordenador. Este va más rápido, pero la mano nos obliga a esforzarnos en trabajo de síntesis y reformulación muy favorables para la memorización: un mismo dato escrito, está demostrado científicamente, se retiene mejor cuando se presenta en un formato menos legible.
Desmurget también nos avisa de que hay mucha confusión en los foros sociales, donde profesores, psiquiatras, informadores, doctores en psicología, incluso Premios Nobel cruzan opiniones encontradas. Que hay estudios poco rigurosos y que se contradicen entre sí. Que varios procesos han puesto en evidencia la carrera de cinismo desarrollada por algunos expertos e informadores ligados a la industria y de voz convincente, pues es difícil distinguir entre una persona honesta y un vasallo hipócrita. Que tampoco basta el recurso al sentido común pues este adolece de las mismas carencias que la opinión. Y que hay que resistir a la presión del marketing, habida cuenta de la capacidad general que tienen los medios en todos los soportes digitales para modular nuestras representaciones sociales.

“La obra que comentamos no parece poder incluirse entre los manuales de resistencia, en este caso al proceso digital, sino al revés solo es un ejemplar ejercicio del arte de la prudencia”

Lo que es indiscutido es que nuestra civilización atraviesa una etapa de transformación trascendente. Y siempre que éstas se han producido en la historia de la humanidad ha habido resistencias -basadas a veces en meras rutinas o resabios obsoletos- a asimilar las innovaciones, y que son más fuertes cuanto mayor es el grado de ruptura con el pasado. Nunca faltaron detractores apocalípticos o pintorescos. Recordemos las más incomprensibles. De la aparición de la escritura renegaron los defensores de la oralidad -machista y clasista, por cierto-, los que lamentaban que el texto de los poemas que antes se recitaban por ejemplo quedara cristalizado para siempre sin poder recibir ya mejoras, y hasta el propio Sócrates, que la rechazaba por obstaculizar la reflexión y el diálogo de ideas y producía la relajación de la memoria (lo que hoy los científicos denominan efecto Google que también la produce). Y pasó también con la invención de la imprenta, esa peste llegada de Alemania, culpable del luteranismo, dijeron los que se sentían amenazados. Y hasta con la aparición del libro, cuya abundancia -alegó Squarciafico en 1477- hace menos estudiosos a los hombres y a la postre crea insatisfacción y pasividad, por no citar la ensoñación de Víctor Hugo cuando reflexionaba que el libro se llevaba por delante como víctima colateral la arquitectura que, desde las pagodas a las catedrales había representado la escritura del género humano.

JAGS ILUSTRACION

“Respetar o al menos considerar los límites que científicos acreditados, sobre la base de estudios empíricos rigurosos, están marcando a la actual furia digital. Solo así se evitará que nuestros centros docentes se conviertan en fábricas de cretinos digitales”

Hoy nadie critica, sino que admira y ensalza la aparición de la escritura o de la imprenta, nadie discute el valor cultural básico del libro y nadie recela de una gran biblioteca. Y es seguro que, pasado un periodo de asimilación, nadie sospechará de una digitalización generalizada correctamente asimilada cuando, con los reajustes procedentes, cristalice en equilibrio con los parámetros y valores acrisolados de nuestra cultura social. Pero la obra que comentamos no parece poder incluirse entre los manuales de resistencia, en este caso al proceso digital, sino al revés solo es un ejemplar ejercicio del arte de la prudencia. Su consejo, ante el avance incontenible de este abrumador tsunami es, siguiendo a Gracián, respetar o al menos considerar los límites que científicos acreditados, sobre la base de estudios empíricos rigurosos, están marcando a la actual furia digital. Solo así se evitará que nuestros centros docentes se conviertan en fábricas de cretinos digitales como predice el título del libro que comentamos.

El buen funcionamiento de esta página web depende de la instalación de cookies propias y de terceros con fines técnicos y de análisis de las visitas de la web.
En la web http://www.elnotario.es utilizamos solo las cookies indispensables y evaluamos los datos recabados de forma global para no invadir la privacidad de ningún usuario.
Para saber más puede acceder a toda la información ampliada en nuestra Política de Cookies.
POLÍTICA DE COOKIES Rechazar De acuerdo