
ENSXXI Nº 120
MARZO - ABRIL 2025
Una leyenda inicua y malhadada

Presidente de EL NOTARIO DEL SIGLO XXI
LOS LIBROS
El historiador argentino Marcelo Gullo se suma con argumentos decisivos a la mayoría que hoy rechaza la inquina y falsedades de la leyenda negra.
También refrenda que, por su calidad, la conquista española supera a todas las colonizaciones. Solo ella trató de integrar a los aborígenes en igualdad a los demás miembros de la Monarquía Hispánica.
Si sorprendente fue la expansión generalizada de la expresión leyenda negra -contrapunto de la medieval legenda aurea- para referirse a los juicios emitidos sobre España por los extranjeros, llenos -como denunció Juan Valera- de prejuicios, ignorancias y algo parecido al odio a una nación cuyo poder y expansión alcanzaba a una gran parte del orbe conocido, más sorprendente aún fue que esa expresión, empleada por primera vez por una española, Pardo Bazán en 1899, corriera como la pólvora en la propia prensa y literatura españolas. Sintomática denuncia de la depresión de ánimo que asolaba al país en aquellas décadas.
“Debería sorprendernos que la hispanofobia desatada en Europa fuera asumida como cierta por nuestra élite cultural, que blasonaba de afrancesada”
Pero todavía más debería sorprendernos que el contenido de la hispanofobia desatada en Europa a mediados del XVI fuera asumido como cierto con la llegada de Felipe de Anjou y su invasora tramoya borbónica, por nuestra élite cultural, que blasonaba de afrancesada, con desprecio de lo castizo y austracista por retrógrado y admiración de lo transpirenaico como único rite-de- paçage de prestigio y distinción.
“El siglo de las luces, oscuro y estéril para nuestro progreso cultural, alumbró, como aclara Habermas, al intelectual forjador de opinión y moral públicas, con la fatal consecuencia de que en España se forjó como afrancesado”
Era precisamente el siglo de las luces, oscuro y estéril por cierto para nuestro progreso cultural, el siglo que ante la pérdida de protagonismo de la religión alumbró, como aclara Habermas, al intelectual forjador de opinión y moral públicas, con la fatal consecuencia de que en España se forjó como afrancesado. Con la patología en origen de asumir y dar por sentado el fanatismo, la intolerancia y el atraso que pregonaba esa leyenda hispanofóbica universal. Porque empezó en Italia en el XVI con la tilde de sangre impura árabe y judía de la raza hispana, se alimentó decisivamente con el luteranismo, se enconó en Países Bajos con G. de Orange -incuestionado fundador de la propaganda- e Inglaterra por razones políticas, y fue refrendada gustosamente por Francia donde llegaron a circular hasta 822 panfletos denigratorios que recogían todas las infamias y descréditos que pregonaba esa hispanofobia por toda Europa.
“No fue hasta el siglo XX cuando un madrileño políglota y viajero, Julián Juderías, despertó la conciencia de los historiadores e intelectuales para advertir la inconsistencia de esa crítica intencionadamente destructiva hacia España y los españoles”
También lo fue, es triste, por España, cuyas élites afrancesadas por coacción sutil de las camarillas francesas se impregnaban del tópico del desdén por la vieja España, que a la larga significó que penetrara hasta los cimientos, en frase de Roca Barea, la idea de una España como fracaso, atrasada e inquisitorial. No había habido además en este país, desde el P. Mariana en el XVI, ningún historiador que hubiera podido rebatir tanta insidia y falsedad.
Porque no fue prácticamente hasta el siglo XX cuando un madrileño políglota y viajero, Julián Juderías, publicó en la Ilustración Española, en cinco entregas, La leyenda negra y la verdad histórica, primera denuncia fundada de la falsedad e inquina, con tufo racista por cierto, que esa leyenda difundía impunemente por el mundo. La llamada de este cosmopolita rompedor despertó la conciencia de historiadores e intelectuales para reflexionar y advertir, con alguna excepción negacionista por cierto, la inconsistencia de esa crítica sistemática intencionadamente destructiva hacia España y los españoles que se propalaba.
“Alex Kaiser en su obra Parásitos mentales reconoce, como todos, que en la conquista hubo abusos pero la deuda la tiene América con España y no al revés”
Incluso fuera de nuestras fronteras se va imponiendo la verdad histórica. Casi todos los hispanistas extranjeros y los mismos hispanoamericanos ilustrados de los países que según el falso mito que comentamos sufrieron tanto escarnio, lo suscriben. Todos niegan veracidad a los relatos que la Brevísima relación -tótem/clave de tanto escándalo- del hoy desacreditado por sus exageraciones interesadas Bartolomé de las Casas. De mercenario disfrazado de sacerdote le califica uno de ellos. Otro, un chileno ilustrado, Alex Kaiser en su obra Parásitos mentales (Ed. Deusto), reconoce, como todos, que en la conquista hubo abusos pero la deuda la tiene América con España y no al revés. Y en el mismo sentido se han pronunciado gran parte de los intelectuales de ese continente a pesar de los excesos y ultrajes que nadie niega.
“La conquista española de América fue una excepción extendiendo al Nuevo Mundo la civilización y la moral occidentales, creando iglesias y catedrales, y también hospitales, colegios bilingües y universidades inclusivas, las primeras de América”
Cierto es que últimamente el llamado Foro de Sao Paulo, integrado por Lula de Silva, Evo Morales, Daniel Ortega, Gómez Obrador, etc., han resucitado la leyenda negra como clave de un falso indigenismo irredento de tinte comunista y consecuencias balcanizadoras que, olvidando por ejemplo que los aborígenes apoyaban al rey de España cuando los criollos se rebelaron en el XIX, contraponen un buen salvaje a una conquista cruel, lo que la historia real ha desmoronado de raíz. No había inocencia virginal, eran imperios sentados en la violencia, la esclavitud, el canibalismo y los sacrificios humanos a dioses zooformes.
“La realidad es que en el Tribunal de la Historia, España ha sido juzgada por jueces parciales y testigos falsos”
Carece por ello de fundamento y está fuera de lugar esa petición de algunos de que España pida perdón por la conquista, contra la que se ha alzado una respuesta compartida y contundente, Nada por lo que pedir perdón. Y así titula su obra (Ed. Espasa 8ª edición ya) el historiador argentino Marcelo Gullo Omodeo, de ascendencia italiana, paladín de la contraleyenda que con una documentación y bibliografía casi exhaustivas, defiende con argumentos históricos contrastados justamente lo contrario, que la conquista española de América fue una excepción positiva: es la única que trató de integrar a los aborígenes como sujetos de derechos iguales a los demás miembros de la Monarquía Hispana, extendiendo al Nuevo Mundo descubierto la civilización y la moral occidentales, creando iglesias y catedrales, y también -algo insólito- hospitales, colegios bilingües y universidades inclusivas, las primeras de América, por cierto.
“La parte mollar de la obra, la disección detallada de la barbarie practicada por esas naciones que crearon y propagaron injustamente estas insidias”
El profesor Gullo, como dice en el Prólogo de su obra Carmen Iglesias, refrenda con rotundidad que las Indias nunca fueron colonias, muy al contrario el mestizaje fue el gran orgullo diferenciador, contrario al racismo, porque en la Monarquía Hispánica siempre imperó la universalidad, la igualdad de todos a un lado y otro del Atlántico, como súbditos del monarca.
La realidad es que en el Tribunal de la Historia, España ha sido juzgada por jueces parciales y testigos falsos. Así comienza el Dr. Gullo su relato, en el que va desgranando en su primera parte los hitos de ese mito hispanófobo iniciado en Italia, como se ha dicho, pero que fue política de Estado en casi toda Europa, recibió un impulso febril de la reforma luterana que, a partir del odio al catolicismo y su defensa a ultranza por el imperio español de Carlos V, creó la primera fake/news de la historia sobre la conquista española en América. Y tal es la infamia y el papel determinante que atribuye a Lutero -valedor de las oligarquías y de un feudalismo tardío- y su Reforma, que no alberga dudas de que si España se hubiera hecho protestante esta leyenda nunca habría existido.
“No trata Gullo de justificar los excesos y abusos de la conquista española, que los hubo y muy graves, sino de dejar patente que los hubo en todas las colonizaciones”
Justamente cuando la Escuela de Salamanca abrió para el mundo el camino a la soberanía popular y al estado democrático, defendiendo que el poder -que siempre emana de Dios- solo llega al rey a través del pueblo, la reforma protestante convirtió a la Iglesia en institución estatal de cada país, y desató una feroz campaña denigratoria contra quien como España -ramera del Papa decían- defendió el catolicismo y lo difundió por toda América.
Pero no es ya la argumentación apologética del legado español al Nuevo Mundo la parte mollar de la obra de Gullo, sino la disección detallada de la barbarie practicada por esas naciones que crearon y propagaron injustamente estas insidias. Las atrocidades y saqueos sanguinarios y racistas de Inglaterra en América y luego en Asia y África, el sacrificio de millones de hindúes en la 2ª Guerra Mundial y su justificación teológica de la esclavitud. La explotación de colonias más despiadada que ha conocido la humanidad que practicaron los holandeses, hunos de Indonesia les llamaron. Los piadosos puritanos de EEUU y su política exterminadora y racista de la población aborigen. La guillotina de más de 30.000 franceses, la crueldad de Dupuy y las 400.000 víctimas de la represión de La Vendée. El genocidio olvidado de nativos hereros practicado por los alemanes en Namibia en 1900, etc., etc. Y podríamos añadir los diez millones de muertos del Congo belga o el genocidio también olvidado de los indios que habitaban la Tierra de Fuego en la Patagonia a finales del XIX que fueron exterminados por los ganaderos de la zona.
“Pero por la calidad España supera a todas. Nunca practicó genocidios ni exterminios ni limpiezas étnicas ni deportaciones xenófobas”
No trata Gullo de justificar, según confiesa, los excesos y abusos de la conquista española, que los hubo y muy graves, sino de dejar patente que los hubo en todas las colonizaciones. Resulta imposible, y no sería de curso ético, cuantificarlos y compararlos por la cantidad. Pero sí por la calidad y en esto España supera a todas. Nunca practicó genocidios ni exterminios ni limpiezas étnicas ni deportaciones xenófobas. Y los filósofos y teólogos españoles de la época sentaron las bases del Derecho de Gentes, precisamente analizando la legitimidad de la conquista y los derechos de los nativos.
Parece que hay unanimidad en reconocer que la pasividad y la asunción durante siglos por una mayoría cultural española de la versión que propalaban los enemigos históricos de su país, contribuyó desgraciadamente a que esta leyenda maldita ganara en el mundo la batalla cultural. Pero los tiempos, concluye Gullo, están ya maduros para la restauración de la verdad. El termina su obra, ciertamente apologética de España, con un discurso del Papa Francisco confesando en público su admiración por las leyes de Indias, las Ordenanzas de Alfaro y la conciencia misionera de Isabel la Católica.
“La pasividad y la asunción durante siglos por una mayoría cultural española de la versión que propalaban contribuyó a que esta leyenda maldita ganara en el mundo la batalla cultural. Pero los tiempos están ya maduros para la restauración de la verdad”
Con razón se dice que cada nación debe escribir su propia historia porque cuando la escriben otros acaba en el sumidero. España, dice Roca Barea, es la única nación en el mundo que ha asumido durante siglos la historia que contaban sus enemigos. Resulta por ello doblemente gratificante repasar con la obra que comentamos los argumentos, sólidamente documentados, que en ella vierte el Profesor Gullo, un argentino ilustrado.
La democracia, un sistema vulnerable
El notario Victorio Magariños analiza en un excelente ensayo las grietas de las democracias.
Se atribuye a Churchill el tópico de que la democracia es el peor de los sistemas políticos conocidos… si excluimos a todos los demás. Es el mejor, digamos el único -aparte mitos quiméricos o utopías- compatible con la racionalidad. Su grandeza llega a admitir en su ideario la defensa de su contrario, del negacionismo de todas las aspiraciones del hombre, justicia, libertad, igualdad… incluso de las incompatibles entre sí, lo que aboca necesariamente a este sistema, como adelantó Isaiah Berlin, a tener que gravitar sobre una contradicción formal o una quimera metafísica que se traduce en fragilidad.
“Su grandeza llega a admitir en su ideario la defensa de su contrario, lo que aboca necesariamente a este sistema a gravitar sobre una contradicción formal o una quimera metafísica que se traduce en fragilidad”
Así titula su nueva obra el notario ilustrado Victorio Magariños Blanco, La fragilidad de la democracia (Ed. Dykinson, 2024), en la que analiza certeramente los puntos débiles y las enfermedades de una institución que, como se ha dicho, carece por el momento de alternativa ideológica plausible, pero que está expuesta a acechanzas crónicas. Incluso dos profesores de Harvard, Levitsky y Ziblalt, dieron hace pocos años un toque de corneta al mundo entero avisándole, en un ensayo de título muy expresivo Cómo mueren las democracias, de la sutil carga de efecto retardado que conllevan y que puede terminar estallando haciéndolas desaparecer desde dentro. Y otra ilustre polígrafa, Anne Applebaum denunció la paulatina deriva política, a veces indetectable, de muchas democracias al autoritarismo, favorecida por cierta seducción ejercida por el autoritarismo o el nacionalismo sobre las masas que documentó la socióloga Karen Steaner.
La obra de Magariños se suma a estas advertencias. Resulta gratificante repasar su revisión profunda y a la vez crítica, de la auténtica naturaleza de la democracia como vertebradora de un Estado y su potente y fecundo contenido. Su cristalización depurada en el tiempo por la progresiva absorción de elementos que la han ido reconfigurando y enriqueciendo. El significado ajustado de lo que conforma un Estado de Derecho y todas y cada una de las instituciones que genera y de las que se sirve, especialmente los partidos políticos a los que dedica una crítica demoledora por su perfil antidemocrático y su deriva disfuncional.
“La quiebra -cada vez más frecuente- del principio de equilibrio de poderes está produciendo una deriva de muchas democracias hacia autocracias disfrazadas”
Y no menos aleccionador es el repaso que hace del devenir del sistema político español desde la Transición y la Constitución de 1978, que demuestra conocer y sabe interpretar correctamente. Sin esquivar la frecuente quiebra del exigido y necesario equilibrio de poderes que está produciendo en la actualidad otra inquietante deriva política de muchas democracias hacia autocracias disfrazadas. Y ello por la sutil erosión progresiva de las instituciones que la sostienen -la bomba retrasada de que hablan Levitsky y Ziblalt- requisando subrepticiamente el poder que a cada una corresponde para equilibrarlo, jueces, fiscalía, información, prensa, Consejos y Tribunales administrativos, cuando no la manipulación tendenciosa de las redes sociales para difundir falsas o medias verdades. Estas son palabras de Applebaum que condensan la perspicaz crítica de Magariños.
Aunque este autor, no dejándose vencer por el pesimismo que apuntan otros pensadores políticos agorando el declive fatal de las democracias como se ha visto, apunta en un reconfortante capítulo final los posibles remedios y correcciones que podrían enderezar esa mafiosa deriva autoritaria que aún estamos en tempo de interrumpir.
Desde luego, como ya se dijo en crónica anterior, la propuesta es siempre la misma: estar alerta y activar la desconfianza ante cualquier intento de requisa del poder, o de control de los resortes de autodefensa que garantizan el sistema democrático. La sociedad, advierte Magariños, debe dar un paso adelante, y para ello debe ser concienciada política y culturalmente.
Porque la plena realización de la democracia es imposible al tener ínsita como se ha dicho, una contradicción formal. Pese a lo cual, como dice Isaiah Berlin, es una quimera hacia la que el hombre siempre peregrina.