ENSXXI Nº 118
NOVIEMBRE - DICIEMBRE 2024
In memoriam. En recuerdo de mi maestro, don Eduardo Llagaria
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Siempre he pensado que he tenido la suerte de tener tres padres en mi vida: el doctor Calvo, que me dio la vida; mi suegro, Juan Manuel, al que quiero como a un padre y sé que me quiere como a un hijo; y mi padre jurídico, don Eduardo Llagaria. El fallecimiento de Eduardo me deja huérfano, con la tristeza de pensar que la persona que más me ha influenciado desde el punto de vista profesional y también desde el punto de vista ético en el desarrollo de mi trabajo, nos ha dejado demasiado pronto.
Eduardo era un tipo peculiar, un tipo que entendía la vida y el trabajo de una forma especial, un tipo de L´Olleria para el que lo fundamental en su trabajo no era ni mucho menos el número de escrituras que se firmaran o la facturación al final de un mes, sino el buen trato al cliente, a cada persona que entrara por su despacho, independientemente de cuál fuera su condición. Persona de una moral notarial intachable, no sólo trataba a todo el mundo por igual, sino que era especialmente cuidadoso con la gente que sabía que más le necesitaba, porque él, notario de vocación absoluta, fue el que me inculcó mejor que nadie que la importancia de nuestra profesión notarial, más allá del tema puramente económico o de la relevancia social, era la de servicio, la de ayudar, la de asesorar.
Pero Eduardo era mucho más que eso. Además de ser un gran profesional, le recordaré, y como yo casi 500 de los notarios que hoy desarrollan en España su trabajo, por ser uno de los grandes y mejores preparadores que ha habido en la historia del Notariado español. Eduardo “el maestro”, especialmente en la preparación del tercer examen (el dictamen), que para él siempre fue el más importante, era un erudito, un extraordinario profesor que en aquellas largas noches en su notaría de la calle Transits, daba refugio a futuros notarios de toda España explicando, desarrollando y atendiendo cuestiones y dudas. Atento, discutidor, capaz de enseñar, pero como decía él, con la mente abierta siempre, aprendiendo también cada día.
Son muchos los recuerdos y anécdotas que me acompañan, no quiero personalizarlo porque sé que muchísimas personas tienen los propios, pero sí me gustaría que estas palabras sirvieran como un mínimo e insuficiente homenaje para una persona tan importante para mí y seguro que para muchísima gente. Ni un solo día en mi despacho he dejado de pensar cómo haría él para solucionar un tema complicado. Siempre he intentado seguir dos reglas de oro que me inculcó: la primera, que las prisas son el peor enemigo de la notaría y la segunda, que a veces la mejor escritura es la que nunca llega a firmarse.
Gracias Eduardo por tantísimo, te echaré de menos.
Joaquín Vicente Calvo Saavedra